Watanabe Chan

Aiko está triste

Capítulo 22

—Makoto ¿Qué sabes de Ran y Aiko? ¿Tienes todo listo para el viaje? —la que hablaba era la señora Margarita, la mamá de Alexa, Rous y Raúl. Estaban todos expectantes y nerviosos, y también emocionados con lo de la boda de los chicos. ¿Y para qué negarlo? Siempre era un placer viajar con la familia Masaharu en su jet privado.

Ya tenían casi todo listo para marchar a Japón, otra vez. La señora Margarita decía que nunca antes había viajado en todos sus años de juventud, y ahora de mayor no paraba la pata, yendo y viniendo a la isla del sol naciente, como la que va al supermercado del barrio. Se reían todos oyendo tal exageración. 

La madre de Ran, apreciaba que su amiga la acompañara con toda la tropa en este viaje. No se sentía bien del todo con esto, no estaba cómoda. En la boda de su otro retoño, Azaki, y la hija de su amiga, la bella Rous, todo fue alegría y participación. Estuvieron en el proceso desde el inicio y sabían que era una pareja que se amaba locamente. Todo fue perfecto, por así decirlo.

Pero ahora con Ran todo era absolutamente distinto. Su hijo los mantenía al margen y había un extraño mutismo en torno a los preparativos. De hecho, cuando ofrecieron su ayuda para que la novia no se agobiara con todo sola, él los rechazó firmemente. No quería que intervinieran, ellos se ocuparían de todo, les dijo Ran. Todo muy raro. Trataban de contactar a Aiko y su teléfono siempre estaba fuera de cobertura. Ran decía que era por el roaming, pero si le pedían hablar con ella, daba cualquier excusa. 

Por eso, pidió a todos adelantar el viaje y sorprender a los novios. Si su hijo pensaba que ellos eran tontos, se lo iban a dejar claro. Estaban mayores, pero no seniles. Siguió la conversación con su amiga, un buen rato. Quedaron en verse en el aeropuerto al día siguiente. 

Ran, desde luego, no sabía nada de esto. Así que cuando vio a sus padres entrar en la sede de su empresa, con todo el séquito familiar al completo, los Masaharu y los Sánchez, la mandíbula casi le roza el suelo enmoquetado de su despacho.

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Desde aquel día en que Aiko le dijo a la cara cuanto lo odiaba, no había vuelto a verla. Ella estaba encerrada en aquella mansión de Yamate en que la dejó desde el día que fingió un secuestro. Estaba en la prefectura de Yokohama y a una hora de distancia de Tokio. Ran había comprado una mansión allí, casi un año antes, porque le pareció una buena inversión y le hicieron una buena oferta. 

Yamate es un barrio histórico y frondoso lleno de mansiones de los años 20 y 30 que pertenecían a diplomáticos occidentales. La llamativa casa de madera fusionada con áreas de ladrillo rojo, rodeada de unos jardines inmensos y llenos de estanques de peces y paseos sobre puentes de madera, era la fusión perfecta entre la arquitectura tradicional japonesa y el estilo colonial de la época. Tenía algunas rosaledas y otras flores que hacían del espacio luna obra de arte. Además, la casa ofrecía vistas de la bahía de Tokio.

El dueño necesitaba irse con urgencia del país y la cantidad que pedía por la construcción, aunque fuera una ganga, era verdaderamente alta. No todo el mundo podía permitírselo, pero sí el heredero Masaharu. Cuando la vio pensó de inmediato en su pequeña flor de melocotón. Se vio allí viviendo con ella y teniendo una familia hermosa como el resto de sus hermanos y como en la que el mismo fue criado. Con amor, paciencia y apoyo.  Eso quería. 

Pero tenía una suerte terrible, pensó. Nada de lo que imaginaba sucedía. Siempre algo lo acechaba y parecía que el destino le jugaba muy malas pasadas, como ahora. Su novia lo odiaba. No quería verlo en absoluto. Y oírle decir eso la había roto el corazón una vez más. De acuerdo, no había tenido quizá la mejor actuación. Pero ¿por qué ella no entendía que todo lo que hacía era por ella, pensando en ella, temiendo por ella? ¿Por qué no confiaba nunca en él?, se preguntó. 

Y ahora estaba ahí la familia al completo, preguntando por su prometida.

—Está en Kusatsu. Fue a un onsen a relajarse antes del día más importante de su vida —sonrió falsamente, consciente de la mentira que estaba largando como si nada. 

La pequeña ciudad de Kusatsu que está en la prefectura de Gunma, tiene más de 100 baños termales, distribuidos por el litoral montañoso y es un destino habitual para la gente de Tokio cuando quieren despejarse, pues está relativamente cerca de la capital. Por eso no resultó anormal la explicación.

Azaki fue el único que no se tragó la patraña, pero ni siquiera lo miró, probablemente para no delatarlo frente a su mujercita, la pequeña sabelotodo de Rous, que conocía bien cada expresión y cada gesto de su amado esposo. En unos minutos se formó tremenda algarabía. El CEO usó una bola distractora llamando de inmediato a Raúl Sánchez, para que tuviera a todos entretenidos. 

Y funcionó.

Sus padres y los del chico, y las hermanas y cuñados, no podían dar crédito a la transformación tan brutal que había experimentado el joven desde que estaba allí. Raúl pasó de ser un chico alto y desgarbado, con el pelo siempre en la cara, con aspecto de nerd, reservado y tímido, a un hombretón descomunal. Ahora que no andaba encorvado, lucía en toda su majestad con su casi uno noventa de estatura. Los hombros anchos, el cuerpo marcado por músculos hermosos, su pecho y su estómago definidos, fruto del gym y un corte de pelo diferente y favorecedor, eran parte del nuevo hombre que casi no reconocieron. El muchacho se alegró de ver a su familia y abrazó a todos como pudo y a trompicones. Su mamá y sus hermanas lloraban a moco tendido sin creer que ese era su “niño”. 

Ran, aprovechó bien la jugada y los invito a todos a comer. Azaki lo miró rodando los ojos como diciendo “esta vez te salvaste”.

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Aiko no paraba de inventar maneras de escaparse de allí. Había calculado que la ventana estaba demasiado alta y aunque podía usar el método de descolgarse por la ventana atando las sabanas, la verdad es que le daba vértigo hacer eso. No se quería romper la crisma así por las buenas. Lo dejó estar porque no era buena idea. Sin embargo, miró con interés los ventanales de la planta baja. La mayoría daban al jardín principal y de esa zona era imposible escapar. Ya lo había recorrido entero y los muros eran tan altos y sin agarres en los que colgarse para trepar, así que quedaban descartados. Las puertas principales estaban todas vigiladas por los guardaespaldas y tenían seguridad por todas partes.




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