Siete años atrás.
—Salta —susurró León mientras abría los brazos bajo el balcón—. Pequeño... —reía al ver el rostro asustado de Noah— Solo salta, ya lo has hecho —era cerca de medianoche. Estaba asustado de caer mal y hacerlo caer—. Cariño… —temía lastimarlo— Se va a hacer tarde, tonto —pero esa sonrisa era tranquilizadora.
—Tonto —sonrió antes de saltar a sus brazos. Cuando cayó no quiso abrir los ojos.
—Sería un tonto si te hubiera dejado caer ¿No crees? —asintió con la cabeza cuando pudo ver aquellos ojos negros en medio de la oscuridad— No tienes que temer si es que es conmigo —lo había atrapado cual, si fuera su reina, lo protegía como a tal—. Pedí una van prestada, te tengo una sorpresa.
—¿Sorpresa? —estaba demasiado nervioso.
—Sería un mal novio si no tuviera una sorpresa ¿No crees? —volvió a asentir con la cabeza. Estaba algo nervioso— Así que vámonos —lo llevó en sus brazos.
—Bájame, puedo caminar —León negó.
—Eres lo más preciado para mí y no siempre me dejas sostenerte de esta manera —besó sus labios con sutileza—. Te amo, déjame quedarme así contigo por un rato más.
—Yo también te amo —se sostuvo de su cuello sin detener sus labios—. No sé qué haría sin ti.
—Desearía no tener que dejarte nunca —decir eso los hacía sentir mal.
—Yo deseo lo mismo... —suspiró con ilusión— No me importaría darte mi corazón para siempre. Para poder estar juntos toda la vida.
—Adoro cuando te pones romántico —entraron en la camioneta.
—Es muy grande —León rio— ¿Vamos a hacerlo aquí? —el otro asintió con dulzura.
—Ya no soporto estar sin ti —lo dejó en uno de los asientos, lo besó un poco más y fue a conducir.
Mientras León conducía iba cantando junto a Noah. Se sentían en su propio mundo. Algo hecho solo para los dos.
Tomaron sus manos. Estaban estupefactos. Estar el uno junto al otro era algo que nunca esperaron y parecía seguir siendo un extraño y hermoso sueño. Noah especialmente tenía aquella esperanza de que León lo salvara y nunca lo abandonara. Lamentablemente el otro tenía un muy mal presentimiento desde hacía un largo tiempo. Presentimiento que lo hacía querer llorar cada vez que lo recordaba.
Al llegar a su destino se vieron fijo conectando todos y cada uno de sus sentimientos. La noche era oscura, mucho más ahora que estaban en la montaña. Al mismo son tomaron sus manos, cruzaron sus dedos y se acercaron al rostro del otro.
No se puede describir en palabras lo hermoso que fue besarse en aquel momento. Sus corazones explotaban sin darse cuenta y no podían detenerse. El amor de ellos era tan grande que nadie podía entenderlo.
Si hubieran estado juntos más tiempo hubiera sido imposible olvidarse o seguir adelante sin el otro.
León acostó a Noah en medio del suelo. Besaba y sentía todo su cuerpo como algo mágico que tenía que proteger. Como la única cosa que le importaba en la vida. Sus gemidos eran lo más hermoso que podía escuchar. La manera en la que tomaba sus cabellos entre aquellas pequeñas manos era inefable. La forma en la que su espalda se arqueaba lo hacía estremecer.
El calor de estar dentro suyo lo embriagaba. Los besos que les daba a sus oídos haciendo que perdiera su concentración o la manera en la que un olor a vino era desprendido por todo su cuerpo. Todo era tan perfecto en ese instante que se puso a llorar. Sus lágrimas caían en el pecho del chico mientras pasaba su lengua.
—¿León? —preguntó Noah intentando verlo a los ojos— ¿Qué te pasa, amor? —su pecho ardía con excitación, pero no le gustaba sentir llorar al otro.
—Nada —limpiaba sus lágrimas rápidamente intentando no ser visto—. Solo estoy demasiado feliz —intentaba que le creyera.
—Eso es una mentira —fue incapaz de sonreír—. Sé cuándo tienes miedo, idiota.
—¿Idiota? —rio. No le interesaba demasiado tener sexo, solo quería sentir esa extraña conexión que siempre estaba presente cuando lo hacían— No soy un idiota —cuando se sincronizaban sin que nadie pudiera decirles nada.
—No va a pasar nada malo —besó sus mejillas en repetidas ocasiones—. Estoy a tu lado y tú estás a mi lado —el que eso desapareciera los asustaba.
—Lo sé —lo montó en sus piernas mientras embestía suavemente—. Lo sé totalmente —verlo morder su labio era perfecto—. No quiero perderte nunca en mi vida, Noah. Nunca en mi puta vida. Quiero tenerte así para siempre —sollozaba sin detenerse.
—Deja de pensar en eso. Es imposible —a pesar de los movimientos, quería hablar—. No encuentro ninguna manera en la que puedas perderme —se acarició contra sus cabellos.
—¿Y si pasa algo?
—Soy... soy incapaz de olvidarte. —hizo que fuera un poco más lento.
—¿Qué pasaría si tienes que olvidarme? —su miedo era demasiado grande. Pero el otro lo calmaba con solo decir lo que pensaba.
—Creo que es imposible llegar a olvidar a quien amas.
La mirada de Noah se perdió en el romanticismo del momento. Cruzó sus brazos por el cuello de su futuro prometido. Se acercó a su rostro y con todo el amor que sentía, los unió en un irremediable destino lleno de dolor. León lo supo en ese instante. En aquel instante en el que sus lenguas pasaron la una por la otra. No iba a dejar de amarlo nunca.
—Eres un idiota —León juntó sus frentes—. Eres en verdad un idiota.
—Sigo siendo el idiota que más amas.
—Yo tampoco podría dejar de amarte, Noah, nunca en toda mi vida —atrapó sus muñecas con toda su fuerza—. Y si algún día llego a morir, mi corazón jamás dejará de ser tuyo.
—No digas estupideces —la muerte no lo asustaba, perder a León por ello sí.
—No son estupideces —volvió a lanzarlo al suelo—. Si algún día muero, mi alma va a seguir siendo tuya. Tú debes vivir para cuidar nuestras almas —Noah negó sollozante.
—El día en el que mueras, moriré yo también —estaba asustado. Lo estaban asustando.