Habían pasado tres semanas del llamado de Alma, del primero, en el que estuvo por decirme algo importante y al final algo se lo impidió, o mejor dicho alguien, porque yo no me trago ese cuento de que justo se le cortó la llamada por una interferencia, y más aún cuando escuché gritos ajenos a Alma cerca de ella. Lo más raro fue que me haya llamado de vuelta al amanecer, diciendo que todo estaba bien, que había sido un malentendido, que quizá había bebido un poco de más y que esa noche solo hablaba incoherencias. Aun así, lo dejé pasar a pesar de que ya estaba listo para volverme a Buenos Aires. Por eso decidí quedarme, no sabía si al final había sido una buena o mala decisión. Haber vuelto a pesar de que me dijo que todo estaba bien, que me quedara tranquilo, hubiese sido una tontería.
Estas últimas tres semanas había aprovechado para pasarlas, en su mayoría, con Anita. Nunca había tenido una amiga mujer, de por sí ya era de pocos amigos, y no porque no sea un buen amigo ni nada de eso, siempre estoy para cuando me necesitan, es porque siempre he sido una persona introvertida, a veces insegura, y eso me ha costado prohibirme de muchas diversiones o relaciones. Pero nunca lo lamenté, incluso me sentía cómodo conmigo mismo. Las relaciones o amistades tarde o tempranos terminan siendo tu punto fuerte o tu debilidad.
Este tiempo que pasamos juntos, habíamos vuelto seis veces a la montaña. Cada subida la disfrutaba más que la anterior, no obstante, me costaba subirla como la primera vez. La sentía como una escalera de miles de escalones. También, le había cumplido la promesa de la cena, aunque en realidad no fue una promesa. Ese día cociné unas pizzas caseras, la masa me había salido muy húmeda y por más que le echaba y le echaba harina no se calibraba la textura, a la salsa se me había olvidado de ponerle sal, lo peor es que luego cuando metí la pizza al horno se me olvidó sacarla por haberme quedado en la sala hablando con Ana, me había dado cuenta por el olor a quemado que llegaba desde la cocina. También, me había llevado a ver a unos pingüinos que se juntaban en las costas del océano antártico. El espectáculo, sin dudas el más hermoso de la naturaleza que quizá nunca lo vuelva a repetir en mi vida, se dio la semana pasada: el pronóstico había anunciado que se vería una aurora boreal a unos cuantos kilómetros de las cabañas así que esa noche fuimos acampar bajo ese fenómeno natural. El cielo había estado estrellado, y de pronto, se fue formando de ondas de color verde amarillo. Sobre nuestras cabezas parecía algo mágico, sacado de otro planeta, me sentí privilegiado de poder presenciar ese espectáculo. Luego de unos minutos, así de rápido como llegó, se marchó, dejando un lindo recuerdo en mi memoria. Sin dudas estaban siendo las mejores vacaciones de mi vida.
Estaba en la comodidad de mi cama, acostado boca arriba. Ana me había invitado a cenar más tarde con su padre. El teléfono volvió a sonar. Tenía un mal presentimiento de que no fuera algo bueno el motivo de esa llamada. Lo más probable es que fuera Alma de nuevo, o quizá Juan, o tal vez mi madre, que me llamaba cada dos días preguntando como estaba.
Me levanté de la cama para contestar el teléfono y me acerqué hasta la ventana para ver la nieve caer, pocas veces paraba de hacerlo.
―Hola ―dije.
―Jefe. ―Esa voz la conocía. Me sorprendió escucharlo, no era ninguno de los que había pensado que llamarían―. Soy yo, Cáceres ¿Se acuerda?
―Sí, claro que me acuerdo de ti, hasta hace tres semanas nos veíamos todos los días en la comisaria.
―Me alegra escucharlo. ¿Cómo han estado las vacaciones?
―Las estoy disfrutando mucho más de lo que pensaba. ―Su llamada me tenía intrigado―. Aun me queda una semana más para volver a la comisaria, y tú, no me has llamado solo para preguntarme como me están yendo las vacaciones. Ve al punto ¿Para qué me has llamado? ¿Le ha pasado algo a mi madre?
―No, nada de eso. Créame que no lo llamaría si de verdad no fuese importante. Es más serio de lo que cree y no se lo puedo decir por teléfono, debo contárselo a usted primero en persona. Es muy probable que estén espiando esta llamada. Es indispensable que vuelva a Buenos Aires lo antes posible.
En ese momento Recordé que le había pedido que investigue a Agustín Castillo, el novio de Alma. Tenía tantas cosas en la cabeza que lo había olvidado por completo. Lo más seguro es que su llamada tuviera que ver con eso.
―Está bien, si de verdad es muy importante viajaré esta misma tarde hacia Campana. Te buscaré apenas llegue.
―Gracias, jefe. Debo cortar.
―Espera. Cuídate mucho.
―Usted también.
Me había tomado por sorpresa todo esto, volver a Buenos Aires estando todavía de licencia era algo que nunca me imaginé al venir aquí. Lo primero que tenía hacer era despedirme de Ana y su padre. Sabía que en algún momento tendría que hacerlo, pero no que sería tan de golpe y tan difícil. Me había encariñado mucho con ellos, en especial con Ana, que se había vuelto muy importante para mí. Y ahora una despedida, así sin más, quien sabe cuándo la volvería a ver.
Me abrigué y fui hasta la casa de Ana. La decisión ya estaba tomada, por más triste que me pareciera, cuanto antes me fuera mejor.
Toqué la puerta.
―Hola, Ana.
―Hey hola, Mateo. ―Me dio un abrazo. Este tiempo en Cerro Castor había prendido que así saludaba aquí, nada mejor que un caluroso abrazo en un clima tan helado―. Pensé que vendrías más tarde para la cena, pero pasa. No te quedes ahí que hace mucho frio.
No sabía que decirle, me quedé mudo un rato y acepté su invitación a pasar.
―¿Te pasa algo? ¿Por qué tienes esa cara? ―dijo ella.
―No podré cenar con ustedes.
―¿Por qué?
―Me voy.
―¿A dónde te vas, hombre? Deja de dar tantas vueltas, me estas asustando.
―Me surgió un problema urgente y debo volver para Buenos Aires. Vine a despedirme.