VÍnculos

capitulo 22

Corrió. Corrió tan rápido como le permitieron sus piernas. Incluso estuvo a punto de tropezar dos veces. Pero no le importo. La maestra le había dado una segunda, y probablemente, pensó Helena, la última. Claro que, para un poco de su vergüenza, creía que ese era su ultimo problema. Obviamente era una preocupación menos, porque la alteración de su madre era realmente algo que no deseaba. Pero tenía angustias más, mucho más extrañas y terroríficas de las cuales interesarse. El camino se le hizo eterno, a pesar de que la percepción en cámara lenta que podía recordar había desaparecido. Cuando por fin vislumbro el árbol con la enredadera de fresa, sintió un alivio tan grande que la mitad su afán se ralentizo.

—Ela necesito ayuda- dijo Helena entre bufidos— muc...mucha ayuda.

Pero nadie respondió. No hubo ningún otro sonido aparte del que producía el viento al rozar los árboles. Fue entonces cuando la niña miro por primera vez directamente al árbol, a la fresa. No estaba. Es decir, la fresa seguía ahí. Pero Ela no estaba. La fresa era completamente normal, de un saludable color rojo. Pero no era el color que quería ver. La fresa color morado tornasol había desaparecido, y con ella la presencia de Arabela. No necesitaba mirar a la fresa para saberlo. Era algo que se sentía en el aire. Como si faltara algo. Un vacío abrumador lo llenaba todo. Helena no comprendía que sucedía. Primero una fresa que hablaba aparecía en su vida hasta volverla de cabeza, luego intenta volverse su amiga, luego aparece una presencia extraña y malévola. ¿Y ahora simplemente desaparecía?

—Oh créeme— una voz tan ubicua como la de Ela hablo. Pero esta sonaba como un bloque metálico arañado por enormes garras— no todo ha desaparecido.

Helena miro asustada a su alrededor. Aunque no se sorprendió al no ver a nadie. Ya se había acostumbrado a encontrarse con presencias extrañas que carecían de cuerpo. Pero eso no evito que sintiera miedo. Porque, aunque ya se había acostumbrado a eso gracias a Ela, lo que fuera que había hablado no era ni la mitad de amable de lo que había podido llegar a ser Ela en sus momentos de enojo.

—¿Que sucede ratoncita? — su tono era burlón— ¿el gato te comió la lengua?

Helena siguió en silencio. Estaba estudiando los detalles, las posibilidades, todas las opciones y posibles consecuencias, buenas o malas, que se pudieran desencadenar si decidía hablar con ese fantasma, espíritu o lo que fuera. Al igual que con Ela se podía sentir la energía en el ambiente. La energía que se sentía era la antítesis de la de Ela. Pesada y oscura. La reconocía, había estado cerca de ella más de lo que hubiera querido. La había sentido la última vez que había estado con Ela, en forma de un tornado, la había sentido hace unas horas en forma de una brisa mugrosa y sofocante. Y reconoció esa presencia en sus recuerdos, la primera vez que Missi la había golpeado y ella se había enceguecido de furia. Esa presencia era la que la convertía en un monstruo carente de razonamiento.

 

 




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