Atención: este capítulo contiene un alto nivel de violencia física y verbal, así como alusión al abuso sexual. Recuerdo que la autora no promueve este tipo de acciones.
Cuando era niña, solía creer que había amor para todo el mundo, porque, en el fondo, todos eran buenos. En mi inocente mente infantil no había lugar para la maldad ni la desesperanza. Todo tenía solución y, si me portaba bien, yo encontraría el amor que merecía. Sin embargo, ahora sé que no todas las personas son buenas y que no todos pueden encontrar ese amor prometido. En aquella tierna niña de seis dulces años no se podía ver más que dulzura, esfuerzo y soledad no merecida.
No nacemos preparados para lo que ocurrirá. No nos enseñan que la vida es ardua y complicada. Tampoco sabemos lo difícil que será conseguir aquello con lo que soñamos cada noche. No, porque no nacemos ni estamos preparados para la vida. Es ella quien lo da todo y enseña a valorarlo. Sin embargo, muchas son las veces en las que lo hace con duros golpes que nos quitan el aliento y desmoronan por completo. Los humanos y no tan humanos, somos seres creados exclusivamente para errar y sufrir por nuestros errores. Cada uno tiene su historia y sus momentos de esplendor y dolor.
Los familiares nunca explican de forma tan racional y fría lo que es en realidad vivir. Es impensable el destruir la alegría y esperanza de un niño con tales palabras. Yo fui advertida desde el principio. No hubo mañana en la que no se me dijese lo inservible e inútil que era, ni noche en la que yo no llorase lágrimas de soledad en la oscuridad de mi habitación. A menudo, solía colar mi pequeña cabecita entre los fríos barrotes de la ventana para admirar cómo el resto de familias disfrutaban juntas. Envidiaba los abrazos que los demás niños recibían, las palabras cariñosas que se les eran dedicadas... Pero lo que más envidiaba, era su libertad.
Durante estos largos meses he podido analizar con tranquilidad esa gran mafia llamada "Cazadores". He pensado y pensado en todo lo relacionado a Ankar y sus castigos; Z y sus inapropiadas acciones; el rencor que los demás guardaban contra mí... He juzgado con gran criterio cada acontecimiento antes de mi llegada a territorio lobuno. No obstante, siempre hubo algo que no logré comprender.
El día en el que Katherine se fue, era un día lluvioso y gris. Yo había caído esa misma tarde por las escaleras tras marearme. A penas tenía seis años y ya había sufrido las consecuencias que el maltrato físico acarreaba. La última vez que vi a la que ,hasta ese momento, llamaba mi madre, fue vestida con un elegante traje negro y con sus rebeldes rizos rubios recogidos en un bonito peinado. Yo había elogiado su belleza cuando caminó por delante del sillón en el que yo curaba las nuevas heridas de mis rodillas. Katherine, tan solo me miró con asco y siguió andando hacia la puerta que nunca más volvió a abrir. Escuché la burla en la voz de Ankar cuando ella le decía que se iba.
"Yo ya he cumplido con mi parte del trato. Lo demás es cosa tuya".
Había dicho por última vez antes de salir para siempre de lo que sería mi infierno durante los próximos once años.
Después de aquello, comprendí que no todos eran buenos como yo creía. Empecé a creer que albergar esperanza e ilusión estaba mal. Me dejé convencer por lo que los cazadores dijeron sobre mí. Sin embargo, lo peor no fue enfrentar a la cruel realidad en la que mi madre me dejaba atrás, sino no saber por qué lo hacía ni a que trato se refería.
Ahora, más de una década después, vuelvo a ver sus largos rizos de oro y sus afilados ojos verdes. No puedo decir que algo en ella ha cambiado, porque sigue siendo la misma mala mujer que abandonó a su hija en donde sabía que más sufriría. Porque eso es lo que ella quería, que yo sufriera por cada uno de sus errores y acciones mal acabadas. Yo debía ser el cordero que habría que sacrificar para compensar el daño cometido. Pero ni yo era un cordero, ni sería jamás un error.
Ares es el nombre del dios griego de la guerra y yo debo hacer justicia a este nombre. Seré una mujer, con mis debilidades e inseguridades, pero ante todo, una guerrera.
—¿Era necesario tanto daño solo para acercarte a mí?—pregunto con frialdad—. Siempre fuiste muy dramática, pero no pensé que además fueras tan ridícula y patética.
Una sonrisa cargada de sarcasmo tira de sus labios cuando ve mi reacción. Puede que esperase encontrar a la misma niña asustadiza que lloraba a sus pies en busca de ayuda, pero yo ya no soy así. La situación ha cambiado y con ella, yo. Sus largas piernas marcan un sendero de pasos tranquilos al rededor de mí. Su astuta mirada me estudia con detalle mientras en su mente, un ingenioso plan toma forma. Cada minuto que pasa, mi furia es mayor, por lo que me esfuerzo en controlar el inevitable impulso de atacarla con miles de insatisfechas preguntas y duros golpes de mis puños.
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Editado: 16.05.2018