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Durante el trayecto de regreso a casa comenzaron a caer gotas de lluvia cada vez con mayor intensidad, con lo que decidí acelerar el ritmo tapándome la cabeza con la capucha de la sudadera. No podía parar de pensar en todo lo que me había contado el militar discapacitado Jim Scott. Al llegar a la puerta de mi casa, estaba completamente empapada. La abrí y me percaté de que se encontraba vacía. Mi madre se había largado ya de fin de semana.
"¡Otra vez sola!. Mejor. Así podré preparar las cosas con tranquilidad", pensé.
Subí rápidamente a mi dormitorio para no quedarme fría y me desnudé mientras abría el grifo del agua de la ducha.
Daba gusto estar debajo del chorro de agua caliente. Cerraba los ojos y notaba como todo el torrente se deslizaba por mi cuerpo. Continuaba meditando sobre la historia del tal Jim Scott y sobre todo en el lío que nos íbamos a meter esa misma tarde; sin embargo, por otra parte me moría de ganas de probar los dispositivos con el software de control que tenía en mi poder.
Completamente relajada salí del baño con un albornoz puesto sin parar de darle vueltas al asunto. Mi cerebro no paraba de planificar y evaluar los posibles riesgos que seguramente asumiríamos.
"Debemos ser sigilosos, precavidos y precisos al máximo si queremos seguir vivos", pensé entretanto me ponía unos vaqueros, una blusa blanca y una chaqueta de lana fina azul marino.
Después de tomar un sándwich de jamón dulce y de beber un vaso de leche caliente para retomar algo de fuerzas tras la sesión de footing, bajé al sótano con el propósito de repasar y preparar el equipo que necesitaba.
Todo debía de estar a punto para cuando llegara Jim Scott y así conseguir evitar las pérdidas de tiempo inútiles y contraproducentes.
Mi lugar personal de trabajo era el sótano de la casa, donde se accedía desde una puerta que se encontraba al final del pasillo en la planta principal. Después de dicha puerta, se hallaba un descansillo muy corto que desembocaba en unas escaleras de madera largas y empinadas, las cuales daban acceso directo a la amplia habitación subterránea. Este lugar era mi santuario personal donde usaba, desarrollaba y mejoraba continuamente todas mis habilidades como hacker. Un habitáculo de unos cincuenta metros cuadrados dotado de un buen número de dispositivos y aparatos de diferente tipo y tecnológica. En el centro sobresalía una mesa enorme con tres grandes monitores conectados a diferentes ordenadores.
Volví a comprobar toda la información del pendrive que me entregó el fallecido David Colleman, revisando los programas informáticos implicados en aquella fascinante plataforma de tecnología avanzada. Había uno en especial que sobresalía entre todos los demás programas, muy extenso y complejo con el nombre de "BB-500 Control". Deduje sin problemas de que este módulo era el programa principal de gestión del microprocesador que llevaba instalado Jim Scott en su espalda. La tensión arterial y la adrenalina se me disparaban por momentos por la excitación que estaba sintiendo.
También existían diversos módulos para interactuar con los periféricos y accesorios. Llegué a la conclusión de que con toda seguridad servirían para utilizar las gafas y el auricular que también estaban en posesión de Jim Scott. Aplicaciones auxiliares destinadas a ser herramientas de desarrollo con el objetivo de mejorar el microprocesador, clausuraba el soberbio y amplio grupo de elementos perteneciente a aquella increíble plataforma.
Me encontraba pletórica. Había conseguido cerrar el círculo y ahora todas las piezas del puzzle encajaban en perfecta armonía, dotando a aquel sistema de sentido. Todos estos programas de tecnología punta que habían llegado de manera fortuita a mis manos, junto a la batería de aplicaciones de hacker que ya estaban en mi posesión y con las que yo realizaba auténticas maravillas, me aseguraban un éxito absoluto en las metas que necesitábamos cumplir. Solo faltaba la llegada de Jim Scott para intentar acceder al microprocesador instalado en su espalda.
Al oír que sonaba mi móvil, durante un instante me sobresalté. Miré a la pantalla y leí "Charlie".
─ ¡Dios mío mi novio!. Me he olvidado completamente de él ─me dije a mí misma en voz alta para inmediatamente después descolgar el teléfono.
─ Hola Charlie. ¿Qué tal estás cariño? ─contesté a la llamada en tono afable.
─ Bien. ¿Dónde has estado Lorena?. ¡Te he llamado mil veces! ─preguntó mi novio un poco molesto─. Al final me tenías preocupado.
─ Perdona. ¡Te juro que no me he dado cuenta!. Salí a correr esta mañana por el parque y me entretuve hablando con una amiga que me encontré allí. Hacía mucho tiempo que no la veía. Luego se me fue el santo al cielo ─respondí mintiendo.
Charlie sin hacer mucho caso a la excusa, dijo.
─ ¡Lorena!. Recuerda que esta noche tenemos la fiesta de la universidad. ¿A qué hora paso a buscarte?.
"¡Mierda!", exclamé pensativa. No recordaba lo de la fiesta y estaba claro que no podía ir. Necesitaba encontrar un pretexto convincente y rápido.
─ ¡No me encuentro bien Charlie!. Creo que el deporte de esta mañana me ha sentado bastante mal. Además, tengo la regla y me duele mucho la barriga. Me encantaría acompañarte, de verdad, pero es que no estaré bien allí y te voy a amargar la noche. Prefiero quedarme en casa descansando tranquilamente.
Tras un breve silencio, pues Charlie para nada se esperaba tal respuesta, contestó apenado y sobre todo resignado.
─ ¡Joder que mala suerte!. Llevamos meses esperando este fiestón. ¡Va a estar todo el mundo!; pero vamos, si quieres me quedo contigo en tu casa haciéndote compañía.
Mi olfato me decía que era una pregunta trampa para que me compadeciera de él y le dejara ir a la maldita fiesta; y mi olfato rara vez se equivocaba, pero con lo que mi novio no contaba en ese momento, era con que efectivamente yo quería que él fuera a la fiesta y así poder encargarme sin sorpresas inesperadas y sin interrupciones indeseadas de Jim Scott.
Editado: 21.05.2018