CDMX 29 de septiembre del 2029.
El día miércoles estábamos todos en clase de química probando un experimento en el que debíamos medir la cantidad de dióxido de carbono que salía de un tubo al cual le soplaba un chico. Pero como siempre yo no ponía mucha atención por estar pensando en mis problemas personales. Me asustaba la idea de llegar a casa y encontrar a Ale, a papá o a mamá deshidratados o algo peor.
Esas ideas salieron de mi cabeza cuando vi que ella entró al salón. Iba sudada y llevaba la bata manchada de una sustancia azul verdosa en el vientre. Mis ojos se perdieron de pronto en su belleza.
— ¡Oye! — Me gritó Edson. — Aquí por favor, tienes que concentrarte.
Hacía señas con sus dedos centrales y apuntaba a mis ojos.
— Lo siento, es que estaba distraído.
Él sólo meneó la cabeza de izquierda a derecha en modo de desaprobación.
— ¿Qué tanto rollo te traes con esa chica? — Me preguntó con un tono molesto.
— Edson — Le dije ladeando la cabeza — sabes que me muero por ella, y últimamente me he dado cuenta de que podemos darnos otra oportunidad ahora que somos un poco más maduros, y no quiero desaprovecharlo.
— ¿Y yo qué? — respondió irritado.
— ¿Dónde voy a quedar yo? Él que en cada problema ha estado contigo, y todos estos años te ha apoyado incondicionalmente.
— Edson, tú eres mi mejor amigo.
— Pues yo no creo que lo sea, no tomas en cuenta lo que hago por ti. Siempre me tratas como a un amigo más de tu lista. Sabes que soy muy sensible.
Pude ver que sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas.
— Edson, yo ... — No sabía que decirle.
— Eso pensé. — me responde. Y azotó su tubo de ensayo contra la mesa, después salió corriendo del laboratorio fingiendo ante todos mis compañeros que nada pasaba.
La profesora Julieta sólo lo vio irse y luego dijo: — Maldita juventud — para después seguir anotando sus fórmulas en el pizarrón.
No sabía que hacer después de la escenita que me hizo. Salí corriendo tras él sin importarme que mis compañeros se burlaran y gritaran cosas estúpidas.
Abrí la puerta, pero al salir caí de rodillas en la dura banqueta. — ¡ay!
Las risas de mis compañeros sólo me pusieron más rojo de lo normal.
Corrí lo más que pude hasta llegar hasta Edson que estaba sentado en una mesa de la cafetería.
— Edson. Edson tenemos que hablar por favor.
— No hay nada de qué hablar Matías.
— pero es que no me gusta verte así amigo. ¿Qué pasa? — Le pregunté preocupado.
— Matías, jamás me entenderías. Yo soy... diferente. No soy igual a ti o a los demás chicos.
— ¿A qué te refieres Ed?
Subió sus gafas con su dedo índice acomodándolas correctamente.
Luego volteo su mirada gris hacía la mía. — Es que no sabes lo que siento justo ahora.
— Tal vez no te entienda ahora, pero puedes explicarme, pues yo te aprecio mucho amigo. Gracias por estar conmigo siempre — le comenté y sujeté su hombro.
— Lo sé, y yo a ti, pero, tengo que confesarte algo, algo que sólo le contaría a un verdadero amigo como tú, y que no lo había hecho por vergüenza, por miedo, y por qué soy a veces un cobarde.
— Adelante cuéntame, pero debes dejar de decir esas cosas, no eres un cobarde.
— Matías después de lo que te voy a contar no quiero que me odies.
Tan típica esa frase...
— Para nada hermano — le dije.
— Es que yo soy... — se notaba nervioso — bueno, mis preferencias sexuales son distintas, a mí me atraen más los niños que las niñas — susurró agobiado.
Luego bajó la mirada hacia un pequeño insecto que caminaba en el suelo.
Me quedé sin palabras por unos segundos, pero después supe cómo reaccionar. Él jamás dio una pizca de señales de ser gay.
— No.… no te... no te preocupes Eddy, entiendo. Ahora todo tiene sentido.
— ¿No me odias? — me preguntó con un tono triste.
— Para nada. Sólo que si me sorprendió la noticia.
— Esta bien, gracias por seguir siendo mi amigo.
— Amigos por siempre Eddy. Levanté los dedos meñique y pulgar solamente y los demás los dejé cerrados. Solía ser nuestro saludo de mejores amigos.
Edson se levantó y me dio la mano para levantarme también. Una vez arriba nos dimos un fuerte abrazo para demostrarle que no estaba sólo y que debía confiar en mí. Solía guardar muy bien los secretos.
Estaba viendo hacia el horizonte. De mi vieja escuela se veía muy bien el paisaje de montañas lejanas. Y supuse que él cerraba los ojos porque seguía llorando.
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Editado: 01.06.2020