Voces en el cielo

20

Tres días eran todo lo que necesitaba, sólo tres.

Émile quitó la venda que envolvía mi abdomen.

— Está mejog — me dijo sonriendo mientras terminaba de dar vuelta al vendaje y colocaba un extraño líquido morado en la herida

Me puso una gasa con alcohol y después me enredó una nueva venda por el tronco del cuerpo, haciéndolo cuidadosamente. Hizo lo mismo con mi hombro izquierdo; la herida no era nada grave en realidad, y por suerte, el proyectil sólo rozó mi costado. En ningún momento perforó alguno de mis órganos, de lo contrario sería una historia diferente.

El chico dirigió sus ojos a los míos y puso sus manos en mis piernas, mirándome frente a frente.

— Vamos Matías — dijo — tú puedes. Me guiñó el ojo y sonrió de nuevo. Trató de ayudar a incorporar mi cuerpo y lentamente sentí como me elevaba mientras jalaba de mis manos.

El dolor que me castigaba ya no era tan grave, y me dio mucho gusto poder sentarme una vez más.

Los chicos aplaudieron y sonrieron cuando me vieron dar los primeros pasos, como si fuera un niño pequeño aprendiendo a caminar. Sin embargo, la alegría se acabó minutos después. Se borraron las sonrisas de nuestras bocas y el ambiente triste regresó a rodearnos.

— Hora de irnos — susurró Edson, que se encontraba cruzado de brazos en la penumbra de la habitación. Su pie derecho le cruzaba el izquierdo por enfrente, formando un triángulo con ellos.

Flor asintió, Kelly asintió, los franceses también lo hicieron. Duque dio un salto hasta el catre, moviendo su pequeña cola y con las orejas caídas.

Antes de salir miré por última vez el interior de aquella casa solitaria, y noté un reconocimiento colgado a lado de la entrada: “Universidad Nacional Autónoma de México; médico cirujano Daniel G”. Una mancha de moho evitaba que leyera más allá de eso, pero fue suficiente para saber en la casa de quien estábamos, y con quien más sentirme agradecido. Procedimos a abandonar la casa.

Afuera era fresco, el viento soplaba con delicadeza en mi rostro y alborotaba mi cabello. La ciudad se veía abandonada, los árboles se exhibían ante nadie, los edificios tenían los vidrios rotos y algunos estaban carbonizados, otros en llamas. Afuera era un desastre.

El que solía ser un hermoso cielo azul, era ahora de color grisáceo, con muchas nubes negras y algunas en un tono rojizo.

— ¿Somos los únicos seres vivos que quedan aquí?

— No lo creo, Kelly — respondí. — Hay alguien más con nosotros, puedo sentirlo.

 

Los cadáveres en la calle estaban en tan mal estado, que el olor se percibía a un kilómetro de distancia.

Avanzamos por la angosta calle llena de basura y plomo por todas partes. Había municiones en suelo y cartuchos inservibles, inclusive armas en mal estado.

Mi brazo iba sobre el hombro de Edson, quien sólo llevaba la vista al frente y volteaba de vez en cuando hacia atrás, vigilando que nadie nos siguiera. Émile y Abadie iban al frente, apuntando a todos lados.

Lo más gracioso de todo es que ellos llevaban un arma en sus manos, todos y cada uno de ellos; menos yo.

Me dijeron que las encontraron en el interior de la casa que dejamos atrás. Fue un gran golpe de suerte, sin duda, ya que tenía comida enlatada, botellas llenas de agua y armas de fuego en perfecto estado.

 

Se escuchó un silencio absoluto. Tan profundo que asustaba, eso hasta que un extraño ruido nos detuvo. Y ya no era el sonido de siempre, ahora parecía que salía de la garganta de alguien, era una hermosa y aguda voz manteniendo una nota de "Do" entre las nubes. Al instante las trompetas se entonaron, acompañando a la voz tintineante. Se combinaban y nos confundían al extremo, no nos podíamos concentrar con esas voces en el cielo.

Las nubes se movían más rápido de lo usual, la melodía se hacía más intensa. Nos quedamos quietos por unos segundos, pero entonces Edson rompió la tensión.

— Busquen un escondite de inmediato — susurró.

 

Me llevó con él hasta un Volkswagen abandonado y nos refugiamos por la parte opuesta a la calle. Duque venía con nosotros y se sentó a mi izquierda, lamiendo mi mano. En sus ojos pude ver miedo y esperanza, el alma de alguien que quería vivir. Giró la cabeza y sacó la lengua jadeando.

 

— No hagas ningún ruido — me dijo Edson. Cargó su arma mientras la sostenía con fuerza y precisión. Apuntó a la calle que estaba al otro lado del auto, con un ojo sobre el arma para poder distinguir mejor.

 

Abadie y Émile corrían hacia una casa cercana y se metieron allí, apuntando por las ventanas rotas. Kelly y Flor también estaban escondidas tras un carro. Se podían distinguir fácilmente sus piernas temblorosas por abajo.

Edson no traía puestos sus anteojos, supuse que se le cayeron al correr conmigo aquí. Todo fue tan rápido.

Pasaron los minutos y la melodía en las nubes continuaba. Las trompetas se escuchaban estremecedoras, simplemente terroríficas. Las ganas de arrancarme los oídos permanecían.



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En el texto hay: romance, aventura, tercera guerra mundial

Editado: 01.06.2020

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