Ella es una mujer de coraje, ella ama lo salvaje y no acepta lo frágil.
Ella lucha, ella sobrevive en amenazadas selvas. Ella está en extinción.
Los mayas fueron una civilización misteriosa, eso se puede observar desde los conocimientos en varios temas y, principalmente, en sus costumbres. Con una abundante y rica naturaleza y una cultura infinita de saberes.
Lugares calurosos y húmedos con cadenas montañosas que llegan a cuatro mil metros de altura, además de tener muchas regiones planas y bañadas en ríos y arroyos. Los dznonot dentro de las cavernas son cenotes de agua cristalina que dejan esos lugares más paradisíacos.
En aquella región el grupo de habitantes era reducido, todos se conocían. Estaban siempre en contacto.
En el pueblo, donde las personas más humildes vivían, las casas eran chozas de materiales fáciles de encontrar en su medio: el lodo y la palma. Se ubicaban próximas al agua corriente para equilibrar el día a día, así también para desarrollar su forma de riego, aunque eran las lluvias las que realizaban la mayor parte del rocío.
Los vínculos matrimoniales eran comunes y siempre pacíficos, ningún hijo iba contra la voluntad de su padre. Muchas veces eran matrimonios organizados por motivos políticos o para la paz de alguna futura guerra.
Yatziri era una princesa maya. Ella era hermosa; su piel, morena, suave y delicada. Llevaba el rostro pintado de acuerdo con la tradición, los ojos negros como la noche y un brillo de diamantes en las pupilas. Su cabello lucía un color betún y liso, siempre recogido con una trenza y con fragancia de flores hechas en aceites aromatizados tan solo para ella.
Tenía una pasión por el jade, una piedra con tonalidades verdes rica en aluminio y sodio. Esta piedra era de gran valor para la civilización maya. Era llamada «el oro de los mayas» por representar la belleza y el poder. Era la descripción perfecta de la princesa Yatziri, la más bella princesa que estaba en su mejor momento.
La hermosa princesa llevaba poca ropa, era una doncella sin pudor. En sus prendas, todas hechas a mano, predominaban el rosa, amarillo y el verde.
Yatziri, la doncella maya, la más bella joven que cargaba todas las lunas con sus ciclos de mujer, era la única hija de un rey estricto y exigente.
Ella no quería una vida controlada, una vida sin sentido, donde tendría que casarse con un hombre que no amaba. No tenía interés en formar una familia con un ser por el que no sentía placer.
Conseguía la realización plena en su interior cada vez que la luna le concedía ese tiempo elegido porque ella era abundancia y fertilidad y nutría en cada luna llena.
Yatziri respetaba sus ciclos, mantenía sus energías para realizar el momento esperado en su interior y mantener la frecuencia del poder ancestral de su pueblo.
En las noches de luna llena ella era salvaje, se manifestaba y no conocía el miedo, caminaba en la selva con brillo en sus ojos, respiraba el aroma de las flores, siempre enamorada de la luz más bella en el cielo.
En noches de su metamorfosis era cuando su aventura empezaba, ella era más loba que mujer, era cuando no ocultaba su momento salvaje y se alimentaba de lo desconocido y misterioso.
Ella amaba la oscuridad, amaba las estrellas debajo de aquella montaña en la que pasaba sus noches en blanco, esperando la metamorfosis humana.
Ella era fuego, sentía la sangre que corría en sus venas, porque su alma era de ancestral chamán.
La doncella era amor, era luz, un brillo de paz.
Sus momentos de mujer la completaban, la evolución de ser doncella, porque era amor, era la luz, madre porque tenía la sabiduría de la fertilidad y tan encantadora, porque tenía el poder del mundo interior, de la comunicación con el más allá, un efecto de la telepatía que sentía la mujer loba a flor de piel.
Había dos familias que luchaban por el poder de un territorio donde abundaba piedra caliza, usada en construcciones de la época por su porosidad y resistencia, de gran valor para el pueblo maya, ya que se comercializaba dentro y fuera de su región.
Un lado de la familia era del rey Balam, un hombre ambicioso que amaba el poder, criticaba al prójimo, siempre deseaba tener más sin importar al que tuviera que destruir.
Balam tuvo un solo hijo, llamado Itze. Por un problema en el parto que no afectó a su primogénito, su mujer no pudo tener más hijos.
La otra familia era la de la princesa Yatziri. Su padre era el rey Atzin, un hombre rígido, pero de buen corazón. Amaba a su familia sobre todas las cosas, pero quería que su hija siguiera el camino de una verdadera mujer maya.
Ambas familias llegaron a un acuerdo, iban a casar a sus hijos para unir las fuerzas y terminar con las diferencias, ya que ambos hijos tenían la misma edad. Pero Yatziri no quería, ella estaba feliz siendo libre y buscando su yo interior en cada metamorfosis humana.
—Mamá, yo no estoy de acuerdo en casarme con ese príncipe —dijo la princesa sin medir sus pensamientos.
—Debes hacer lo que tu padre dice, no podrás contrariarlo —respondió la madre duramente.
—No puedo estar con un hombre que no amo para toda una eternidad. Si voy a casarme con alguien, debe ser un amor para siempre.
—Aprenderás a amarlo, es cuestión de tiempo. Ya estarás contenta con un hombre tan hermoso como el príncipe que te elegimos.
—No, la belleza no me atrae. Hay muchos que me admiran, que me galantean, y eso nunca significó amar.
—No te preocupes por detalles, eres la princesa, ningún hombre te podrá defraudar.
—No es así, madre, no sabes cuánto lo siento, pero no será de la manera que planean. Yo busco mi libertad y quiero ser feliz, aunque quiera también verlos bien.
En medio de la selva tropical, Yatziri vivía en un castillo con detalles históricos que hablaban de las guerras de su pueblo y fenómenos de la naturaleza que habían cambiado el futuro de los habitantes. Códices mayas que adornaban la pared en antiguas piedras de caliza.