El cielo se va tiñendo de colores anaranjados. Seguimos en el autocar. Naím y las niñas están dormidos. Yo apenas he podido descansar. Estoy demasiado molesta e incómoda. Aprovecho para aclarar mis ideas:
"Soy una mujer africana, de Gambia. Tengo marido, dos niñas y otro que viene en camino. Vivimos en la pobreza, como la mayoría de personas de aquí. Naím ha gastado todos nuestros ahorros para un viaje a Rabat y su primo le paga el resto para no sé qué. Se muestra nervioso e inquieto. Tengo que averiguar sus planes para poder ayudarte".
Los dos chicos están despiertos. Observo cómo se miran y, creyéndose no observados, se besan a escondidas. .
Nosotros somos la única familia que viaja dentro del autocar. El resto de pasajeros son chicos, hombres y alguna que otra mujer.
Naím se despierta. Acerca su mano a mi barriga:
- Buenos días precioso - se agacha y la besa.
- Ya sabes que será varón? - le pregunto sonriendo.
- Por supuesto. Es nuestro pequeño Naím.
- Ah, ya tienes nombre y todo!
- Bueno, lo decidimos juntos. Te acuerdas?
- Sí, estaba bromeando - debería quedarme callada.
- ¿Has visto a los chicos de al lado? - continúa diciendo Naím.
- Sí. Subieron en Mauritania.
- En Mauritania la homosexualidad es motivo de pena de muerte. No me parece bien que un hombre ame a otro hombre, va contra natura. Pero tampoco creo que haya que sentenciarlos por ello - comenta con total seguridad en sus palabras.
- Cada uno es libre de amar a quien quiera. Los sentimientos no tienen dueño.
Debe ser difícil ser homosexual en un ambiente tan hostil, con tanta privacidad de derechos humanos. Quizás por eso huyen, para poder vivir su amor libremente - contesto irritada por los pensamientos arcaicos.
- Mamá tengo hambre!
- Y yo también!
Las niñas se han despertado. Es muy duro escuchar a tus hijos pedir comida y no tener nada que ofrecerles.
- Cariño cuando lleguemos buscamos algo para comer, vale?
Uno de los chicos de al lado abre la mochila y busca algo en su interior .
- Tomad pequeñas - les ofrece un plátano y un trozo de pan.
Las niñas lo cogen hambrientas.
- Muchas gracias. Es usted muy amable - le digo.
- Lamin, me llamo Lamin.
- Fátima. Gracias Lamin.
Seguimos el resto del camino en silencio, cansados por las 11 horas de viaje que llevamos desde ayer.
Las niñas ya no aguantan más y empiezan a ponerse nerviosas y a quejarse. Mis pies están hinchados y un dolor punzante en la cintura hace que no esté cómoda en ninguna posición.
Un olor a esencias me llega desde el exterior. Miro por la ventanilla y veo que nos adentramos a una ciudad de edificios pequeños. A ambos lados hay puestos de cerámica, alfombras, especias, chilabas..., entre otros. Las calles están llenas de personas absortas en sus quehaceres.
El autocar se para y se abren las puertas.
- ¡Ya hemos llegado! Vamos niñas, levantaos. Te ayudo Fátima.
Naím me tiende la mano y me ayuda a bajar del autocar. Detrás vienen las niñas cantando alguna canción.
- Bienvenidos a Rabat.
Un hombre de mediana edad, piel oscura y acento mezclado nos saluda.
- Abdul? Cuánto tiempo!
Naím y el tal Abdul se abrazan. Entablan una conversación. Las niñas y yo nos quedamos a un lado observando la escena.
- Perdona, no te he presentado a mi familia: Fátima, el pequeño Naím en camino y mis dos soles, Mariama y Siara. Él es mi primo Abdul.
- Ha sido un viaje largo, ¿verdad? Y más en tu estado. Mi mujer os espera en casa. Tenéis que descansar que mañana os espera un día duro.
Sin esperar respuesta comienza a andar con Naím al lado. Nosotras les seguimos de cerca. Veo a Lamin y a su pareja marchar con un chico marroquí. Nos despedimos con la mirada.
"Rabat. Para qué hemos venido aquí. No tenemos nada que perder, bueno sólo una cosa: tu vida. La que yo pretendo salvar"