Salimos del hospital con todas las miradas puestas en nosotros. Yo camino con la cabeza baja y la vista fijada en las brillantes baldosas blancas del suelo del hospital. No sé exactamente a dónde vamos. Las palabras y preguntas que se filtran en mi mente parecen no ser capaces de luchar contra el continuo miedo que acojo en mi interior. Aunque no han cesado de asegurarme que estoy a salvo y que nadie puede herirme, temo que la poca seguridad que me brindan sea un engaño. De repente, un suave apretón en mi mano derecha me hace mirar a la misma mujer que no me ha soltado desde aquel emotivo abrazo en la habitación.
—¿Todo bien?
Frunzo el ceño mientras me hundo en sus brillantes ojos de miel. Una extraña, pero agradable, sensación sacude mi pequeño cuerpo al ver una promesa de cariño, amor y compresión en ellos. Analizo su expresión y, tras unos segundos de reflexión, comprendo que espera una respuesta. Las palabras siguen atascadas en mi garganta, por lo que me limito a asentir e intentar sonreír. No parece muy convencida, pero tira de mi mano hacia delante y camina conmigo hasta un gran coche negro. Admiro con detenimiento cada detalle del vehículo y sonrío al llegar a la conclusión de que es perfecto.
—Parece que a alguien le gusta Amanda —dice el hombre con una gran sonrisa y yo frunzo el ceño.
—Rafael, es solo un coche. Asúmelo—espeta la mujer y me lanza una mirada a modo de disculpa.
—Como sea—masculla el hombre —. He pensado en ir primero a casa para que te acomodes y conozcas el lugar.
Asiento dudosa y me acerco hasta posar mi mano en la manilla de la puerta. Tiro de ella y enseguida noto cómo mi cuerpo se debilita y un mareo llega a mí. Siento mis piernas temblar y mi cuerpo ceder, pero poco después, alguien sostiene mi cintura antes de caer al asfalto.
—Estás débil todavía. Debes tomarlo con calma —me tranquiliza Rafael.
Entro y me siento al lado de la ventana con ayuda del amable señor. Más tarde, una vez que ellos ya están sentados en la parte delantera, el coche se pone en movimiento.
—El trayecto es algo largo. Quizás puedas descansar algo más—sugiere ella.
No digo nada, tan solo vuelvo a asentir y miro el paisaje que me deja ver el cristal. Me sorprendo al ver muchísimos árboles. Pinos altos, frondosos y verdes se levantan desde el suelo de una manera bella e imponente. A lo lejos, consigo distinguir algunos animales y pequeñas flores de colores tan vivos que no lo creo posible. A los diez minutos, paramos en lo que parece ser un pequeño puesto de control. Un hombre de uniforme se acerca hasta la ventanilla.
—Alfa— saluda—. ¿Qué le trae por aquí? —pregunta cortésmente.
—Vinimos por ella—dice él mirándome con una gran sonrisa.
—¡Oh! Ya veo... Encantado señorita —dice y me ruborizo cuando me mira detalladamente—. Bueno, todo en orden. Pueden continuar. Espero verlos pronto por aquí.
—Seguro, oficial—esta vez, es ella quien habla.
Sin más, continuamos con nuestro viaje. Tras varios minutos, observo la vegetación. Antes, eran grandes pinos, pero ahora el paisaje es más relajado y hogareño. Varias clases de árboles se alzan creando una diversidad perfecta que me encanta. La carretera dibuja grandes curvas sinuosas que me dejan ver los distintos animales que habitan el gran bosque.
Diez minutos más tarde, entramos a un pueblo lleno de vida. Los niños corren de un lado a otro con golosinas en sus manos; varias parejas se besan mientras se miran con amor; los ancianos discuten mientras lanzan pequeñas migas de pan a un grupo de gorriones que los miran maravillados... Algunas casas son de madera, mientras que otras optan por gruesas piedras como paredes. Son blancas, rosa pálido, color vainilla, azul cielo y verde menta. Una leve risa brota de mis labios al ver a un hombre discutiendo con una hermosa mujer en el patio de su casa. Ella parece realmente enfadada mientras mueve exageradamente sus brazos y no deja de gesticular. En cambio, él parece maravillado por ella. Llegado un momento, la mujer dice algo y se da la vuelta derrotada. Es ahí, cuando el hombre parece llamarla y, cuando esta se da la vuelta, enciende la manguera que tiene en la mano y la moja. Río aún más cuando veo cómo es derribado por ella, quien lo abraza mojándolo para, poco después, besarlo apasionadamente.
Un pensamiento que ya creía desterrado de mi mente me asalta de nuevo. Y es que una pequeña parte de mí desea eso. Pero, ¿podrá amarme alguien? La respuesta siempre es no, pero esta vez algo cambia.
<<No seas estúpida, hay alguien para todos. Incluso para ti>>.
Dice una nueva voz en mi cabeza. ¿Acaso mi conciencia ha decidido dejar de burlarse de mí? No, es una trampa. Mi peor enemigo soy yo misma. No puedo confiar en mí.
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Editado: 16.05.2018