Watanabe Chan

Maldito infeliz

Capítulo 2

Aiko llevaba a su prometido una caja con el bento. Era la primera vez que hacía eso.  

Las cosas no estaban bien entre ellos desde aquel día en casa de la familia Watanabe en que Ran le pidió matrimonio y ella le pidió esperar. Ahora se arrepentía, no de haberle pedido espacio, sino de la forma en que se lo comunicó.

Ese día fue una sorpresa y no estaba preparada de modo que le dijo lo primero que le vino a la cabeza, sin tiempo a meditarlo. Ella era apenas una niña al lado de él, por amor de dios, y no podía esperarse que reaccionara de la forma más madura siempre. Tampoco es que él fuera mejor. Tal como la estaba tratando después de eso, casi parecía que competía con ella a ver quien era el más infantil. 

Se le ocurrió que llevar una buena comida en su lonchera, sería un ofrecimiento de paz y aprovecharía para explicarle bien por qué le pidió retrasar la fecha de la boda. Se iba a casar con él, desde luego que sí. Era un hombre que lo tenía todo y aunque al principio Aiko estaba renuente por su enamoramiento de su hermano mayor, Azaki, pronto se dio cuenta de que su compatibilidad con Ran era mucho mayor. Él la hacía sentir algo que no era nada comparable a lo que sintió por su hermano.

Ran despertaba dentro de ella un cosquilleo extraño. No era una chica muy experta en sexo ni en relaciones, pero cada vez que veía a su novio se humedecía un poco y eso sin tocarla siquiera. Toda la carne le vibraba desde aquella vez que la acorraló contra una pared y casi se la come. No volvió a hacerlo, pero no fue necesario. 

Ella vio al lobo dentro de él, y a sus ojos de niña inexperta se convirtió en alguien misteriosamente atractivo y muy seductor. Aiko empezó a sentir algo en su corazón. No solo por el encanto y el físico del hombre. También las conversaciones en las que Ran le hacía ver una nueva forma de vivir. Era carismático y alegre, alguien con un gran impulso, enérgico y amable al mismo tiempo. Convencido de sus ideales y de lo que es justo y entre ese convencimiento estaba su defensa al género femenino, reconociéndolo y dándole el mismo tratamiento que al género masculino en cuanto a capacidad e inteligencia, e incluso más.

Ella se sintió como una igual a su lado. Y eso no era común en lo absoluto en su país, donde la educación a las mujeres y la presión social está permanentemente dirigida a convertirte en un complemento de los hombres. Una máquina de hacer hijos, cuidar la casa y cuidar de los suegros. Atender al esposo y ser su amante, enfermera y sirvienta. 

No eso no era vida, no. No para ella. Durante mucho tiempo creyó que no había otra manera de vivir, pero con él descubrió que si la había y que estaba a su alcance. Esa era otra de las razones por las que se estaba enamorando de Ran. Se sentiría agradecida de por vida de abrirle la mente y el camino. Ya no era más aquella tontita que se comportaba como si tuviera doce años todo el rato, tratando de verse linda, pero de una manera que en realidad la hacía ver estúpida.

Fotos con cara de boba y dos dedos en alto haciendo la uve, coletas a los lados con pasadores de Hello Kitty, caminar infantil y calcetines arriba, voz de nenita, charlas banales con sus amigas deseando casarse con un príncipe azul que la protegiera del mundo y al que atender y venerar… todo eso quedó atrás y apareció lentamente la verdadera Aiko Watanabe. 

Saboreó el hecho de descubrirse a sí misma. Empezó a preguntarse quién era ella, qué cosas le gustaban y qué la hacía feliz. No supo responderse a nada de eso porque no lo sabía. Casi llora cuando se dio cuenta. No era una mujer tonta o carente de inteligencia, solo que se había convencido de que no necesitaba usar sus recursos y habilidades personales, pues no eran útiles para servir a un hombre.

Ahora se daba golpes en la frente, cuando pensaba en esto. ¿En qué momento se boicoteó a sí misma para complacer a los hombres?. Recordaba que de pequeña ella no era así. De hecho, su padre la miraba con desaprobación constante por no ser lo que se esperaba y su madre la recriminaba con voz queda, que no perturbara al cabeza de familia, sobre su comportamiento. 

Y así es como Aiko fue programada, usando el amor que tenía a sus papás. Y si bien su naturaleza inquieta la llevaba a querer comerse el mundo, no era más que una niña que aceptó que si sus padres, sus más grandes héroes, decían que lo correcto era ser tonta y sumisa, eso es lo que ella debía ser, para ser amada. Ciertamente, sus padres la amaban tal y como era, solo que para ellos desde su amor, su preciada hija para ser feliz debía adaptarse a lo que la sociedad exige, y llevar la contraria a ese requerimiento solo la haría sufrir.

El común denominador de los progenitores del planeta no es otro que ese, pues al fin, todos desean lo mejor para sus hijos, desde su experiencia y su visión de cómo son las cosas. "¡Que mis hijos no sufran!", es el grito de toda madre y el deseo inexpresado de todo padre.

Cuando la niña apartó de sí sus ansias de vivir, sus ganas de explorar, sus deseos de ser, y dejó de codiciar la belleza del mundo, sus padres sonrieron y la miraron con ojos de orgullo. Así que ella dejó de querer ser feliz para ser querida por ellos. Sus progenitores tenían razón. Su destino era complacer. Complacer a un hombre que en el futuro sería su esposo. Se preguntaba en secreto que haría, después de cumplir con ese objetivo, con el resto de su vida. ¿Vegetar?.

Era martes por la mañana y se la veía preciosa dentro del yukata de color blanco y un diseño de flores azules en los bajos. El obi de una sola lazada era de color celeste a juego con las flores. Era esta prenda de un algodón suave y ligero, pues los días se habían vuelto cálidos. Ella con sus calcetines *tabi y sus *geta, cruzaba la calle con su andar de pasitos cortos y coquetos. Era la perfecta japonesita, bonita y adorable, incluso aunque ella no quisiera ese papel a día de hoy, pues la belleza de Aiko era la del canon perfecto dentro del molde japonés. No en vano había sido entrenada desde pequeña para encajar en él. 




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