Faltando un cuarto para las seis, don Miguel me despertó de un sueño profundamente tenso. Hacía frío y el sol apenas comenzaba a asomarse.
—Ve a lavarte la cara, pequeña. En unos minutos debes ir a clase —me decía con la misma cara de trasnocho que tenía yo.
Sin avisar quise ir hasta los lavabos del interior de la escuela pero don Miguel me detuvo aludiendo que aún no podía haber nadie dentro de la institución. Me lavé el rostro y me mojé mis crespos un poco para disimular la mala situación de mi apariencia en un grifo cerca al puesto de vigilancia de don Miguel. Me sentía rarísima con el pantalón azul de chico pues yo ni siquiera usaba pantalón de chica ya que siempre me gustaba sentir mis piernas despejadas. Además me veía extrañísima usando sandalias a modo de zapatos de uniforme diario.
Cuando don Miguel había más o menos despertado por completo, pudo por fin repararme de pies a cabeza y ver lo cómica que lucía así "uniformada" y soltó una risa burlona en frente mío como si al fin hubiese entendido el chiste que le contaron hace cinco minutos.
—¿De qué se ríe, señor? —le pregunté con cara de irritación sabiendo que yo era la razón de su burla.
—De nada, pequeña —respondió y se puso serio de repente—... Es que pareces un chico con melena —y soltó la carcajada por fin.
—Muy gracioso, señor —dije yo estresada pero con ganas de querer reírme de mí también.
Los niños y los padres más madrugadores comenzaron a llegar antes de las seis y yo me apresuré a ir a mi salón antes de que llegaran a montones. Odiaba las multitudes por completo.
—Hasta por la tarde, don Miguel —me despedí desde lo lejos—. Gracias por todo.
—Hasta luego, Dina. Recuerda ir al médico —tuvo que gritarme desde su puesto pues el frío me hacía caminar con rapidez—. Es aterrador lo que padeces.
Llegué a mi salón de clases el cual solo estaba asegurado con un pasador oxidado. Lo retiré para entrar y me senté en uno de los pupitres que también estaba helado. Mientras lo hacía llegó inesperadamente otra niña quien empujó aparatosamente la puerta para entrar. El estruendo me hizo pegar un brinco y me puso los nervios de punta como si de nuevo me encontrara en mi pensionado a media noche siendo asediada por un monstruo.
Vi a la chica entrar caminando rápidamente mientras se pasaba los dedos por sus ondulados y castaños cabellos. Me di cuenta de inmediato que era mayor que yo, algo así como unos dos o tres años. Traía saco rojo medio puesto y bolso café y a pesar del frío no tiritaba como yo lo hacía. Se sentó diagonal a mí unos pupitres atrás y me miró con extrañeza mientras se pasaba la lengua por los dientes.
—Qué bien te sienta ese pantalón azul —soltó al fin, mirándome de pies a cabeza.
Yo no dije nada. No me sentía de humor para conversar con extrañas.
—Te llamas Dina, ¿no? —volvió a soltar.
—Sí...—le respondí bastante irritada. Hubo silencio.
—Tranquila, no soy acosadora o algo por el estilo —sonreía—. Solo lo sé porque somos compañeras.
Silencio de nuevo. Yo apoyaba mis codos contra el pupitre y sostenía mi cabeza con las manos, bastante fatigada. La chica dijo algo más pero me estaba quedando dormida así que solo escuché murmullos.
—¡Ey! —volvió a ponerme los nervios de punta—. ¿Son apenas las seis y ya tienes sueño? ¡Caray! Y pensaba que yo era la reina de las flojas.
Hubo otro silencio largo y pensé que por fin la mocosa se había callado. Jamás deseé tanto que llegara la maestra.
—¿Por qué traes puesto uniforme de chic...? —insistió y no lo soporté de nuevo.
—¿Podrías, por lo que más quieras, dejar de gritar? —me quité las manos de la cabeza para mirarla fijamente—. Ya sé que traigo uniforme de chico. Ya sé que son las seis y si tengo sueño o no a esta hora no te incumbe, niña.
—Bueno pues se nota que no pegaste el ojo, niña —me alzó una ceja y se puso el dedo índice en la sien—. Y no te estoy gritando.
—Pues así suenan tus alaridos —me di cuenta que me estaba sulfurando y no quería—. Solo me duele la cabeza—me volví a frotar la frente.
—Solo te estaba preguntando por qué no habías dormido —puso sus pies sobre otro pupitre y se recostó—. Porque se nota que no lo hiciste.
—¡Bahh! No te incumbe —la volví a mirar—. Pero gracias por tu extraño interés.
—Como quieras...
En ese momento comenzaron a entrar las niñas más sociables que andaban en grupitos y esto las hacía sentirse inútilmente superiores. Yo me volteé y miré hacia el frente para evitar que creyeran que ahora la nueva estaba creando sus grupitos. El resto de las niñas fueron llegando a montones y el hermoso silencio fue opacado por vocecillas tediosas y el frío también se fue desvaneciendo.