Capítulo 35
La luna de miel de Ran y Aiko comenzó no demasiado bien, pero mejoraba a pasos agigantados. Se despertaron con la frescura de la mañana en Hokkaido, Japón. Después de una noche llena de locura y risas.
El esposo dio un espectáculo digno de verse frente a su esposa, con aquella vestimenta extravagante, que no tapaba, sino que exponía los atributos de su marido de manera sensual y perversa. Decir que la niña se quedó con la boca abierta es poco. No solo eso, sino que además fue la espectadora de un baile exótico del que no creyó jamás que su marido podría ser el artífice.
Con las manos atadas se le ofreció completamente entregado al amor y al placer con la mujer que amaba. Ella se entregó en la misma medida al hombre que amaba como loca. Y aunque al inicio no sabía muy bien que hacer, se dio cuenta de que solo era cuestión de dejar salir a esa mujer que todas llevamos dentro, capaz de disfrutar de su cuerpo y su sexualidad, sin pudores tontos, ni complejos morales.
Se acercó a su marido que la esperaba arrodillado en la cama y lo acarició por entero. La cara, cubierta con la sexy máscara negra, la boca turgente, el cuello ancho y la sensual nuez, todo lo iba tocando apenas con la punta de los dedos, creando pequeños ríos de electricidad en la piel de él, que gemía con cada roce, bajito.
Posó la cara en su cuello y lo besó y mordisqueó. Ran creyó que estallaría y apenas estaban empezando. Tuvo que respirar profundamente para controlarse y no dejar que se le fuera de las manos. Aiko siguió la exploración, notando que era la primera vez que hacía esto. Aunque se habían amado muchas veces, siempre era el hombre quien llevaba la voz cantante y a ella le parecía bien. Pero esto era otro nivel. Saber que él estaba atado y que ella era la dueña de la situación y tenía el control sobre su placer, daba morbo.
Sacó la punta de la lengua, pequeñita y rosada, y fue dejando un rastro brillante de saliva desde la base de cuello hasta su ombligo, excitada al escuchar los sonidos que hacía su esposo, incontrolables.
Con la uña hizo el recorrido al contrario esta vez. Él seguía haciendo esos ruiditos, tan seductores, y no se pudo resistir a callarlo, besándolo profundamente.
—Esos gemidos son tan… —le dijo sin terminar la frase y dejando a la imaginación el resto.
—Lo siento. No quería ser tan ruidoso —se disculpó Ran.
Aiko rio muy fuerte. No era necesaria la disculpa en realidad.
—No he dicho que no me gustaran. Me gustan esos ruidos que haces desde siempre. —Se quedó pensativa por un momento—. Nunca estuve con otro hombre… —Ran gruñó, disgustado con esa idea— pero estoy segura de que si no hiciera eso no me gustaría —se carcajeó.
—¿Solo te gusto por eso? —se escamó el esposo.
Lo sujetó más de cerca y posó la frente en su pecho, sin contestar. Ambos sabían la respuesta a eso. Ran hizo un ligero movimiento de caderas y ahora fue ella la que tuvo que respirar hondo para sofocar un gemido de placer. Su marido, ciertamente, sabía lo que hacer. Pero ella quería el control hoy y no le iba a permitir que tomara la iniciativa. Lo nalgueó para sorpresa del hombre que jadeó, y lo empujó por la espalda, lanzándolo bocabajo sobre la cama.
—Tenemos mucho tiempo, esposito. Y quiero escucharte gemir así otra vez sin que puedas evitarlo. Quiero hacerte sentir como si tuvieras el corazón a punto de romperse —le susurró al oído.
Mientras hablaba se había subido sobre su espalda, trepando hasta llegar a su altura. Pegó sus pechos a la espalda de Ran para que notara sus pezones erguidos por el deseo. Con una mano se apoyaba en la cama y con la otra le masajeaba una nalga prieta.
—Y sobre todo, maridito, quiero escucharte gritar y que estalles en mis brazos. Así sabré que te he dado placer.
El hombre tembló de anticipación, alucinado por esta nueva versión de su esposa que no conocía. ¿Había desatado una fiera? Si era el caso, no se arrepentiría jamás. A partir de ahí todo lo que se escuchó en esa habitación dejó de ser apto para todos los públicos.
De vez en cuando se oían, amen de los gemidos, suspiros y choques, piel con piel, frases subidas de tono o un poco sórdidas. La pareja estaba descubriendo un nuevo nivel de relación que antes no habían explorado.
—Sí, así. ¡Sigue!
—Mmm
—Ah
—¡No pares!
—¡Amor, por favor!
Con las respiraciones aceleradas, cayeron al fin, rendidos en la cama.
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—¿Dónde crees que vas, señora Masaharu? —preguntó él, apenas abrió los ojos. Su esposa ya había salido de la cama. Aiko contestó riendo.
—A un lugar donde no puedas alcanzarme, señor Masaharu.
—Oh, eso suena como un desafío, nena —le dijo, risueño. Ella se limitó a mirarlo, con expresión burlona.
—Tal vez lo sea —se encogió de hombros, provocadora y sexy. Le estaba cogiendo el tranquillo a esto de ser juguetona y coqueta con su marido— ¿Y qué harás al respecto?
—Te advierto que sé jugar muy bien a los juegos sucios. Tengo buenas herramientas ¿Recuerdas lo de anoche?
Ran se incorporó, apoyado sobre un codo sobre la cama, dejando ver su pecho trabajado y casi todo su abdomen. La sábana al escurrirse enseñó la línea donde comenzaba su herramienta, justamente. La insinuación era tan clara que ella se puso roja de inmediato y el hombre se rio escandalosamente. Ella parecía una tierna virgen ahora, cuando en la madrugada se portó como una señorita de la noche de moral relajada. Muy relajada. Él se moría de amor, al pensarlo. Aun así, la niña se hizo la valiente.
—No alardees tanto. Si quieres hablar sobre lo que pasó ayer, creo que lo más destacable fue verte intentando huir de la cama y esconderte detrás de la cortina. Hubiera sido legendario contarlo en el grupo de la familia —le dijo, y con la misma, se cruzó de brazos, muy ufana.
Era cierto que Ran hizo el amago de salir de la cama, agotado por esa endiablada mujer que había poseído a la linda cereza en la noche. Pero los dos sabían que no era más que parte del juego amoroso, pues, en un momento dado y viendo que ella quería iniciar de nuevo una ronda amorosa, él hizo la pantomima de querer marcharse huyendo de esa loba que tenía en la cama. Los dos se rieron de la payasada.