Vida entre dos mundos Lucy Grey 1° Entrega

LAS MENTIRAS NO OCULTAN EL MIEDO

Avanzamos por un largo pasillo de piedra dando grandes zancadas sobre el suelo de mármol. Un suelo del mismo color que la gran sala que habíamos dejado atrás. Bajo la luz tenue pude ver a mi derecha unas puertas de madera, con un arco tallado a mano sobre ellas, donde unos extraños símbolos creaban una palabra que solo los seres de ese mundo podían entender.

La mujer me llevó hasta la que yo pude contar como la sexta puerta y allí frente a ella se paró soltándome con delicadeza.

―Pasa―me invitó con voz dulce abriendo la puerta delante de mí―, aquí estarás mejor, es la habitación más cálida que tenemos en palacio.

Al entrar en ese pequeño cuarto al que llamaban habitación, en lo primero que me percaté fue en que la chica llevaba razón, el aire era más cálido allí dentro. Una gran cama de madera con una colcha roja y unos grandes cojines que lo adornaban era lo único que se encontraban en el interior, acompañando a un pequeño agujero redondo que parecía ser la ventana.

―Intenta descansar, más tarde te traeré lo que mi amado esposo me ha ordenado. ―Esas palabras hicieron que mis piernas se tambalearan y me obligaran a sentarme en la cama.

― ¿Tu esposo? ―Le pregunté con voz de asombro.

―Sí…, tendrás tus respuestas Lucy, pero ahora necesitas descansar ―la chica se abrazó a mí con la misma desvalida tristeza que desprendían mis ojos―. Sé que estás asustada, pero todo acabará pronto.

― ¿Qué me va a pasar? Tú lo sabes, dime que va a pasar conmigo por favor. ―Le supliqué dejando que mis lágrimas cayeran por mis mejillas con fuerza.

―No lo sé, querida, solo puedo decirte que en este momento eres la elegida de mi esposo y que nadie puede tocarte.

―Es por mi bebé. ―Le dije acariciando lo que debía ser mi abultada barriga.

―Sí, esa niña que llevas dentro tiene mucho poder…, Lucy no puedo decirte más, intenta descansar y por favor―los ojos marrones de esa muchacha, igualitos a los de la niñita de antes, penetraron en mí, haciéndome saber el sufrimiento que tenía ella también al verme allí atrapada contra mi voluntad―, no hagas nada que enfade a Aamon, te lo suplico. No sabemos lo que le puede enfadar o que frase le puede quebrar su frágil paciencia, así que, por favor haz todo lo que te diga… Te lo suplico.

―Parece que le tienes miedo. ―Le acusé arrepintiéndome de haberlo hecho al ver como sus ojos se humedecían.

―Todos en palacio le tienen miedo. ―Severina, así era como le había llamado ese desalmado, volvió abrazarme dándome un beso en la cabeza por entre la espesa mata de mi pelo. Su beso y el contacto de su cálida mano en mi nuca me hicieron temblar.

 

Con desgana, la hermosa mujer salió de la habitación dejándome con muchas preguntas en la mente. Me quedé sentada en la cama aun sin poder tener el control de mi propio cuerpo, mirando la espesa negrura que penetraba por la pequeña ventana y viendo como los ojos oscuros de la noche me observaban silenciosa y amenazantemente.

Tras unos largos segundos autoconvenciéndome de que no debía sentir miedo, me quedé dormida.

 

No supe el tiempo que estuve dormida, como tampoco supe si había amanecido o no, pero lo que sí tenía claro era que esos ojos marrones tan hermosos y grandes me hicieron sentir la paz que tanto echaba de menos. Cuando abrí los ojos esa niña tan bonita que me había trasmitido seguridad anteriormente me observaba con una enorme sonrisa pintada en su cara.

―Es la hora. ―Anunció esa niña cogiéndome de las manos y dándome un suave empujón hacia ella para que me incorporase.

― ¿La hora de qué? ―Le pregunté con recelo de no querer levantarme de la cama y enfrentarme a cualquier cosa que me esperase fuera.

―La gran sorpresa…, dice mi pa…, dice Aamon que tiene una sorpresa para ti y que tienes que ponerte este vestido, sí o sí ―dijo soltándome y cogiendo seguidamente un vestido gris que reposaba encima de mis pies.

― ¿Qué sorpresa puede tener ese monstruo para mí? Solo quiero irme a casa. ―La niña captó la tristeza en mi voz e intentó calmarme posando sus dos pequeñas manos en mi cara.

―Nuestro señor no es malo, Lucy, solo un poco gruñón, deslenguado, sarcástico cuando se lo propone y un poco ingrato, pero tiene un corazón bueno…, venga vístete que enseguida vendrán a buscarte.

― ¿Dónde vas? ―Le grité alarmada cuando la vi dirigirse a la puerta dando saltos de entusiasmo.

―Tengo que irme. ―Y guiñándome un ojo cerró la puerta a su paso.

 

Mi mente quiso hacer lo que esa dulce niña me había pedido, pero mi cuerpo no estaba convencido, no después de escuchar que alguien iba a venir a buscarme. Con ese nudo en la boca del estómago que me presionaba cada vez más el pecho, me coloqué el vestido sin prisa y con desgana, pero sí muy pendiente de todo tipo de ruidos que se podía escuchar tras esa puerta que me miraba amenazante y que pronto se abriría para llevarme a ese mismo lugar triste que era la gran sala del castillo.

En condiciones normales me habría quedado con la boca abierta admirando la belleza que desprendía el vestido, pero mi miedo y mi pena de no estar con la persona que más amaba no me dejaron apreciar ese detalle.




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