Storm se encontraba sentado en un pequeño bar de mala muerte, con su daga en mano y una cerveza de raíz en la otra. Era un día gélido y cuando nevaba en el campamento por lo regular les dejaban el día libre. No es que hubiera muchas cosas que hacer en un día libre en medio de la nada.
Se apoyó contra la pared, tratando de entrar calor. Había escuchado que en Orsun el clima no estaba tan mal como en Othom; pero donde se encontraba la cúspide de la tormenta, sin duda, era en la Colina Celynn en los límites del Bosque Muerto. Allí estaban acampando recientemente el ejército de Orsun, listos para empezar los entrenamientos a los nuevos soldados que se estarían incluyendo en unas próximas semanas.
Pasó el dedo por el borde filoso de la daga.
También estaba atento a los rumores. Habían pasado dos días enteros llenos de ellos y Storm había escuchado cada uno de ellos mezclados con el crepitar del fuego.
El rey de Orsun había muerto.
El rey de Othom también y el príncipe heredero estaba perdido.
Algo malo, muy, muy, malo estaba pasando.
Los suaves murmullos del bar estaban cargados de información genuina, solo tenía que buscar con precaución y encontraría la respuesta.
Miró las brasas chisporroteantes de la inmensa chimenea de piedra a lo lejos y pensó que todo eso era una gran pérdida de tiempo. ¿Qué le importaba a él la realeza de Orsun y Othom? Nada. Absolutamente nada. No les debía lealtad a ninguno de los reinos y tampoco habían hecho nada por él cuando había quedado huérfano a las afueras de los montes Bronfire. Era un niño muy pequeño pero también astuto, y solo con su daga se pudo hacerse camino a través del Bosque Muerto a la edad de ocho años para llegar a Othom y refugiarse. Y creció, y entendió que solo él podía protegerse a sí mismo y no había nadie más que dependiera de él. Se había asegurado que jamás tuviera que pasar por algo así de nuevo.
No mientras tuviera esa daga de plata con las iniciales de su padre grabadas en el mango de cuero.
Dejando la nobleza de lado, tomó un último sorbo de su cerveza y se levantó de un empujón. Tiró un par de monedas en la mesa y se encaminó a la salida sin mirar a nadie.
Fuera, la tormenta golpeaba sin piedad a las casuchas que había bordeando el bosque y todo se fundía en viento y nieve. Soplaba con furia iracunda, silbando a su alrededor. Se acomodó la capucha de la capa y camino contra el viento.
El aire que inhalaba se sentía como espinas de hielo instalándose en sus pulmones a cada paso que se obligaba dar. Caminó un kilómetro y medio que le antojo diez eternos años y llegó al pequeño campamento que ya lo consideraba su casa. No era exactamente un campamento en sí, si no que era un fuerte resguardado por grandes paredes de piedra, un campo de entrenamiento y un par de balcones especiales para arqueros.
Hogar, dulce hogar.
Traspasó el umbral que, justo ahora, en medio del vendaval se encontraba vacío y se dirigió al norte de aquel espacio cerrado. Su pequeña cabaña improvisada pero cálida se encontraba en un rincón, ofreciéndole paz y tranquilidad. Como Capitán del Campamento del Oeste de Orsun, se le permitía ciertos beneficios: un lugar propio donde dormir y salidas ilimitadas a ciertas partes.
Era nuevo en eso de ser Capitán, ciertamente. Su excapitán había muerto unos días antes, en la Colina Celynn. El capitán Filitz y el lugarteniente Mither habían fallecido congelados y Storm había sido ascendido a ocupar su lugar.
Realmente no le debía dar cuentas a nadie, más que al rey... Pero el rey estaba muerto y el príncipe desaparecido. Solo quedaba el hermano menor del príncipe Dimitri, un joven de dieciocho años llamado Dixon que le tocaba reinar hasta una fecha desconocida. Storm realmente tuvo que esforzarse para no sentir lástima por él.
Con paso firme, atravesó todo el lugar y justo antes de que sus manos tocasen la puerta de roble oscuro, una figura emergió de la tormenta blanca y lo saludó con la mano. Storm lo invitó a entrar a su casa; con gesto de la barbilla señaló la puerta.
La figura y él entraron y justo después de cerrar el único ingreso. Un silencio pesado se instaló en la habitación. Un cadete el cual Storm desconocía su nombre, se removió incomodo en la habitación. Tenía unos dieciocho años, de complexión delgada y su cabello rubio lleno de rizos le cubría la frente. Sus manos moradas temblaban.
-Capitán Storm –comenzó-. Tenemos órdenes urgentes del rey.
Storm enarcó las cejas. -¿Y cuáles serían aquellas órdenes tan urgentes?
-El rey Dixon ha solicitado que todo aquel procedente de Orsun, entrando o saliendo, sea investigado. Quiere saber el propósito de su estadía en Orsun sea cual sea –tomó una larga respiración-. Y cualquiera que parezca sospechoso...
-¿Qué? –le animó Storm, ansioso por escuchar las demandas del nuevo rey.
-Cualquiera que sea sospechoso será ejecutado.
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Editado: 27.06.2019