Según los libros y enciclopedias, la ira es un sentimiento de indignación que causa enojo; el deseo de venganza; la furia y violencia hacia algo o alguien. Sin embargo, todas estas definiciones están equivocadas. La ira es más que un sentimiento. Esta puede guardarse en una pequeña caja, donde se acumula hasta que alguien decide abrirla. Ese alguien es el detonante, un terremoto inesperado que sacude una casa mal cimentada que se derrumba tras los temblores que representan los numerosos avisos antes de que la edificación colapse.
La ira es el prisionero torturado que reza y sueña con escapar para volver a ver las estrellas en el oscuro cielo nocturno. Son sus magulladas muñecas luchando contra la fuerte restricción de las esposas sobre ellas. Es el momento en el que logra zafarse de las cadenas y lucha contra todo aquello que intento retenerlo.
Es también, un cosquilleo suave pero constante en cada milímetro de la piel. La niebla que ciega nuestra visión y la maligna voz que se hace eco desde lo más profundo de nuestra mente para gritar una y otra vez.
Pero por encima de todo, es la razón por la cual, ignorando el dolor, me levanto y alzo la mirada hacia lo más alto de las gradas, donde él sigue sonriendo. Mis ojos púrpuras y feroces lo retan a bajar y enfrentarse contra el verdadero yo. Contra el monstruo cegado por la sed de sangre en el que me convirtieron: contra una cazadora. Su sonrisa se ensancha y salta desde donde antes yo había caído. Al contrario de mí, el aterriza de manera perfecta y sincronizada sobre sus pies sin ninguna mueca de dolor. Giro mi cabeza y escupo la sangre acumulada en mi boca tras la caída.
Déjalo ir.
Dice mi conciencia y sé que no se refiere a Collins, sino a la furia que arde descontroladamente en mi pecho. Solo he perdido el control en una ocasión, y lo único que recuerdo es despertar en el salón de la Residencia de Cazadores con mi vestido blanco manchado de rojo. Un grupo de chicos de entre diecisiete y veinte años me habían apresado y llevado hasta la gran sala, donde me habían hecho saber lo que tanto me había costado ocultarme a mi misma. Durante lo que me parecieron horas, se burlaron de mí y del odio que mi propia familia sentía por mi existencia. Yo no era nada para ellos, pero escuchar la verdad a veces duele, y más si habías intentado esquivarla con tanto esfuerzo como lo hice yo.
Por eso, reconozco sin alarmarme el cosquilleo en mi mente y la sádica sonrisa que cuelga de la comisura de mis labios. Mi pulso se acelera y la adrenalina corre libre por mis venas. Todo el dolor físico que el golpe anterior me había producido desparece para dar lugar al deseo y la necesidad por verlo sufrir. Soy consciente de que, en este estado, mi mente es enfermiza y no actúo de forma racional; pero, ¿acaso él ha pensado con claridad antes de lanzarme al vacío?
Déjalo ir.
El eco de sus palabras se hace mayor a medida que me acerco hasta el que consideraba mi mejor amigo y mayor confidente. Sabía que tras darle el collar de su padre podría reaccionar mal, pero esto está más que mal.
Déjalo ir.
Un destello dorado danza en sus iris antes de esquivar el primer golpe de mi puño en su rostro. Collins emite un gruñido bajo y amenazador que, lejos de amedrentarme, me anima a continuar luchando contra él. Exclamaciones y pasos rápidos se escuchan a mi alrededor mientras intento escapar de la fuerte presión de sus manos en mi cuello. Lanzo una patada directa a sus costillas y se aleja para tomar bocanadas de aire grandes y rápidas. Ignoro la sangre que recorre el lado derecho de mi cabeza y vuelvo a atacar, esta vez, directo a tu corazón. Impacto con dureza y habilidad mi codo en su pecho y él cae de rodillas.
— ¡No lo maté!- grito furiosa al mismo tiempo que atrapo su mentón entre mis dedos—. ¡Yo no lo hice!
Mi pie golpea su garganta y Collins cae hacia atrás. No me ataca directamente, y eso es lo que más me molesta. Me siento encima de él e impulso mis puños contra su, ahora, rostro magullado y repito sin cesar:
— ¿Por qué has hecho eso? ¡Yo no lo hice! ¡No lo maté! ¡No lo hice!
Las lágrimas caen casi tan rápido como llega la neblina de aterradores recuerdos. Oigo los gritos de algunos estudiantes y sus súplicas, pero no logro detenerme. De repente, siento unos brazos apresar mis muñecas y cierro con fuerza los ojos. Sé lo que viene ahora.
"Las niñas malas son castigadas"
— Lo siento —susurra débil—. Lo siento tanto.
Sus brazos empujan mi cuerpo hacia delante, haciéndome caer sobre él.
—No lo hice, Collins— sollozo al mirar sus ojos azules —Intente detenerlo, pero no...
Una ráfaga de dolor atraviesa mi cuerpo como mil cuchillos a la vez. Oigo cómo cada uno de mis huesos cruje y se rompe. Inhalo rápido buscando el aire que me falta y necesito para seguir consciente. Es lo mismo que la otra vez. Los temblores se transforman en convulsiones, y los susurros de Collins en gritos con mi nombre.
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Editado: 16.05.2018