Voydania

ERES LO MISMO QUE EL GANADO

Una frase que recuerdo hasta el presente día, una expresión remanente que resguardaba un pasado lleno de cenizas. Cierro los ojos y mi mente vuelve a estar en aquella esquina oscura, envuelto entre el humo nauseabundo de la marihuana y el cigarro, deseaba que el tiempo se congelara para que mis pensamientos dejaran de divagar. En frente de un espejo reflejaba amargura y disgusto por tener que salir a despachar clientes para poder ganarnos un descanso.

Lejos del bullicio urbanita de un viernes por la noche, ingreso frívolamente ante la decadente iluminación de tungsteno en el bar. Los grafitis y algunos pocos carteles cubrían los ladrillos desnudos que completaban la atmósfera que permitía qué los siniestros delirios y los enigmáticos fetiches florecieran. Para las once de la noche, un estrepitoso grito cortó la algarabía de las conversaciones inducidas por el alcohol en el calo azul, cada uno de mis compañeros descendíamos de un cuarto hecho con retazos de tela y de madera. Mantuvimos una indulgente sonrisa y expresiones exóticas que abordaran el alma de las personas al posar sobre cualquier pared, mesa o rincón oscuro.

Al llegar con el barman lo encontré molesto, sus preciados cigarros se habían acabado y la mayoría de sus clientes estaban insatisfechos. Reviso mis bolsillos, aun me queda una ficha para salir y ayudarle, pero aguardo en una esquina con disimulo, porque el portero era un ser arrogante y detestable, cada vez que salía me veía obligado a pasar por delante de él. En esos momentos experimentaba una sensación ingrata de vago temor, que me humillaba y me daba una expresión sombría. No es que fuera un cobarde, por el contrario, desde algún tiempo vivía en un estado de irritación y de tensión incesante. Sí me detenía en la puerta solo oiría sandeces y vulgaridades, amenazas, recriminaciones, quejas, chantajes y tener que contestar con evasivas excusas... Más valía pasar inadvertido.

— ¡Alto ahí! ¡¿A dónde vas?! ¡¿Te largarás sin pedirme permiso?! —preguntó en un tono prepotente. Lo cual hizo que dejara caer la caja vacía de cigarros.

—Cigarrillos—dije un tanto intranquilo y hastiado. Levanté y le mostré la caja vacía de tabaco que pertenecía a un cliente habitual.

Los jóvenes que trabajaban en los bares tenían que reportar todo lo que hacían. Sus cuerpos eran la mercancía. A diferencia de los bienes normales, los cuerpos podían caminar por su propia voluntad.

—La tienda de Ming sigue abierta. Me dijeron que fuera a comprar más. Si no te das prisa y me dejas ir, te regañarán y serás castigado por detenerme.

—Es de noche. No es medio día. Iré yo. No puedo dejarte ir solo, además, quiero fumar afuera un rato. Eres un idiota si crees que te dejaré ir. Recuerda, hasta que no pagues tus deudas, eres lo mismo que el ganado.

Tenía la intención de hablarle con indiferencia, pero mi cuerpo temblaba bajo la gabardina, así que bajé bruscamente la mirada. El hombre empezó a mirarme el cuerpo de pies a cabeza, pero enseguida colocó sus ojos en mí, miró con detenimiento, creando un aire de desconfianza y perversión.

Mis labios temblaron al ser llamado «ganado».

—No es mi deuda.

—Es de tu hombre, ¿verdad? Es el peor tipo de bastardo que vende personas de América latina a uno que desconocen.

— Chico, quién te manda a meterte con cretinos.

—Ya no me importa él, no me es útil.

—Aunque ya no venga a verte, tú te lo buscaste, no tienes más remedio que compensarlo. No pienses en cosas estúpidas como escapar... Desde hace meses dejamos de golpear al personal. — cada vez que se burlaba de la forma en la que me habían traído me hacía sentir como una marioneta sin su titiritero.

Mi cuerpo se estremeció al escuchar eso. Podía sentir como mis pulmones se le dificultaban respirar. Traté de imaginar el resto de mi cuerpo desgarrado y destrozado por las golpizas que nos daban. Sentía pavor con solo pensarlo. Sin embargo, mi molestia era mucho mayor, así que le empujé la caja de tabaco vacía como si fuese a dársela.

— ¡Ah, sí, claro, tú siempre tan listo! — Dije sarcásticamente —Pero si me han dado una orden, mi deber es cumplirla y no darle más vueltas. Si crees que es mentira, pregunta adentro. Si me crees podré respirar un poco el aire de fuera, y tú no tienes que preocuparte de que yo huya. Estamos de acuerdo en eso, ¿cierto? — respondí con plena lucidez antes sus calumniosas palabras sin experimentar ningún remordimiento.

El hombre chasqueó la lengua ante la provocativa frase, pero accedió. Llamó y le pidió a otro empleado que se hiciera cargo de su puesto. Esperé rígidamente con los brazos cruzados mientras que los tipos hablaban y se quedaban mirándome. Eventualmente, los dos decidieron ir a buscar mi encargo por el camino pavimentado. Las luces de los bares y los burdeles centelleaban, pero muy poca gente rondaba las calles por lo que era difícil poder escapar. En ese instante, por el coraje, recordé cómo sucedieron las cosas.

Acordarme de ese suceso produjo un vacío en el estómago, rebobinar como me resigné a esa ignorante inmadurez, para ese entonces mi vida no tenía giros ni vueltas que valieran la pena mencionar. Dolor tras dolor; sacrificio tras sacrificio; llanto tras llanto; y siempre buscaba el lado positivo en todo aquello. Siempre me hacía la misma pregunta: ¿Por cuánto tiempo seguiría de esa manera? Tantos rechazos, anhelos, abusos, desprecios y esperanzas por un mañana que no llegaba jamás. ¿Acaso debía resistir todas estas experiencias sin poder quejarme, rompiendo cada parte de mi finito ser que ni siquiera sabía que existía? ¿Llegará el momento en el que tenga que dejar de huir de este insípido y aburrido mundo?

Alguien poco a poco se inmiscuyó en mi vida, me paralizaba el miedo de empatizar, trataba de evitar sentir emociones, pero es inevitable inhibirlas; al fin y al cabo, seguía siendo humano. Admirado por su magnificencia, el mundo cambiaba de color en mi interior, llegando a trastornar mi mente y mi cuerpo. Gradualmente, él fue dejando una huella en mí. Desde ese momento hasta el final. Mantuve esa ilusión por 9 meses, pero me gustaba estar así, porque eso me hacía sentir más vivo que cualquier otra persona. Anhelando cualquier cosa que viniese de él, así fuese un simple abrazo. Y, a decir verdad, volvería a hacerlo sin remordimiento alguno, porque se me hacía lindo y maravilloso volverme a enamorar después de 4 largos años. Le agradecí a Dios por darme la oportunidad de sentirme de nuevo así, aunque no fuera de manera correspondida.




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