Hunter. Su nombre aún hace eco en mis sonoras carcajadas. De todos los nombres de hombre que existen, sus padres tenían que elegir ese.
《Qué gracia eh, destino》.
Mientras mi cuerpo se pierde en una risa infinita, Hunter bufa y cierra mi boca con una de sus manos. Miro a sus brillantes ojos verdes e intento callarme.
—No tiene gracia, Ares.
Asiento y su otra mano limpia las lágrimas que han caído sobre mis mejillas. Después, nos perdemos en nuestras miradas mientras intentamos descifrar el interior de cada uno. No obstante, como soy así de simpática, muerdo con fuerza la palma de su mano posada en mi boca y rompo la magia del momento.
—¿Pero qué...? —pregunta confundido.
Sujeta con fuerza su mano y mira con horror la pequeña herida sangrante. Ruedo los ojos y llevo de nuevo su mano hasta la altura de mis labios.
—Así que, Hunter —asiente—. ¿Por qué dices que soy tuya?
Pregunto y paso mi lengua por la misma herida que mis dientes han causado. Hunter suspira pesadamente y relaja su expresión.
—Eres mi mate. Mi todo.
Su respuesta consigue sacudir algo de este marchito corazón y beso con suavidad su mano.
—¿Cómo estás tan seguro?
Sigo besando despacio su piel, marcándola centímetro a centímetro con pequeños mordisquitos que pretenden ser cariñosos.
La expresión de Hunter se suaviza visiblemente mientras recuerda algo y formula su respuesta.
—Supongo que sabrás que los mates se reconocen por el singular y único aroma que poseen — asiento sin despegar mis labios de la piel de su muñeca —. Sabía que eras tú antes de que te viera en la cafetería.
Dejo mi tarea y levanto la mirada para mirarlo fijamente. La primera vez que lo vi fue en la cafetería, estoy segura de ello. Pero, entonces, ¿cómo podría saber él que yo sería su otra mitad?
—La primera vez que te vi fue en una foto.
Se levanta y camina hasta coger su chaqueta caída y sacar de ella una cartera marrón. Se acerca hasta la cama y se sienta con las piernas estiradas apoyado en el cabecero. Palmea su regazo y niego repetidamente.
—No voy a sentarme encima tuya, Hunter—digo convencida.
—Vamos, nena. Prometo no comerte—sus ojos brillan antes de decir—, de momento.
Niego derrotada y me coloco con cuidado sobre él. Espero no romperle los huesos con mi peso.
《Lo que se va a romper son sus pantalones. ¡Jesús, lo que tiene ahí escondido!》
Una vez que he apoyado mi espalda en su pecho, abre su cartera y me la enseña. En ella, descansa una foto de un bebé sonriente. Sus rellenas mejillas sonrojadas y su mirada alegre y divertida me obliga a devolverle la sonrisa. Sigo examinando al pequeño bebé hasta que veo dos brillantes esferas púrpuras por ojos; hasta que veo mis propios ojos. Impactada, dejo de respirar y la cartera cae de mis manos. La fotografía fue tomada antes de mi secuestro. Antes de que todo se arruinara. Cierro los ojos e intento encontrar el aire que me falta, pero este tan sólo es un intento fallido, como el de pronunciar cualquier oración coherente.
—Mi padre y Rafael son viejos amigos. Mi padre nunca dejó que se rindiera. Formó el equipo especial de búsqueda e hizo todo lo posible por encontrarte—suspira y su pecho vibra contra la piel de mi espalda—. La mayor parte del territorio estaba destruida, por lo que las manadas a menudo se reunían y ayudaban entre sí. La mansión Bronze, tu casa, fue una de las pocas sedes que quedó en pie. Recuerdo que todos los días había gente en ella. Algunos buscaban cobijo, otros alimentos; pero lo que todos compartían, incluídos tus padres, era esa necesidad de huir de la soledad y el dolor.
—No lo entiendo.
La inestabilidad de mi voz nos sorprende a ambos. Yo ya sé todo esto, pero no logro comprender qué tiene que ver con que un hombre que acabo de conocer tenga una foto mía antigua de la que ni siquiera yo sabía de su existencia.
Hunter sonríe contra mi pelo y besa cariñosamente mi sien.
—Mi hermano fue secuestrado por los cazadores.
Ahora, su voz es fría e incluso un poco aterradora.
—Yo acababa de cumplir diecisiete años cuando todo pasó —carraspea—. El caso es que entonces, Rafael y Martha siempre estaban ahí apoyándonos de la misma forma en la que mis padres lo hicieron. Todo el mundo me daba el pésame y me repetía un lastimoso "lo siento", como si él hubiera muerto. Todos creían que era así, incluso mi familia. Me negué a creerlo. Venía aquí una y otra vez. Era el único lugar donde nadie venía. La primera vez que entré fue un accidente, pero lo olí. El aroma era muy tenue y casi imperceptible, pero supe que eras tú. Nadie había entrado en años a tu habitación. Me sentaba justo donde estoy ahora y soñaba con tenerte aquí, entre mis brazos. Y ahora que te tengo no voy a dejarte ir, Ares.
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Editado: 16.05.2018