Las semanas transcurrieron en un abrir y cerrar de ojos la verdad que sí, se siente tan bien, no hay nada que me haga pensar lo contrario, no importa que tengo que levantarme con el alba y saludar al señor sol, no lo niego, me duelen los pies y he gastado no sé cuántas banditas en mi tobillo, pero es lo que me gusta, es saber que me he podido superar día a día, que mi abuelo no tenía razón, que estoy logrando mis sueños y no estoy pisando el de otros en el camino, todo es perfecto, excepto por ese idiota, Silvia tiene razón, cuando me dijo que no sabía hacer nada, no lo soporto, yo no soy así, pero Andrew Wilson, saca lo peor de mí, sus aires de superioridad, mira a todos por debajo del hombro, por eso y muchas cosas más como diría la canción de Navidad, no lo soporto.
—Por favor, Victoria, cúbreme unas horas, no me estoy sintiendo muy bien del estómago.
No me había dado cuenta de nada o estaba pensando en los huevos del toro, como diría mi abuela, cuando la voz de Silvia me regresó a la realidad.
—Claro que sí, tu tranquila, yo cuido el fuerte.
—Ni que estuviéramos en guerra —me dice. Es que trate de sonar graciosa hasta hago una seña con la mano sobre mi frente, pero la sonrisa se me esfuma. Cuando la veo retorcerse del dolor, su toca su vientre y ya me estoy asustando.
—Segura que ¿estarás bien? Mejor te acompaño, no puedes ir sola.
—Llamé a mi esposo— en ese estado, no creo que él llegue a tiempo, además, por lo que ella me ha contado, trabaja al otro lado de la ciudad.
—No, mujer, hasta que llegue. Mira, ya falta una hora para la salida. La cacatúa podrá venir y contestar el teléfono. Ya no diré nada de que te estás riendo y te duele, solo correré a decirle a la jefa.
No estoy para hacer chistes, pero los nervios de verla así, me hacen decir muchas tonterías, la maldita hora en que mi teléfono se apagó cuando hice la videollamada con Virginia, mi jefa no está, no queda de otra, a la antigua, un posit sobre su escritorio, salgo de ahí para llevar a Silvia, me persigno porque hasta ahora no me gusta esta caja de metal, me da miedo, pero no puedo hacer nada, porque ella está mal, no puedo venir con niñerías a este punto, antes que las puertas del monstruo se cierren, veo al muñequito rondar las oficinas de su hermana, como pueden ser tan diferentes, como el agua y el aceite.
No me gusta conducir, pero no porque sea mala, solo que no se una punzada ridícula. Siempre se me atraviesa cada vez que lo hago, pero por Silvia, otra vez no queda de otra.
—Tranquila, ya te van a atender, soy veloz como el rayo McQueen— conduzco, no sé cuántos semáforos en rojo me he pasado, pero en menos de diez minutos ya estamos frente al hospital, ella se ve mal, la he visto y escuchado quejarse más de una vez, ni una persona es capaz de venir a ayudar, parece cualquier cosa menos un hospital, me bajo del auto, grito, demando y hasta chiflo como en la granja, pero nada, pero señores a problemas grandes, soluciones desesperadas o como sea que se diga.
—¿Qué haces?
—no me escuchan a la buena, lo harán a la mala— le contesto a Silvia, agarro la palanca del acelerador y veo a mi alrededor, la entrada principal, ahora se aguantan por su falta de atención, hago un ruido con las llantas del auto que rechinan y me giro para estacionar un poquito más y hago que las puertas empiecen a fallar porque el auto casi está dentro.
—¿Está loca? No puedo hacer eso— dijo un guardia de seguridad.
—Locos son ustedes, les grito que tengo una persona mal y no son capaces de traer una silla o algo, ni en el campo son tan fríos con la vida humana y mucho menos siendo un hospital.
Me iba a seguir gritando, pero cuando se da cuenta de que la paciente no soy yo y ella está retorciéndose del dolor, se calla y me ayuda a sacarla no sin antes traer una silla de ruedas, mientras la lleva hasta dentro, casi me suplica que saque el auto de ahí, corro como rayo y así lo hago, cuando regreso sobre mis pasos, me dicen que la llevaron a revisión que luego vendrán a decirme sobre su estado, yo respiro tranquila un instante, pero luego que veo la silla donde la traían, un miedo me recorre, tiene manchas de sangre, es como un déjà vu, cuando Virginia tuvo una amenaza de casi perder a nuestra princesita, ¿Será que Silvia está embarazada y no lo sabe?
—señorita, ya llevo una hora aquí y no tengo noticias de mi amiga— le digo, cuando de pronto, un hombre extremadamente guapo pregunta por familiares de Silvia, este hombre se parece mucho al de las novelas que veo con mi amiga, casi una copia, pero vamos Victoria, concéntrate, deja que tus fantasías tele novelescas se vayan por un rato.
—soy su prima. —digo, porque de lo contrario no me dirán nada, ya conozco este trámite.