Capítulo 11
A Aiko le dolía todo, menos las pestañas.
No tenía idea de que esto podía ser así. Ran no le dio tregua en toda la noche y ahora no sabía ni la hora que era, pero imaginaba que no sería temprano. Sus padres quizá estarían preocupados y quiso levantarse para llamarlos y explicarles que… que… ¿Podía decirles a sus padres que Ran…?. Mejor no. No es que sus padres tomaran a mal que su novio la hubiera hecho mujer, puesto que se iban a casar, pero francamente a ella le daba pudor que lo supieran. Ya inventaría algo.
De todos modos, él la tenía apretada entre los brazos, con las piernas por encima y no había manera de moverse ni de irse de la cama. Él pesaba el doble que ella casi. No le quedaba sino esperar a que despertara. Y como estuvo quietecita tanto rato, se durmió de nuevo.
Ran despertó y la volvió a desear. Así que la fue despertando suavemente a besitos y caricias y la pequeña se quejaba molesta pero no despertaba. Ran volvió a colocarse sobre ella y poseerla y aunque no abrió los ojos Aiko no pudo evitar gemir de placer otra vez. Casi creía estar soñando, pero no, Ran era demasiado grande como para no sentirlo. Era un pervertido de verdad. No la dejaba dormir, ni hacer otra cosa que obedecer a sus caprichos y vuelta otra vez a ponerse así y asado para él. Pero es que no podía negarse a lo que le hacía. Era tan placentero que en un par de ocasiones creyó que se moría.
Luego el hombre se quedó sobre ella, pero sin aplastarla, besando su espalda, su nuca, su trasero y sus muslos, de una manera tan exquisita y suave que la Watanabe renuncio a cualquier deseo de irse o de hacer otra cosa que no fuera dejarse amar por su prometido.
¡El muy maldito! Seguía cabreada con él. Pero esto era distinto y no había que mezclar las cosas, pensó. Tendría que usarlo para sus necesidades básicas recién descubiertas, y eso no tenía nada que ver con que le haría la vida imposible por obligarla al matrimonio y por engañarla con otras mujeres.
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—¡No lo acepto!. Ella no se va a ir lejos de mí y es mi última palabra —gritó Ran.
Llevaba casi una hora discutiendo con sus padres. Después de la noche pasada con su pequeña, no se iba a separar de ella pasara lo que pasara. Sus padres estaban siendo irrazonables. A un lado de él con la cabeza gacha y roja como un tomate temiendo que su novio dijera lo que había pasado entre ellos, Watanabe no decía nada.
No quería separarse de él, aunque no tenía claro lo que Ran sentía por ella. Debían hablar de su relación. Pero, por otro lado, realmente quería hacer cosas por ella misma. Quería estudiar y tener su propia historia aparte de él. Era necesario para los dos, lo quisiera aceptar o no su futuro esposo.
—¡Ran, basta de este comportamiento!. ¡Te desconozco! —dijo su padre, calmado, aunque le estaba costando. Su hijo, que siempre había sido de buen carácter, se había transformado en los últimos tiempos en este hombre intenso y no sabía si le gustaba eso.
—Hijo, tu padre tiene razón. Detente y escucha. La pequeña Aiko, quiere y necesita hacer esto y lo sabes tan bien como nosotros. ¿Esta actitud quiere decir que tienes la pretensión de convertirla en aquello que tú eres el primero en decir que no es correcto?. ¿Una mujer florero es lo que quieres?. Porque entonces voy a pedir romper el compromiso y me importa poco lo que tú digas. —afirmó su madre.
Esta vez ya con una amenaza velada. No iba a permitir que su hijo destruyera el futuro de la niña, por capricho.Ni el abuelo va a poder hacer nada si los mayores no están de acuerdo y todos lo sabían.
—No es eso, mamá —murmuró.
Ran miró a la chica que lo traía trastornado, sentada a su lado, ahora tímida como un conejito. Hasta antes de la noche en que se la comió completa, ella estaba peleona y altiva. Ahora había que verla, pues no levantaba la cabeza, y él reconocía que le gustaba cuando se le enfrentaba, pero tenerla así de sumisa y dulce, hacía que el corazón le bombeara más deprisa.
Sobre todo cuando recordaba que en su cama la había… Sintió como se ponía a arder y dejó de pensar en eso o corría riesgo de quedar en vergüenza delante de sus padres. De todos modos, ellos no eran tontos y notaron que algo había cambiado entre esos dos. Él le cogía la mano y no la soltaba y ella tampoco parecía querer apartarlo.
—Solo no quiero que se vaya de Tokio. Sabes que yo no puedo irme ahora, no podré hacerlo por mucho tiempo. Y mientras tanto ¿qué haremos?. ¿Estar separados hasta que termine cuando eso pueden ser cinco años o más? —El ceño del guapo se frunció en disgusto—. Quiero que vivamos juntos antes del matrimonio. Ya hemos consumado —aclaró orgulloso.
Ahora sí que la Watanabe deseó que la tierra se la tragara y la escupiera en la Patagonia. ¿Cómo había dicho eso delante de sus padres, por dios?. Lo hubiera matado de haber podido, pero tanta fue la vergüenza que se limitó a hundirse más en el sillón, como si pudiera con eso desaparecer. En su vida había pasado tanta miseria y no se sentía capaz de poder volver a mirar a sus suegros. Ran, sin embargo, estaba ufano. Después de esa noche daba igual lo que hiciera nadie, ella era su mujer y eso no iba a cambiar jamás.
—Ran, deja de avergonzar a tu novia y respétala —la señora Makoto sabía que su hijo estaba diciendo entre líneas que aunque ellos se opusieran iba a ser difícil terminar con el omiai. Ya había consumado y de seguro lo hizo con toda la intención. Aiko no podía verse más roja.
—Sí, madre —contestó, pero tenía una sonrisa triunfal en su cara al pensar en su cerecita y las cosas que hicieron juntos. La sonrisa se borró cuando su padre habló.
—Aiko se va con nosotros en una semana. Vivirá con nosotros e irá a la universidad Central que es la mejor en el área financiera. Tú puedes ir y venir cada vez que tengas oportunidad o cuando debas solventar gestiones allí. Y no se hable más. Eso es lo que mi nuera quiere hacer y se va a hacer. Después del matrimonio estarás con ella para el resto de tu vida —sentenció el señor Masaharu.