—Lo primero que recuerdo es a mi madre, Katherine, curando mis heridas. Ella no quería hacerlo, pero Ankar deseaba mi recuperación para seguir con sus castigos, por lo que le ordenó ayudarme. Esto ocurrió después de que incumpliera una de las normas. Era el día de mi cuarto cumpleaños y se decidió que ya era lo suficientemente mayor como para aceptar las consecuencias de mis actos. Antes de esto, yo ya había quebrantado la mayor parte de las normas, pero fue ese el día en el que descubrí que no les importaba dañarme, sino que lo disfrutaban.
Hago una pausa en la que tomo una gran bocanada de aire. Parpadeo con rapidez cuando el retrato del rostro asqueado de mi madre mirándome aparece de nuevo dentro de mi cabeza. Carraspeo y miro de nuevo directamente al estrado. Algunas personas han cambiado su expresión de hostil indiferencia a una algo más afectada, incluso de lástima. Esto me hace sentir aún peor conmigo misma. A nadie le gusta que le miren con pena, pero sí con admiración, algo que yo nunca he vivido.
—¿Cuál era el reglamento? —pregunta el hombre del estrado.
Apoyo el micrófono en el atril metálico y respondo a su pregunta.
—Mis normas no eran iguales que las de los demás. Estas eran: obedecer las órdenes de mis superiores; odiar todo aquello que representa lo sobrenatural; no mostrar afecto por nadie; no llorar; no mostrar debilidad; y por último, la más importante: no intentar escapar.
Tras esto, la sala queda inmersa en un doloroso silencio y las miradas de lástima se extienden entre ellos como una epidemia. Mientras tanto, yo espero a la siguiente pregunta con gran impaciencia. Quiero terminar cuanto antes e irme. Ya ni siquiera me importa que me expulsen, sólo deseo esquivar sus miradas y olvidar todo mi pasado. Pero no podré hacerlo si no dejan de obligarme a recordarlo.
—¿En qué consistían los castigos?
Trago saliva al oír la cuestión. Sinceramente, no pensé que se interesarían en cómo eran. Al fin y al cabo un castigo es un castigo. Algo universal que todo el mundo conoce.
—Su magnitud variaba según la gravedad de mis acciones y quien los llevaba a cabo. Bien podía utilizarse un látigo, una navaja o los puños. Todo dependía del tiempo y de las ganas que tuviesen de divertirse —respiro—. No quiero hablar más de esto. ¿Podrías formular otra pregunta?
Él asiente y comienza a hacer preguntas de lo más ridículas. Como cuáles son los métodos de tortura, cuándo es un buen momento de caza, cómo los encontramos... Digo ridículas porque todos saben ya las respuestas. La tortura consiste en quebrarlos hasta que no sepan ni cuál es su nombre, pero sí que deben traicionar a su raza. Los mejores momentos para cazar son cuando hay algún evento importante y la seguridad se reduce, como ocurre en Navidad y en los nombramientos. Y la respuesta a la tercera pregunta es sencilla, se espera hasta que el individuo está sólo y entonces, se ataca o seda con un somnífero.
—Nuestro equipo no encontró a Katherine. ¿Por qué?
—Se fue cuando cuando tenía seis años. Le dijo a Ankar que su parte del trato no incluía estar allí y se fue. No le importó dejarme sola. Cuando le pedí que me llevara comenzó a reír.
Otro silencio incómodo y el dolor del abandono vuelven. Quiero acabar ya. Espero que todo esto sirva de algo porque en cualquier momento temo romper en llanto y no quiero que me vean así. Por primera vez en todas las horas que llevo aquí, miro a Hunter, quien sigue con la vista fijada en cualquier lugar que no sea yo. Su gesto de indiferencia me duele tanto como debería dololerle a él estar sobre su trono de plata. Pero no parece afectarle en lo más mínimo. ¿Será porque posee sangre real? ¿Son más poderosos que los demás hombres lobo?
—Llamamos al testigo Seth Raider —dice esta vez una mujer del lado izquierdo.
La puerta vuelve a abrirse por segunda vez y Seth entra con un andar calmado y confiado. Todos parecen tener una seguridad en sí mismos envidiable. Yo, en cambio, cada segundo que paso bajo la rigurosa mirada de todos aquellos que se encuentran aquí pierdo un poco más de mí.
Seth posiciona su bien musculoso cuerpo a dos pasos del mío, donde otro atril del mismo color se eleva desde el tapizado suelo. Antes de empezar, me mira y dirige una sonrisa que consigue calmar los horribles nervios que amenazan con quebrarme.
—Señor Raider, ¿dónde conoció a Ares Bronze?
Ahora es una mujer mayor, de unos sesenta años y vestida con un impoluto traje de falda negro quien interroga. Sus ojos azules son penetrantes y da la sensación de que se adentran en los avellana de Seth, como si lo viera por dentro.
—La conocí hace cuatro años, cuando fui capturado y llevado a la Residencia de Cazadores. Hubo un fallo en una de las fronteras del territorio y consiguieron entrar. También fueron arrestados catorce hombres más, de los cuáles no conozco su final. Aunque supongo que fueron torturados y brutalmente asesinados, como suelen hacer los cazadores —gira su rostro y me mira—. Conocí a Ares la quinta noche allí. Como todos los días desde mi cautiverio, mis captores entraban en mi celda e intentaban obtener información a través de la tortura. Sin embargo, aquella noche no vinieron solos. Una asustada niña de trece años estaba con ellos junto con un tercer hombre que reconocí como el líder de los cazadores.
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Editado: 16.05.2018