Capítulo 10
Ran siguió a la chica cuando la vio ir a los baños del hotel, que estaban en la zona exterior del gran salón de eventos. Habló con sus suegros al pasar para comunicarles que iba a llevar a Aiko a cenar con él para acordar algunas cosas sobre el compromiso y los mayores, renuentes, aceptaron.
Lo dijo para dejarlos tranquilos y que no la buscaran. El iba a ajustar algunas cuentas con ella y no quería interrupciones molestas. Se apoyó en una pared frente al aseo, enviando un mensaje a Azaki diciendo que había surgido algo y se iba y Esperó por fuera a que la chica saliera. En cuanto asomó la cabeza, le tapó la boca y la arrastró con él hasta el ascensor privado que llevaba directo las plantas altas y al ático de Ran.
Solo los VIPS tienen acceso a ese ascensor y eran muy pocas personas las que se podían permitir ese lujo, de modo que él sabía que era poco probable que nadie los viera. La renacuaja se resistía como una jabata, pero no había color. Ran con su casi metro ochenta y la complexión espigada, pero fuerte, era pura fibra y Aiko no podía con él, pues desde siempre se cuidaba y trabajaba su cuerpo, no solo por estética sino por salud. Ya tenía cuarenta años y era consciente de que si quería estar bien, debía ejercitarse.
Así que por más que Aiko pataleaba, en ese campo no le podía ganar. Se rindió y se dejó caer. Si quería llevarla, que la cargara porque ella no lo iba a ayudar. Ran se rio porque esa mujercita era el demonio. No sabía en qué momento ella había pasado de ser una flor de sakura delicada y frágil, a ser una mujer endemoniada como un yōkai. No la soltó hasta tenerla en su apartamento encerrada y a buen recaudo. Ella se puso lo más lejos que pudo de él.
—¿Qué quieres Masaharu? ¿No has hecho ya suficiente? —atacó.
—Bueno, yo diría que estamos casi a la par según de lo que hablemos, Watanabe. Poner a mi familia contra mí ha sido una jugada muy sucia, ¿no crees pequeño yōkai? —contestó con burla.
—Te lo mereces. Obligarme a casarme contigo. Ahora en serio. ¿Dónde quedó aquello de, las mujeres son iguales a los hombres, tienes derecho a decidir sobre tu futuro, etc.?. Eso fue lo que me enseñaste hace tiempo —le echó todo esto en cara sabiendo que daba en el blanco y la cara de él lo confirmaba, así que aprovechó para rematarlo—. Eres un hipócrita y un falso, además de un perro infiel. Ahora si no tienes más que decir me voy.
Ran se quedó paralizado un momento. La maldita tenía razón en todo menos en lo de infiel, pero no podía refutarla. Le dio coraje no poder responderle y se acordó de Alexa y Rous. Esta chiquilla era igualita en lo que a lenguas como espadas se refería. ¿Las mujeres eran todas así o solo las que él conocía?.
La chica se dirigía a la salida, muy dignamente, sabiendo que se había anotado otro punto en su haber. Aiko 2, Ran 0, se carcajeó. Pero se tuvo que bajar de la nube cuando no pudo abrir las puertas del ascensor. Al parecer se requiere una clave o una huella dactilar por lo que veía en la pantalla.
—Abre —le espetó a Ran.
Y él se acercó para hacerlo, pensó ella. Pero no era así. Lo que hizo fue dejarla arrinconada contra la pared con las manos arriba, poniendo la cara tan cerca de la de ella que si respiraba, lo besaba. Así que dejó de hacerlo aun a riesgo de asfixiarse por falta de aire.
—¿Crees que soy alguien tan fácil de manejar Watanabe chan?. ¿Quizá te he dado una impresión equivocada de ser alguien pusilánime y sin carácter?. Déjame sacarte del error ahora mismo.
La besó. Así, por la cara. Los ojos de Aiko, normalmente pequeñitos y tiernos, se abrieron como canicas negras y brillantes. ¿La estaba besando o comiendo?. Ran no se limitó a rozar la boca con sus labios, sino que los abrió y la invadió como si fuera una expedición a la selva.
Usaba la lengua como si fuera un machete cortando hojas, sin piedad con ella. La exploró, saboreó, chupó y terminó mordisqueando sus labios, primero uno luego el otro y arrastrando la carne tierna y jugosa a su propia boca. Aiko no sabía ni dónde estaba, ni lo que era arriba o abajo. Perdió el sentido de la orientación y casi pierde la conciencia también.
En ese día había pasado de ser una chica a la que nadie jamás tocaba, a ser manoseada y abrazada por toda la familia de su prometido y ahora besada y casi comida por él mismo. Esa gente era demasiado para ella, pensó. No iba a sobrevivir de seguir así. Sin embargo, no se movía ni un poco para esquivar la boca de su novio.
Ran puso su frente en la de ella, intentando respirar. Se estaba quemando vivo y lo que empezó siendo una lección que quiso dar a su pequeña muñeca, se había convertido en una tortura para el hombre. Besarla fue como hacerse el harakiri.
Se iba a suicidar abriéndose las entrañas, porque se dio cuenta de que no podía parar,. Y menos cuando la miró a la cara y la vio toda colorada y encendida por el mismo deseo que lo consumía. Decidió que, si bien no se iban a casar hasta mucho después, eso no quería decir que tendría que esperar para tenerla. De cualquier forma era su esposa e iba a atarla a él.
Aiko sintió como algo en el aire cambiaba. Ran volvió a su boca y la llenó de nuevo acariciándola y pidiendo una respuesta. Ella lo complació. No tenía experiencia en besos ni en nada, pero le gustaba la sensación de tocarlo con la punta de su lengua pequeña y húmeda y probar su sabor, distinto a todo lo que conocía.
El hombre fue llevándola hacia la habitación del fondo y la colocó suavemente y sin soltarla ni un segundo sobre el colchón de la cama talla kingsize. No la soltaba porque era tan pequeña que la podía perder en ese colchón. La fue desnudando y sorprendentemente su muñeca no dijo nada, ni se opuso. Él se iba quitando alguna prenda también y sentir una piel contra la otra casi le hace perder el sentido.
En medio de la pasión le dijo que quería cogerla y ella como Homer Simpson, le dijo “no, no, no… bueno, sí”. Ran la sedujo de mala manera: “bésame, abre las piernas, di mi nombre, eres mía, Watanabe…”, le iba dando instrucciones como si fuera aquello una expedición militar y Aiko con la mente nublada solo obedecía sin pensar perdida en el placer, en el olor de aquel hombre, en el mundo de sensaciones que estaba descubriendo por primera vez. "No, no, no", le seguía diciendo, pero lo besaba, abría las piernas, decía su nombre, etc. El dolor fue pequeñito comparado con el placer.