Capítulo 18.
Tienes el derecho de hacerlo
Justo como lo acordaron, los cuatro partieron juntos de la Hacienda Kaedehara rumbo a la Ciudad de Inazuma. Para esos momentos ya no había rastro alguno de Katsumoto y sus hombres en los alrededores; casi como si nunca hubieran estado ahí en primer lugar.
Ayaka y Thoma caminaban al frente de Kazuha y Tomo, guiando el camino y el paso. Además de eso, el leal amo de llaves del Clan Kamisato tuvo también la responsabilidad de cargar en su espalda al aún inconsciente Ouji.
—Lamento seguir causándote tantas molestias, Thoma —le murmuró Ayaka a su lado, notablemente apenada.
—Descuide, señorita —le respondió Thoma, esbozando una de sus usuales sonrisas afables—. No podíamos dejarlo ahí solo después de que se arriesgó tanto para llevarnos. Creo que es lo menos que le debemos. Además, el viaje no será muy largo, y por suerte no pesa mucho.
Ayaka asintió, más aliviada que nunca por contar con la ayuda incondicional de su leal sirviente y amigo. Estaba muy dolida también por lo que le había pasado a Ouji. Esperaba poder de alguna forma compensarle esta horrible experiencia en cuanto despertara.
Aunque claro, siendo honesta consigo misma, había otro tema ocupando su mente por encima de la situación del espadachín Ouji. Y las frecuentes veces en las que la Princesa Garza volteaba sutilmente a mirar sobre su hombro al chico de cabellos claros que caminaba detrás de ella, lo dejaba bastante en evidencia. Eso, y que cada vez que el muchacho parecía estar a punto de darse cuenta de que lo miraba, Ayaka se viraba de nuevo al frente, disimulando, aunque con su rostro visiblemente sonrosado.
—Debe sentirse complacida de haberse reencontrado con el joven Kaedehara justo como quería, ¿cierto? —comentó Thoma de pronto, destanteando un poco a Ayaka por lo repentino del comentario. ¿Sus pensamientos se habían dibujado tan claros en su rostro?
—Sí, por supuesto… —murmuró Ayaka despacio, esbozando una pequeña sonrisa nerviosa. No logró evitar al mismo tiempo mirar de nuevo a la persona en cuestión detrás de ella—. Es sorprendente que justo nos hayamos cruzado con él en ese sitio, ¿cierto? Fue una gran coincidencia.
—No pienso que algo de lo ocurrido en ese dojo haya sido precisamente una coincidencia —masculló Thoma despacio, como un sutil pensamiento al aire.
Ayaka se sintió un poco desconcertada por sus palabras.
—¿A qué te refieres?
—No sé —respondió el sirviente, riendo un poco—. Quizás fue voluntad de los Arcontes, aunque muy seguramente no de nuestra Shogun. Pero mejor no me haga caso; en realidad no sé lo que digo.
«Voluntad de los Arcontes» repitió Ayaka en su cabeza. A veces se preguntaba qué tanto realmente los Dioses intervenían en ese tipo de cosas. Conforme iba creciendo, más llegaba a la conclusión de que no tanto como la mayoría de las personas creía.
—¿Y qué piensa hacer ahora que lo encontró? —inquirió Thoma con curiosidad.
—Primero llevarlos a la casa de té y curar la herida de Kazuha, como lo prometí —respondió Ayaka sin mucha vacilación—. Y luego…
Guardó silencio, sin darle un término a dicha frase. No estaba segura de qué ocurriría después. Quizás para variar se daría la libertad de poder decidirlo en el momento.
Por su parte, desde su posición unos pasos detrás, Kazuha intentaba aparentar que no se daba cuenta de las frecuentes miradas de Ayaka hacia él. Eso lo tenía un poco inquieto. Y no precisamente por las miradas en sí, sino por lo que podría estar pasando por la mente de la joven Kamisato en esos momentos. No desconfiaba de su vieja amiga en el sentido de sentir que caminaba a alguna trampa (aunque siendo objetivo quizás debería, pues no la había visto en ocho años). Pero ambos tenían claro que había temas pendientes entre ellos que muy seguramente tendrían que ser resueltos más pronto de lo que cualquiera esperaba.
Su incertidumbre, por supuesto, no pasó desapercibida por su compañero de viaje andando a su lado.
—¿Por qué tan cabizbajo? —preguntó Tomo despacio, inclinando su cabeza un poco hacia él para poder hablarle de forma más discreta—. ¿No te alegra reunirte con tu amiga de la infancia luego de tanto tiempo?
—Sabes que si esto pasó es solamente porque no hubo otra alternativa —le respondió Kazuha con seriedad—. Pero como te dije anoche, hubiera preferido que esto no ocurriera… No aún, y en especial con lo que vinimos a hacer aquí.
—Ya, ya —masculló Tomo, bastante calmado pese a todo—. Sé que te daba algo de miedo tener que encararla, pero a mí no me parece que esté molesta contigo. De hecho, creo que está bastante feliz de verte, ¿no crees?
Kazuha no respondió nada. Su mirada se encontraba fija en la joven espadachín delante de él, y en especial en su larga cola azulada meciéndose con cada uno de sus pasos. Sí, parecía feliz en efecto… Pero eso no significaba que no estuviera también molesta.
—Oye, no irás a intentar huir o algo así, ¿verdad? —le cuestionó Tomo; un poco como broma, un poco como regaño.
—Por supuesto que no —respondió tajante el espadachín Kaedehara—. Aceptaré completamente todo lo que ella tenga que decirme.
—Como todo un caballero, ¿eh? —masculló Tomo con una sonrisa pícara.