Todos merecemos una bella historia de amor, aunque suene cliché.
Todos alguna vez vamos a querer ver pasar el resto de nuestra vida al lado de alguien y que mejor que sea al lado de la persona que amamos por lo que es por lo que somos cuando estamos juntos.
Todos alguna vez lo vamos a arriesgar todo por alguien sin importar nada. Y si tú eres de los que ya lo arriesgo todo, pero no funciono te diré que no es con él o ella según sea el caso.
Mereces ser amado por lo que eres capaz de dar a otro ser humano. Lo mereces. Lo merezco.
«¡Y sí que lo merezco!»
Esto de repartir comida no es lo mío. Lo mío lo mío es comer.
«Necesito que me saquen de trabajar. ¡No! Mejor no. Luego quieren cobrarse con cuerpo y así yo ya no juego.»
— ¡Venus! — Me sobresalto al ver a mamá cerca de mí y con ambas manos a las caderas. — Mueve ese trasero tuyo y ve a dejar los cafés que están en la mesa.
— ¡Mamá! — Me quejo, mientras me deshago del mandil rojo. — ¿Cual trasero? No espera. ¡Ya sé de qué trasero hablas! El trasero que huyo con tantas caídas de culo que me he dado desde que no hice el examen para Raven ¿cierto? — Arqueo una ceja hacia mi madre al verla rodar los ojos.
«Me ama. Todos me aman. Lo sé.»
— Es obvio que hablo de ese trasero, niña. Si no ¿de qué trasero hablaría yo? — Menea la cabeza en señal de desaprobación. — Y date prisa. Que para cuando lleves los cafés estarían helados. — Me da una nalgada haciendo que me sobre salte.
— ¡Rebeca! — Finjo regañarla mientras la veo pavonearse hacia la cocina. — ¡Eres muy mala, madre!
— ¡Yo también te amo, Venus! — Escucho una risotada desde la cocina. Sonrío.
«Rojaijo, más mamá. Piwkenyeyu.»
Me encamino hacia la mesa de los pedidos y tomo el cartón con los dos vasos de café, junto a la nota de color blanco, con la ya tan habitual (para mi) dirección a donde llevar el pedido y salgo del restaurante.
Quizá si hubiera tomado el examen de admisión para Raven, a tiempo no estaría ahora mismo repartiendo cafés para la directora del colegio con el que tanto he soñado, durante los últimos tres años.
Amo a Rebeca. A pesar de ser mi madre, es mi confidente, mi amiga, y nunca ha tenido que pasa problemas por mi culpa.
Pero en serio esto de repartir comida no va, pero si ni poquito conmigo.
Ella y yo somos uno. Yo no hago nada si ella no está de acuerdo. Y sobre todo ninguna abandonaría jamás los sueños de la otra. Así somos en mi familia.
Por ejemplo, ahora que no pude hacer el examen de admisión para Raven le estoy ayudando con el sueño de su restaurante.
Y sé que si yo tuviera un sueño estable ella estaría ahí; ayudándome. Tal y como siempre lo ha hecho. Al igual que papá y Paul. Ellos tres lo son todo en mi vida. No hago nada sin ellos. Aunque ellos son mi si las hagan.
Llego a mi destino y tomando en cuenta que el hombre de seguridad ya me conoce me deja pasar sin tener que identificarme. Le hago un pequeño saludo con la mano y continuó mi camino por los verdes campos de Raven.
«Que ironía ¿no? La única manera en que puedo pisar Raven, es como la repartidora de cafés.»
Es increíble como hay personas que tienen el dinero suficiente para pagar las mensualidades tan caras.
Alguien alguna vez me dijo que pagar un mes de estudios en este colegio es equivalente a la hipoteca de la casa de mis padres.
Pero ahora que lo pienso mejor... incluso la hipoteca podría ser muy poco.
Entro directamente por el primer edificio y me dirijo a la oficina de la directora Davis, para encontrarme con su secretaria en su lugar habitual.
— Buenos días. ¿Ya está aquí la directora Davis? — Sonrío como mamá dice que debo hacerlo cada vez que haga una entrega.
"Sonríe de oreja a oreja Venus. Muestra todos tus dientes, aunque te duelan los músculos del rostro."
Si. Lo sé. Mi madre es completamente encantadora.
— Hola Venus. Claro que ya está aquí. Te anunciare de inmediato. — Asiento con la sonrisa aun en el rostro.
«¡Cómo duele tener que fingir!»
A veces creo que parece que estoy promocionando alguna pasta dental al sonreír de este modo.