Edson tomó a Kelly por el hombro y la hizo girar, la detuvo y la sacudió mientras yo me iba acercando a ellos.
— ¿Qué demonios pasa contigo? — le grité exaltado.
— Lo siento, lo siento mucho — respondió llorando — me lleve un susto terrible hace un instante, yo no quería perder el control.
— ¡Jamás lo vuelvas a hacer, ¿me entendiste?! — le dijo Edson — ¡Jamás!
Kelly se llevó las manos a la cara y empezó a llorar con mucha intensidad, mientras Edson la abrazaba. Detrás de mí venían Flor, José y los dos chicos franceses; se les veía agitados. Abadie y Émile llevaban a Flor por los brazos, tratando de alcanzar nuestro ritmo.
— Estamos en peligro aquí, somos un blanco fácil — dijo José sosteniendo una botella con agua en las manos.
— Hay que movernos, buscar provisiones — dijo Flor con la mirada puesta en la botella que sostenía José.
—¿Gustas? — ofreció José.
Flor asintió y recibió la botella para beber de ella, después me la dio a mí y la fuimos rotando para todos. Tenía un ligero sabor a tierra y hojas secas, probablemente llevaba días en ese vehículo. Bebí un gran sorbo y lo deslicé lo más rápido posible por mi garganta para evitar ese sabor tan horrendo.
— ¿Y si está envenenada? — preguntó Kelly, mirando con desconfianza el agua que se agitaba a sus anchas en el interior del recipiente. Hizo una mueca y tomó un poco, luego otra mueca y, sacó la lengua para demostrar su disgusto.
— ¡Está del asco!
— Mira, Kelly — le respondió Flor — es lo único que tenemos por ahora, así que te callas y tomas lo que necesites, ¿estamos?
— Pero Flor...
— ¡¿Estamos?! — los ojos casi se salían de sus cuencas al abrirlos.
— Esta bien — respondió Kelly cruzada de brazos, aún con lágrimas en las mejillas.
En medio del silencio sonó una alarma extraña, una alarma tan intensa que me erizó los vellos de la espalda; era la de los sismos, se escuchaba muy cerca y nos invadió un mal presentimiento.
— Pog aquí — nos gritó Émile — que me siga todo el mundo.
Nos pusimos a correr lo mejor que podíamos, yo llevaba a Flor por un hombro para ayudarla a encontrar el ritmo, y Kelly corría a nuestro lado pendiente por si necesitaba más ayuda. Abadie nos alcanzó por un costado y de su bolsa salió un frasco amarillo lleno de puntos negros, lo abrió y tomó con su dedo un poco de pintura negra grasosa, la untó en su frente y cachetes para después esparcir con suavidad. Al terminar le dio el frasco a Flor y le dijo apresuradamente:
— Ponlo en tu gostgo, que se espagza figmemente hasta el último guincón, es necesaguio paga camuflag en la noche.
Ella lo tomó con cuidado mientras su respiración se notaba cada vez más violenta.
— Tenlo — dijo mientras me entregaba el frasco en la mano — necesito que me ayudes a ponerlo.
Asentí, y liberé mi brazo del suyo por un momento mientras ella cojeaba. Al abrirlo un olor a grasa me llenó de golpe la nariz, tomé un poco con los dedos y lo puse en el rostro de Flor, ella lo esparcía con su mano y yo le ponía un poco más del otro lado.
Su ojo resentía la intensidad de la sustancia, porque inmediatamente empezó a lagrimear.
— Estoy bien — me dijo — es nada.
— Vale — respondí angustiado.
Al terminar seguí yo, y pude notar que el rostro se sentía más fresco, y los ojos me ardieron un poco al principio, pero nada grave. Minutos más tarde todos teníamos la cara tan negra como la noche.
La alarma se detuvo y los ruidos de las alcantarillas se escuchaban ahora, no parecía haber señales de vida, los grandes edificios estaban abandonados y el motor de un auto se oía a kilómetros de nosotros. No pasó mucho tiempo antes de que ese ruido tan espantoso y al mismo tiempo hermoso se escuchara otra vez, ahora era más lento y más escalofriante. Venía de un sólo lado y a la vez de todos, era imposible saber exactamente su punto de origen.
Trompetas con un sonido que podía deleitarte tanto, o hacer que te volvieras loco de remate. Descendían sus tristes notas desde el cielo, y parecía que se filtraban en el suelo hacia el infierno.
No sabíamos que significaban, ni porque se producía el ruido, pero nos asustaba mucho. Hizo que los vellos de mis manos se pusieran "chinitos".
Nos detuvimos para poder escuchar aún mejor, se sentía el silencio en la tierra por un momento, pero después de minutos, las voces del cielo volvieron a sonar. Era igual a cuando estas cómodamente leyendo un cómic o tu libro favorito y de pronto llega alguien de sorpresa por atrás y te asusta repentinamente, así se sentía cuando las trompetas entonaban su melodía y rompían el silencio.
Las aves recorrían el cielo en grandes parvadas, muy nerviosas, por lo que parecía, se notaba por la forma en que se agitaban violentamente en el aire, como si huyeran de algo. Salían todas del mismo punto y se perdían por el horizonte.
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Editado: 01.06.2020