Me siento en una piedra un momento a descansar. Llevo huyendo toda la noche y mis piernas empiezan a tambalearse.
Necesito unos minutos para coger fuerzas. Abro la cantimplora que me dió la mujer de las hierbas y bebo el último sorbo de agua. Aún es de noche y no tengo ni idea de dónde estoy. Seguí el sendero que lleva a la montaña como bien me aconsejó la gitana pero no sé hacia dónde lleva.
"Hoy es mi último día en tu cuerpo Maia. Espero que cuando vuelvas no te encuentres un puñado de cenizas"
El bosque se muestra blanco bajo la luz de la luna llena. Se oye el ulular de los búhos y lechuzas.
"Espero que en este bosque no hayan lobos ni nada parecido"
Maia empieza a sentir miedo pero yo consigo aplacarla. No es momento de mostrar debilidad.
"Vamos a seguir. No vamos a dar el gusto a ese cabeza hueca de hacernos chamusquina"
Acto seguido me levanto y sigo el sendero hacia arriba, hacia la montaña. Conforme voy subiendo la vegetación es más escasa y el terreno más estrecho y rocoso. Camino muy pegada a la pared de la montaña por miedo a caer.
De repente escucho música, personas cantando y riendo. Dudo en si es buena idea acercarme allí, aunque mis opciones en estos momentos son más bien pocas. Me acerco sigilosamente, escondiéndome entre las sombras. Las voces provienen de una cueva. Desde fuera se puede notar el calor de una hoguera. Me adentro movida por el deseo de calentar mi cuerpo helado. Una veintena de ojos se posan fijamente en mí. Sin saber qué decir me acerco a la hoguera y me siento con las piernas cruzadas.
Después de unos minutos de silencio un hombre de barba roja comienza a reírse. Da un trago a una bota de vino y éste cae a borbotones por su larga y sucia barba.
- A tu salud chica pelirroja! - dice en voz alta con la bota de vino en alto
- A tu salud! - corean el resto. Y dan un largo trago.
La fiesta continúa con canciones y risas. Al lado mía se sienta una joven de pelo negro intenso y ojos aún más negros.
- Debes de estar hambrienta - me dice ofreciéndome un trozo de carne.
- Gracias. Soy Maia - cojo el trozo de carne y empiezo a darle mordiscos.
- Mi nombre es Nora. El de ahí sentado es mi hermano, Luken. Bienvenida a una de nuestras fiestas paganas. ¿Te puedo preguntar de quién huyes?
Dudo un momento en si hago bien en confiar en ella y contarle la verdad.
- Me acusan de brujería - digo finalmente.
- Bienvenida al gremio. Aquí somos unas cuantas las que tenemos un pie en la hoguera, jajaja! - comenta mientras da otro sorbo de vino - Vamos a bailar!
Me agarra del brazo y me levanta. Bailamos dando vueltas alrededor del fuego. Nuestras sombras se proyectan en la pared de la cueva. Reímos, bebemos, danzamos y caemos dormidas al salir el alba.
En mis sueños empiezo a recordar. Una cueva. La cueva de Zugarramurdi. De repente viene a mi memoria. Aquí celebraban brujos y brujas el aquelarre. Aquí les dieron caza!
Me levanto de golpe. Me cuesta trabajo respirar. He de marchar de aquí. He ido a parar en la boca del lobo. Cómo puedo ser tan tonta!
Antes de que se despierten los demás salgo de la cueva. Sería inútil intentar convencerles de lo que va a suceder. Además mi misión es salvar una vida, tu vida Maia.
Despacio bordeo la cueva y me dirijo hacia el sendero por el que había subido. Me adentro hacia el bosque, dejando atrás el camino principal.
De pronto oigo pisadas, muchas pisadas y unas antorchas. Me escondo detrás de un árbol, ocultándome entre la maleza.
Una comitiva de unos 50 hombres pasan a escasos metros. Cargados de palas, hachas, picas y demás utensilios se dirigen hacia la cueva.
¡Daremos caza a las brujas! Nuestras tierras volverán a ser fértiles! Nuestras familias dejarán de enfermar! Quememos al demonio!
Contengo la respiración. Siento mi cuerpo temblar.
"Vamos Maia, tranquilízate. Te voy a salvar"
Transcurridos unos minutos que parecen horas salgo de mi escondrijo y me adentro más en el bosque. Ésta vez sigo el camino del cauce del río. El agua fría alivia las heridas de mis pies. Noto cómo unos pececillos me hacen cosquillas en los dedos.
- Cuidado puede que te tiren un bocado.
Doy un sobresalto con tal mala suerte que resbalo y caigo en el río. Me levanto toda magullada y empapada.
- Tranquila. Disculpe no quería asustarla - me dice un joven apuesto mientras me ofrece su mano.
- Pues lo ha conseguido - agarro su mano y salgo del río.
- Estás congelada. Vas a pillar un enfriamiento. Ven a mi casa que te dejo algo para ponerte.
Y sin esperar una respuesta empieza a andar.
Me quedo unos instantes parada, sin saber qué hacer.
- Vamos. El pueblo está a tan sólo unas millas. Prometo no volver a asustarte - me dice con una sonrisa que encandila a cualquiera.
Sin más dilaciones le sigo. Llegamos a un pueblo pequeñito. Hay mucho transeúnte de carretas y vendedores ambulantes.
Llegamos a una choza. Dentro hay una mujer entrada en años.
- Te mando a coger setas y mira lo que me traes. Una joven preciosa toda empapada. Ay chica pasa, pasa. No te quedes en la puerta. Ven y caliéntate al fuego. Debes de estar congelada. Ahora mismo te traigo algo para ponerte.
Euken! Ve a por leña!
Espero que espabiles a mi nieto. A este paso se queda sin zagales. En este pueblo sobran vacas y faltan mozas!
Me quedo sola unos instantes. Fuera oigo unas voces;
¡Acudid a la plaza del pueblo. Hoy el sol saldrá para nuestros hogares. Volveremos a respirar aire limpio y nuestros campos traerán prósperas cosechas. Venid todos!
Salgo de la choza y sigo a la multitud. Llego a la plaza. Me quedo petrificada.
Seis mástiles se alzan hacia el cielo. En cada una de ellas una mujer atada con una cuerda. Consigo reconocer a una de ellas: Nora. Ella me distingue entre la multitud. Su mirada que antes irradiaba vida, ahora se muestra vacía.