Una penetrante calma vestía cada rincón de la magnífica madreselva. El cielo era, durante aquella tarde, el modelo perfecto para una obra de arte; pinceladas rosadas y naranjas eran esparcidas con una curiosa simetría creando, de manera bizarra, la perfección de aquella despedida al cielo soleado que ahora oscurecía con elegancia y sutileza.
Lobo se hallaba dentro de una especie de oscuro pasadizo liderando a una manada de pequeñas luciérnagas que, tras horas de negociación, había logrado convencer de ayudarle. Había oído de algunas criaturas que esa extraña espécimen era capaz de encenderse como una llama flamante, haciendo su fisionomía brillar en la oscuridad.
Llegada aquella información a sus oídos, esperó a la noche para pedirles que hicieran a su Luna sentir la alegría otra vez.
Durante las noches anteriores fue testigo del nacimiento de un desgarrador llanto cargado de melancolía. De dolor que añoraba con fervor un lejano hogar. Escuchó los sollozos de Luna, como cánticos desesperanzadores y su alma se llenó de fuerte odio y desprecio hacia sí mismo. Sentía que era culpable y el pesar le cubrió enteramente el alma.
Un ápice de ilusión llegó, cuando oyó de aquellas cositas que volaban sobre él. Su molesto aleteo no le había gustado en primer momento. Pero si lograban devolverles a su compañera y terminar con el calvario que le volvía desgraciado, haría esto las veces que fuera con tal de hacer que ella jamás vuelva a dejarle.
No la perdería.
De esa forma había logrado que aquel cutre lugar estuviese decorado, en su mayoría, por hileras de coloridas mariposas y adorables claveles. Las diminutas luciérnagas se posicionaron en la entrada y entre algunas flores consiguiendo tenues luces en distintas tonalidades, mientras las manadas de otros animales finalizaban de colocar indicaciones plasmadas con el jugo seco de las vayas.
Luna caminaba inquieta en el ya oscurecido bosque buscando con preocupación a Lobo. No había estado en casa durante el día y entrada la tarde cuando no le vio regresar, un presentimiento extraño abordó su corazón. No podían estar separados por tanto tiempo y si no le hallaba pronto sería demasiado tarde. Rogando que no le hubiese ocurrido ninguna cosa horrible, llamó a su pequeño, provocando que un eco sordo inundara cada rincón del arbolado espacio.
Pero no recibió respuesta.
En su lugar, una curiosa lucecita se encendió, titilando con insistencia en la cima de un enorme roble. Curiosa, entornó los ojos a su dirección esforzándose por mirar con nitidez las palabras escritas en la robusta rama.
"Luna, sigue la luz"
La jovencita no había sido capaz de reaccionar cuando en el árbol contiguo, otro brillo hizo presencia provocando por parte de ella un salto de sorpresa. Una oleada de emoción la sobrecogió y en su interior sentía que todo aquello era obra de Lobo. Él quería ser buscado otra vez, quería que jugaran como antes.
Luna fue guiada entre la oscuridad por los focos naturales, mientras sus manos se movían inquietas acariciando cada hebra de sus blancos cabellos, tratando con esmero de arreglar un poco aquella rebelde melena que danzaba junto al viento.
Una oscura caverna obstruyó su vista, borrando todo rastro de esperanza en su rostro. Había caminado tanto para llegar a ese sombrío lugar sin la presencia de a quien tanto anhelaba encontrar. Se sintió engañada y caviló la idea de que aquello había sido una desagradable jugarreta.
"La vida no es un como un cuento de humanos"
Estuvo por marcharse, volviéndose para regresar a su hogar a pasos pesados; cuando un aullido retumbó cual tambores, entre las paredes rocosas de la cueva. Inevitablemente, su corazón se regocijó y pronto su vista fue incendiada ante la más hermosa y colorida imagen que jamás haya podido ver.
Desde el interior, aquella silueta con aire imponente y salvaje se acercaba con lentitud, nunca cabizbajo ni tambaleante; siempre fuerte y vestido de misterio. Siempre tan Él.
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Editado: 12.04.2018