Le faltó el aliento, lo que había ahí le erizó el cuerpo.
—¿Qué fue lo que viste? —la cuestionó al ver que ella cortó el contacto visual.
—No quieres saberlo —sus hombros se sacudieron.
—Le temes, ¿por qué?
Miró al lobo, de lado, con dudas y temores, de nuevo pudo saber lo que sentía; abatimiento. El pequeño buscaba su aceptación pero no le mentía, mostraba hasta esa personalidad sombría que estaba tan oculta, para ella, con la intención de lo que acogiera completamente. Sin límites. El problema no era el cachorro, no, el problema era ella que se veía en esos ojos que la inquietaban. Ojos que veía por todos lados, como persiguiéndola, asegurándose de que no olvidara el color de sus ojos.
—¿Por qué lo llamaste?
—La única manera de que un ser desinteresado se involucre en un problema es que esté fuertemente vinculado. —La señaló y los rasgos que le pertenecían fueron desapareciendo hasta que quedó alguien de cabello largo hasta los hombros de un marrón fuerte, de rasgos suaves y fuertes en los lugares indicados, no parecía hombre o mujer, la palidez que antes tenía se convirtió en un moreno que resultaba aún más hermoso, esos ojos que la miraron fijamente eran casi transparentes, más extraños que los de ella—. Sin dar paso al rechazo de la situación.
—No sé de qué hablas —miró su dedo con extrañeza—. No hay nada en mi vida que te involucre de una manera tan... personal y peligrosa.
—Por ahora no, pero la habrá en un futuro. Así que como un acto de inicio entre los dos he traído aquí a tu lobo, para asegurarme de que no mueras en la oportunidad de volver —sonrío de una manera inquietante y que ahora mostraba sus dientes—, y para que me debas algo. Ganar, ganar.
—¿Mi qué...? —las palabras se atoraron en su garganta y no podía dejar de mirar del lobo al ser que tenía al frente de ella, posiblemente la muerte.
—Tu lobo —ella fue a preguntar algo pero no la dejó—. Sí, ya te has transformado en la actualidad pero como puedes sentir aún no lo aceptas. —Se acercó a ambos—. Me pregunto porqué.
—Yo... ay, no... confuso... ¡Ugh! Mi cabeza, todo pasa demasiado rápido —se sacudió y cuando logró enfocar al lobo suspiró—. Por Izard, eso fue como hojear un libro que te sabes de memoria, que intenso.
—¿Dolió?
—Cierra la boca, quieres —alzó una mano y después señaló al lobo—. Ahora, tú definitivamente debes dejar de parecer adorable en esa forma. Obvio que no lo eres. Puf, como te atreves a decir eso, el agua bendita no es rival para mí y que importa. —Se quedó en silencio unos instantes—. Estar un año encerrado con gente insistente detrás de tu culo y matando cosas extrañas hace cosas raras en tu psique. ¡Y ni siquiera tengo sexo, eso no es justo! —abrió la boca sorprendida y volvió a señalar al lobo—. Shh, cállate.
—Así que esta es tu verdadera tú —murmuró con su rostro inexpresivo de regreso—. No me decido entre interesante o cabra loca.
—Nadie te está preguntando, Abelardo.
—Definitivamente la tercera opción, mujer completamente muerta si no mide sus palabras.
Ella se rió.
—Te lo dije, tiene cara de Abelardo —le habló a su lobo.
Rodó los ojos y llegó a su lado.
—¿Y cuál es tu problema con el cachorro si parece que se llevan bien?
—Cuando está así, los momentos son buenos —suspiró y se pasó una mano por el cabello dándose cuenta que le caía por los hombros, sonrió tocando sus puntas—. El problema radica en mi falta de control sobre su naturaleza salvaje.
—Se supone que para eso es el tatuaje en tu pierna, aunque eso solo agravará tu problema a largo plazo.
—No con exactitud... yo... no, por Izard, no puedo —restregó las manos en su cara e inspiró hasta que soltó el aire y pareció calmarse—. ¿Sabes? Ha estado a punto de acabar conmigo más veces de las que recuerdo, es algo que me niego en recordar pero es así.
—¿Cómo has sobrevivido? —la expresión estupefacta en su rostro la habría regocijado en otro instante.
—Sus instintos los he aprendido a controlar y otras naturalezas leves. Mi maestro es bueno en enseñar. —Hizo un movimiento desdeñoso con la mano—. Pero de esa sensación de control llegó la facilidad de ignorar estas situaciones inalcanzables.
—¿Creés que nunca podrás aceptarlo?
—No, creo que nunca podré dar marcha atrás a lo que hay al final de las sombras y la distancia.
—¿Y qué hay?
—Una sed de sangre... insaciable —esos orbes naranjas se oscurecieron con la intensidad de su mirada y la realidad de sus ojos apareció—. Y me gusta, es adictiva.
Su rostro no reflejó nada pero sus ojos transparentes cogieron cierto brillo malicioso.
—¿Y qué tiene?
—Nada. —Su expresión decayó—. Nada.
¿Es así?
—Ya nos hemos dilatado mucho con esto, es hora de escoger —le recordó.
—Además de mis recuerdos, ¿para que lo traiste aquí?
—Te pertenece, el sentido de su venida solo depende de tí.
Todo parece ser así en este lugar.
—Claro, porqué no me sorprende.
Había algo que se le escapaba pero no podía saber el qué, esto era demasiado sospechoso y alguien que parecía cambiar de la nada como él la inquietaba mucho, pero no era como si tuviera muchas opciones. Se preguntaba cuál sería el precio de esta oportunidad.
—La llama o los caminos, esperan por tí —abrió los brazos.
—Siempre elijo arder —dijo relamiéndose los labios—, pero antes una pregunta.
—Claro.
Demasiado accesible. Voy a caer, lo sé.
—¿Por qué estoy entre la vida y la muerte? Si me dices que Antonio me tiró de la muralla por no ayudarlo, te lo creo. —Arrugó la cara—. Es un gato, no me fío de él.
—Envenenamiento.
—¡¿Qué?! ¡¿Por qué?! —¿Pero qué mierdas ha pasado?—. Me he asegurado de no comerme nada que no haga Naket.
—Asesinato.
No, no, no, no, no, no, no...
El color se fue de su rostro y una culpabilidad unida a la tristeza la invadió.