Capítulo 21
Buenas Noches
Ayaka caminó con paso apresurado por el pasillo hacia las escaleras, bajando rápidamente cada peldaño con su vista fija en el camino. Su mente, sin embargo, divagaba un poco en la habitación que acababa de dejar, y en específico en uno de sus invitados.
No le agradaban los pensamientos que estaban rondándole la cabeza en esos momentos, pero tampoco hacía mucho esfuerzo por dejarlos de lado.
¿Por qué Kazuha insistía tanto en querer irse lo antes posible? De hecho, si no fuera por la intervención de su amigo, posiblemente ni siquiera hubiera ido ahí con ellos. ¿En verdad lo hacía por preocupación y para no ser una molestia? ¿O sólo insistía con la misma excusa por qué la realidad era que no deseaba estar cerca de ella? ¿Tan horrible le resultaba su compañía…?
O, ¿quizás lo había presionado demasiado? Creía que él estaría tan emocionado de volver a verla como lo estaba ella, pero era evidente que no era así. Su huida del día anterior debió habérselo dejado claro.
Eso hacía que comenzara también a sentirse un poco tonta. Después de todo, ya no eran los mismos niños de hace ocho años, en especial él. Había viajado, conocido mucha gente, vivido muchas experiencias… ¿Por qué querría pasar el tiempo con una chica que nunca había dado más que unos pasos fuera de su casa? De seguro para él ahora sólo era una estirada, aburrida y sosa chica noble, que quizás lo trajo hasta ese sitio sólo para restregarle su posición en la cara…
—Srta. Ayaka, espere —pronunció la voz de Thoma a sus espaldas, un tanto exaltada—. Más despacio…
Ayaka se detuvo en seco, y sólo hasta entonces se dio cuenta de que se estaba sintiendo un poco agitada. ¿Era por los pensamientos que estaba teniendo… o por qué había estado casi corriendo sin darse cuenta?
Se giró lentamente, notando a Thoma a unos metros de ella, recuperando un poco el aliento.
—Lo siento, Thoma —murmuró apenada—. Estaba un poco distraída.
—¿Se encuentra bien? —le preguntó el sirviente, ya recuperado—. ¿Está acaso… molesta?
—No, para nada —le respondió sin titubeo, incluso sonriéndole con aparente normalidad—. ¿Por qué lo dices?
Su sonrisa podría parecer sincera, pero Thoma la conocía lo suficiente para saber que detrás de ella se encontraba otro tipo de emociones. E igualmente sabía que las mismas no le concernían a él cuestionarlas.
—Por nada —murmuró despacio, mirando hacia otra dirección—. Es en esta habitación, ahí lo colocamos.
Ayaka se viró entonces a su diestra, dándose cuenta de que ya estaban a unos cuantos pasos de la puerta.
—Pasemos entonces —indicó con serenidad, aproximándose a la puerta para deslizarla con cuidado y asomarse al interior.
Dentro, Ouji se encontraba recostado sobre un futon, mientras una de las meseras lo observaba a su costado. Al notar la presencia de su ama, la joven se hizo a un lado para dejarle el paso libre. Ayaka se aproximó al futon. Ouji aún tenía sus ojos cerrados, pero se agitaba un poco, aparentemente saliendo poco a poco de la somnolencia esperada tras haber estado tanto tiempo inconsciente. Su espada reposaba en el suelo a su lado.
—¿Sr. Ouji? —murmuró despacio la Princesa Garza, sentándose en el suelo a su lado—. ¿Puede escucharme?
El samurái pareció en efecto oírla, pues al momento giró su rostro en su dirección, y lentamente abrió sus ojos. Su vista tardó un poco en aclararse, hasta que el rostro sonriente de la Srta. Kamisato se volvió nítido para él. Su reacción, sin embargo, fue de hecho de cierta aversión. Rápidamente se sentó en el futon y se hizo hacia atrás, alejándose de Ayaka. Su rostro reflejaba confusión, y quizás un poco de miedo.
—Tranquilo, soy yo —susurró Ayaka despacio colocando una mano sobre su pecho, y extendiéndole la otra gentilmente a su invitado—. Está a salvo. Lo trajimos a…
—¡Aléjese de mí! —exclamó Ouji con fuerza, dándole un fuerte manotazo a la mano de Ayaka para alejarla. Luego tomó rápidamente su espada y saltó hacia atrás, quedando prácticamente en el extremo contrario del cuarto. Su mano derecha cerca de su empuñadura, listo para desenfundar.
—¡Señorita…! —exclamó Thoma alarmado al ver esto y se aproximó rápidamente hacia ella.
La mesera, también presente, se puso de pie de un brinco, también asustada.
—Ve por Kozue, ¡rápido! —le indicó el sirviente a la mesera con tono firme, y la chica se apresuró sin chistar a obedecer el encargo.
—No, Thoma —murmuró Ayaka, mientras sujetaba su mano un poco enrojecida por la palmada—. Es evidente que sólo está confundido…
—¡No lo estoy en lo absoluto! —gimoteó Ouji con ímpetu, su voz carraspeando inyectada en cólera—. Estoy muy consciente de todo…
Agachó en ese momento su cuerpo, separó sus pies y tensó los dedos de su mano, próximos a su espada. Había adoptado una clara posición de ataque.
—Vi lo que hicieron ahí, con sus visiones… —masculló el samurái con voz grave—. Dicen querer ayudar, dicen que son diferentes a la Comisión Tenryou. Pero mientras a nosotros nos arrebatan nuestras visiones, y nuestras almas con ellas, ustedes los de la Comisión Yashiro pueden pavonearse libremente con las suyas, ¡¿no es así?!