Capítulo 23
El asistente de Ran tocó a la puerta del despacho y entró a la voz del CEO mostrando respeto.
—Señor director, está aquí el señor Watanabe y pide verlo de inmediato ¿Le hago pasar? —Obviamente todos sabían quién era el futuro suegro del empresario, así que daban por sentado que tenía pase libre para hablar con él.
Ran hizo una seña de asentimiento y se puso en pie para recibirlo. En los últimos tiempos no había tenido mucho contacto con los padres de Aiko, en parte por sus obligaciones profesionales y en parte porque la distancia con Aiko también hacía que la situación con sus progenitores fuera ligeramente incómoda. Ran evitaba verlos con frecuencia.
—Suegro, me alegra verlo. Supongo que está aquí por la invitación de boda que le envié —le dijo apenas entró el hombre mayor en la sala.
—Sí, si la recibimos. Mi esposa y yo estamos satisfechos con eso. No es el tema que quiero tratar hoy contigo. Necesito contarte algo y es importante —habló el señor, más serio de lo normal.
—Estoy a su disposición para lo que sea, ya lo sabe, señor.
—No sé ni como hablarte de esto, hijo…
A estas alturas, Ran empezaba a preocuparse. No es que su suegro fuera un hombre especialmente expresivo ni hablador. Tampoco era tan severo y grave como aparecía en estos momentos frente a él. Quizá sabía lo que había hecho con Aiko, dudó. Su suegro habló, por fin.
—Para que entiendas lo que te voy a contar, antes tengo que hacerte comprender que entiendo que, a pesar de ser japonés, tú te has criado en otro entorno, en un país con una cultura muy diferente y una filosofía diferente y aunque sé que respetas las tradiciones de este país y a tus mayores, tienes tus propias ideas. —Levantó la mano al frente, impidiendo a Ran hablar cuando lo intentó. Necesitaba ser escuchado antes que todo—. Quiero que me escuches sin interrupciones. Deseo contarte esta historia y me comprendas sin juzgarme. Eran otros tiempos, era otra forma de vida y desde luego, debes saber que no siempre la familia Watanabe, tuvo el reconocimiento ni el poder económico que ostenta a día de hoy.
»Éramos una familia noble, sí. Pero venida a menos. Y mi padre, y hombre recto y cabal, me hizo prometer antes de morir, que yo devolvería la gloria pasada a mi familia. Así debía ser, pues. Cuando recibí esa carga sobre mis hombros yo era muy joven y arrogante. Creía poder jugar las cartas de cualquier baraja a mi favor, solo con mi astucia y mi inteligencia. Creí poder manejar a mi antojo a ciertas personas que, para mi desgracia y como descubrí más tarde, no jugaban en las mismas condiciones que yo.
»No quiero entrar en detalles que no necesitas conocer, pero en un momento dado, fui atrapado por los enredos de personas sin escrúpulos que usando métodos muy bajos obtuvieron pruebas en mi contra para destruirme, llevarme a la cárcel o dios sabe que más. Con esa información comenzaron a chantajearme y convirtieron la empresa familiar a la que tanto esfuerzo dediqué, en su lavadora particular. Tú eres un hombre de negocios y me consta que a pesar de que tienes buenos valores y no vulneras tus principios, entiendes de lo que te estoy hablando y conoces el percal. —Ran, asintió, con una mirada sorprendida y suspicaz. No estaba seguro de querer conocer el lado oscuro de su suegro. Pero el hombre estaba decidido a contarle todo, así que poco podía hacer.
—A donde quiero llegar, es que esto duró varios años en los que me vi enredado, sin opciones de otra cosa, en asuntos de la mafia.
—¿Yakuza? —se asombró Ran.
—Yakuza —confirmó el otro.
Ran se pasó las manos por la cara porque estaba temiéndose que todos los sucesos acontecidos y que habían puesto en peligro a Aiko y quizá a él mismo, empezaban a tener sentido de alguna manera. Esperó a lo que le dijera el señor Watanabe, más que nada confirmando lo que pensaba.
—Ya te había dicho hace tiempo que siempre nos hemos cuidado de ser víctimas de secuestro por parte de esos engendros del demonio. Desde que Aiko era pequeña, siempre hemos dispuesto de guardaespaldas y medidas de seguridad, para toda la familia. De modo que mi hija creció normalizando ese exceso de protección y en parte su casi aislamiento, al tiempo que lo resentía. Y te contaré el motivo.
»Después de unos años de ser un títere de la mafia, un día se presentó ante mí un prefecto de la policía de Tokio, con todo un equipo de investigadores. Venían a examinar la gestión económica de mis empresas. En realidad, era una forma de presionarme para que denunciara al jefe Yakuza que me tenía en sus manos, a cambio de no encausar judicialmente a la corporación Watanabe y créeme que tenían pruebas suficientes para ello. Hicieron una rigurosa auditoria donde inevitablemente salieron a la luz las transacciones a las que era obligado para lavar el dinero de la mafia. Estaba entre la espada y la pared. O denunciaba al jefe Yamada y su clan o me empapelaban, cerraban mis empresas y me encarcelaban a mí y a casi todos mis familiares.
»No tenía opciones. Me decanté por trabajar para la policía como soplón y recoger el mayor número de pruebas que pudiera sobre operaciones ilegales llevaban de los Yakuza. Durante meses jugué a dos bandas, creyendo que mi muerte estaba cercana y cualquier día terminaría tirado en cualquier acera con un disparo en la cabeza. No fue así, y desde entonces cada día de mi vida ha sido como un regalo.
Decir que el yerno estaba asombrado escuchando tremenda historia, es poco. Desde luego, en todas las familias cuecen habas, decía el refrán y ahí estaba la prueba de ello. Su familia también tenía historias y secretos y aunque él no estaba al tanto de todo, intuía que su abuelo tenía mucho que tapar. El suegro continuo su relato teniendo toda la atención del más joven que ahora empezaba a captar la dimensión de todo lo que enfrentaban.
—Gracias a mi declaración, gran parte de los jefes Yamada y su organización cayó y fueron a la cárcel prácticamente todos. Se desmanteló completamente esa rama de los Yakuza y yo pude respirar aliviado, al menos por un tiempo, aunque siempre temiendo que algún allegado afín a la causa Yamada viniera a por mí, o peor aún, a por mis mujeres. Por eso, la seguridad. Termine convenciéndome de que eso había terminado hasta hace un tiempo. Empecé a recibir amenazas, sobre todo en referencia a mi hijita.