05 de Marzo, 2015. 10 años después.
Acomodo a mi hija en su sillita de bebé para darle de desayunar. Sofía tiene tan solo dos años así que no hace muchas preguntas… el problema real es Alexander, el mayor, él tiene cinco añitos y está lleno de inquietud. Su principal problema en la vida es la ausencia de su padre, la siente a pesar de ser tan pequeño.
— ¿Dónde está papá? —pregunta mientras le sirvo su tazón de cereales.
Tengo tantas cosas que hacer que no me preocupo en responder su pregunta, tan solo le doy un simple “no sé” y continúo en mi labor de alimentarlos a ambos y alistarlos para comenzar el día. Paso a dejar a Alexander al kínder, es su último año y hemos estado tratando de llegar temprano y dar el mejor esfuerzo a pesar de que mi güerito ha estado triste. Han sido unos meses difíciles. Me bajo del auto dejando a Sofía en su sillita para besar la frente de Alexander y desearle un buen día. No vuelvo a subir al carro hasta que él está a salvo, dentro de las rejas del kínder.
La música de algún grupo genérico para niños suena a través del radio de mi carro, Sofi va muy a gusto, gritando y cantándola con palabras a medio pronunciar. Necesito amigas… hablar con algún adulto… me volveré loca si no.
Estaciono lo más cerca que puedo de la entrada del supermercado. Tomo mi bolso y a mi hija y camino hacia el edificio, las puertas de cristal se abren automáticamente de par en par y una briza fresca me recibe. Busco un carrito de compras casi en cuanto entro, a ella la acomodo en la parte para niños y comienzo a transitar pasillo por pasillo buscando los puntos en mi lista de compras.
— ¿Deberíamos llevar manzanas, Sofi? Te gustan las manzanas, ¿no? —como es costumbre, ya que apenas hablo con mi esposo o mis supuestas amigas, hablo con mi hija de dos años que apenas y responde—. Llevaremos manzanas para una rica papilla.
Echo algunas bolsas con frutas y verduras antes de seguir con mi recorrido.
— ¿Y qué opinas de unas deliciosas poptarts? Podemos llevar unas poptarts de fresa… o de chocolate… no lo sé.
— ¡Cochate! —grita ella extendiendo las manos, como si me pidiera que le diera la caja que tengo en las manos. No estoy loca, aprendí que los dulces no se llevan con los niños tan temprano después de haber criado a Alexander.
—Más tarde cariño.
Pongo la caja de poptarts en el carrito de las compras y sigo caminando. No me fijo por donde voy y es muy tarde para cuando lo hago. Choco de golpe con el carro de alguien más. Sonrío sinceramente, queriendo disculparme, pero lo que veo me paraliza de pronto… y creo que a él igual. Henry está ahí de pie junto a la mujer que llevaba el carrito… es una rubia de tetas grandes y culo bien formado. Él tiene la expresión de un niño que ha sido descubierto robando un dulce o dinero de la bolsa de su madre. Solo que no es un niño y no está robando dulces: es mi esposo con otra mujer.
—Elena…
Mi primer impulso, quizá no el más lógico, es tomar a Sofía en brazos y caminar furiosa pasillo tras pasillo hacia la salida. Él me sigue, repitiendo mi nombre una y otra vez, pero no tengo fuerzas para detenerme y mirarlo a la cara. Me alcanza a tomar del brazo y, en un impulso de ira, le doy una buena bofetada antes de salir del supermercado hacia el automóvil. Subo y coloco a mi hija en su sillita para luego subir yo y acelerar antes de que Henry tenga la oportunidad de seguirme hasta aquí.
Cuando considero que estoy lo suficientemente lejos, me detengo, aparco el auto a la orilla de la calle y, sin poder evitarlo, me suelto a llorar. Lo sabía… yo lo sabía desde hacía mucho tiempo pero no quise aceptarlo. La mujer que lo acompaña es su secretaria y debe tener la edad que tenía yo cuando nos casamos –veinte años–, ella es muy guapa, tiene un cuerpo escultural, incluso mejor que el que tenía yo en mis buenos años… además es pelirroja, es como el capricho que Henry tenía desde que lo conocí. Me duele. Me duele ver que él me cambió por una mujer diez años menor que yo, me duele ver que no está pensando en sus hijos, en sus dos pequeños. Después de un rato dejo de llorar, no me siento mejor, pero por lo menos las lágrimas cesan un momento. Pongo el automóvil en marcha y me dirijo hacia el hogar de mi hermana menor… no tengo a dónde más ir.
Toco el timbre intentando mantener la compostura por tanto tiempo como puedo. Cuando Joanna abre la puerta no puedo más y me desplomo frente a ella. Su rostro se arruga de la impresión, es veloz al rodearme con sus brazos y hacerme pasar a su departamento. Mi hermana menor es muy independiente, se mudó siendo joven en cuanto terminó su carrera como mercadóloga… mis padres deben sentirse solos…