Habían pasado dos días, dos, en los cuales no sabíamos nada de Emiliano y sentía que moriría; estuve vomitando, no dormí nada, tampoco tenía ganas de comer, el estrés y el caos en el cual estaba por la angustia me estaba pasando factura. Desde que empezó la tormenta el papá de Emiliano, la nana Jenny, Simona y Sra. Beatriz, habían estado a mi lado en todo momento.
Ahora me encontraba rumbo a la cocina por un vaso con agua y bajando las escaleras escuche:
— Los encontraron, un barco que se encontraba cerca, que sobrevivió a la tormenta, los salvó a todos, pero no se encuentran muy bien — dijo mi madrina.
— Es cierto, es mejor que se quede en casa, porque puede impactarle mucho el estado de Emiliano, hasta podría perder al bebé — sentenció la nana Jenny.
— Está bien yo… — respondió Simona sin alcanzar a terminar lo que quería decir.
— ¿Qué, por qué son así? — Salí de mi escondite—. ¡No harás nada Simona!
Ellas me miraban sorprendidas, entonces continué:
— Es el padre de mi bebé y la persona que me ha amado sin importar las manchas de mi cuerpo, tengo derecho de…
— ¡Kaira! — gritó Simona.
Simona.
Vi como mi amiga se desmayó, corrimos asustadas a ella solo podía pensar en por qué Dios había creado a Kaira tan terca. En ese preciso instante el señor Moisés —padre de Emiliano—, llego. Así que como pudimos sacamos a mi amiga de la casa, mientras la acomodaban en la camioneta fui por su cartera y pertenencias.
El señor condujo lo más rápido que pudo al hospital de la Isla y otra preocupación creció en todos nosotros, por un lado, Emiliano quien trataba de luchar por su vida y por el otro el desmayo repentino de Kai, esperaba que no afectara al bebé porque ella no soportaría otra muerte más en su vida.
Kaira.
No logré recordar mucho de lo sucedido porque al despertar me encontraba en una habitación blanca, me sentía un poco desorientada y la luz blanca impactaba tanto en mis ojos que me obligaba a cerrarlos para aclarar mi visión, aunque fue una mala idea, la imagen que presencié fue muy, no sabría como explicarlo.
— Pero ¿Qué?
Ambos se separaron fijando la mirada en mí, con sus ojos bien abiertos y alejándose bruscamente uno del otro, eso sí era algo que no me imaginaba; solo esperaba estar en un simple sueño, que estuviera delirando o algo así.
— Voy por el doctor — dijo Moisés.
— Necesito una explicación, tomate tu tiempo. Quiero saber todo, ¿Cómo? ¿Cuándo? Y, ¿Dónde? No, lo último no.
Entró el doctor junto a la enfermera y mi mejor amiga salió, a petición de él.
— Mi niña, ¿Cómo te sientes? — pregunto.
— Desorientada.
— Como no, qué parte de que llevas un bebé en tu vientre y debes alimentarte bien, no entendiste.
— Perdón, estaba muy preocupada por Emiliano, por cierto ¿Cómo está él? ¿Dónde lo tienen? Puedo…
— Puedes nada, te quedaras aquí. ¡Llegaste muy deshidratada, no me hagas a la camilla jovencita!
— Está bien, haré todo lo que usted me dice, pero dígame ¿Cómo está él?
— La verdad no lo sé, un colega es quien está a cargo no yo.
— Podría ir a…
— No, no puedo nada. Te quedarás aquí tranquila.
Sin más salió al igual que la enfermera, dos segundos después entró la ingrata de mi mejor amiga.
— Yo te puedo explicar eso que viste — susurró Simona.
— Okey te escucho…
— Moisés y yo, estamos por así decirlo ¿Saliendo?
— ¡Que mi suegro y tú qué!
— Baja la voz y antes de que digas otra cosa, no sé cómo pasó. Okay.
— Cómo que no sabes, él es como 25 años mayor que tú. ¡Podría ser tu abuelo!
— La edad no importa, cuando alguien te ama sin importar que.
Solo la pude mirar con cara de asco, jamás lo imaginé. Mi vida había cambiado a un color no muy lindo, pero intentaba estar fuerte por mi bebé y Emiliano. Esperaba que él estuviera bien, después hablaríamos de su papá y mi mejor amiga.