Wolf Hunter

XXXIX

Son numerosas las ocasiones en las que pienso sobre el significado de los nombres y en el por qué de ellos. Cuando nace una nueva vida, automáticamente la etiquetamos a través del nombre que le damos. Y, aunque en un primer momento esto parezca algo común e insignificante, es la principal característica que nos define. Puede que haya cientos e incluso miles de "danieles" o "lauras", pero nunca habrá nadie como nosotros. Por ello, es importante escoger un nombre que concuerde con lo que se espera del bebé y futuro adulto. 

   Cuando comencé a pensar en por qué yo me llamaba Ares, entendí que era lo que representaba la palabra lo que los cazadores esperaban de mí. Me bautizaron como hicieron los griegos con el dios de la guerra esperando que yo fuera tan fuerte y feroz como por definición debía ser. Por ello, me aferré a la idea de que debía resistir cualquier golpe que la vida me diese. Por más difícil fuera la situación yo debía seguir hacia delante y luchar. 

  Ahora, aunque sigo creyendo en ello, sé que, a veces, es mejor recorrer el camino acompañado de aquellos que ayudan de forma incondicional. De aquellos que, aunque se caigan, no pierden la sonrisa. Porque eso es la vida: aprendizaje y superación. Sin embargo, ahora que conozco la verdad, comprendo que mi nombre no evoca a la destreza y habilidad que se esperaba en mí. Todo aquello por lo que tanto lucharon Martha y Rafael no fue más que una daga envuelta en un lazo; un sabor de fresas amargo; un océano sin sol en el horizonte; un préstamo.

  Yo debía ser la milagrosa solución de los cazadores y el trágico final de los hombres lobo. Debí ser el detonante de la guerra entre ambos mundos. No obstante, nunca fui más que un estorbo. 

  <<¿Qué fue lo que salió mal?>>.

  No sé nada. Ya no confío en ningún aspecto de la realidad que me envuelve. No puedo creer en lo que me muestran mis sentidos o en lo que pienso, porque después, todo parece ser erróneo. ¿Sabrán Rafael y Martha la verdad tras la llegada de su esperado bebé? Me tiemblan las manos al imaginar todo por lo que han pasado. Más de diecisiete años buscando la llave de su felicidad, aquella que les fue arrebatada injusta y cruelmente. 

  —Yo también solía poner esa expresión al pensar en qué ocurriría si... —Katherine ríe y peina su cabello con los finos dedos de sus manos—. Quería experimentar la libertad. Tenía veinte años y ni siquiera me había emborrachado. ¿Triste, verdad?

  Su voz es inestable y sus manos tiemblan cuando recoge un rastro de sangre del suelo y lo lleva a sus labios. Después, suelta un suspiro aliviado y me mira en busca de una respuesta. Con miedo por las posibles consecuencias,  asiento mientras pienso en una manera de escapar. 

  —Yo también sentí lo mismo, pero aquello no me convirtió en un monstruo—argumento con sinceridad.

  La rubia ríe a carcajadas cuando intento levantarme. Aunque he extraído gran cantidad del veneno, parte de él sigue nadando libre por mi sangre, produciendo un efecto calmante que logra desestabilizarme hasta hacerme caer de nuevo. Entonces, se acerca hasta mí, y alza con dureza mi mentón, de forma que puedo apreciar cada detalle de su malévola mirada.

  —¿Quién dijo que tú no fueras un monstruo? No eres mejor que yo, Ares. Podrás creer que sí, pero hay más sangre manchando tus manos que en las mías. 

  Me zafo de su agarre bufando incoherencias. No puedo negar lo evidente. Durante largos años se me conoció como la cazadora más letal, como La Pesadilla de Fuego. Todos los lobos me temían. Inventaron historias sobre un hombre tan cruel y sádico que quemaba a sus víctimas y disfrutaba viendo su dolor entre las llamas del fuego. Nadie pudo imaginar que aquel hombre temido era en realidad una niña de trece años buscando algo de justicia entre tanta corrupción. No podré refutar el hecho de haber matado, pero sí podré decir sin miedo que no hubo ningún inocente que tocara el afilado filo de mi puñal. 

  —No intentes compararte conmingo, Katherine. Tú eres mala y monstruosa. Eres una persona sin corazón que solo busca su propio placer y, para encontrarlo, no te importa sacrificar a quien se interponga en tu camino. Tú eres el verdadero monstruo aquí. 

  Su rostro se arruga en una extraña mueca de enfado antes de desenfundar su puñal y clavarlo en mi hombro. Un alarido agónico escapa por mi boca cuando el mismo ardor que sentí en mi pierna vuelve con más intensidad. Intento alejarme de ella, pero con fuerza y destreza, consigue que con cada movimiento que de, el arma se adentre más profundo en mi piel. Resignada y con suaves sollozos, ceso mi intento de huida y me detengo esperando que retire el afilado metal de mi cuerpo. Fuego helado recorre mis venas para causarme el más grande de los tormentos. No es hasta minutos más tarde, cuando Katherine retira, con un movimiento brusco y rápido, el arma de mi cuerpo. 




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