¡Regresa a tu hogar, Makoto!
Makoto abrió sus ojos lentamente, después de un largo y profundo sueño. De pronto notó que estaba encima del chico.
—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó Takumi al mismo tiempo que bostezaba y sobaba su cabeza con una de sus manos.
Los dos se encontraban en el suelo, el chico tenía marcas de mordidas y rasguños de la cachorra, quien lo había atacado para obligarlo a dejarla salir. Sin embargo, en medio de su discusión ambos terminaron quedándose dormidos en el piso de la sala.
La lobezna se levantó y se dirigió hacia la puerta, una vez allí empezó a saltar y darle arañazos intentando abrirla.
—He dicho que no —dijo Takumi levantándose y sacudiendo su ropa.
Makoto gruñó y mordió la puerta con fuerza, pero no dio resultado. Luego de tantos intentos fracasados, se tumbó frente a la puerta y comenzó a chillar. Se detuvo al escuchar los ruidosos pasos de Takumi, el cual tras ver el reloj se hallaba corriendo de aquí para allá ordenando todas las cosas de la casa. La cachorra observó un pequeño cojín que se había caído del sofá. Se acercó despacio a él, acechándolo como a una presa, y finalmente le brincó encima y comenzó a masticarlo y jugar con él.
—¡Dame eso! —le ordenó el joven intentando agarrar el cojín, pero la cachorra no lo quería soltar—. Anda, suéltalo. Mi madre no tardará en llegar. —En ese mismo instante se oyó el timbre y Takumi corrió a abrir la puerta.
Makoto soltó su juguete y caminó hacia la puerta. Cuando el chico abrió se alegró al ver que era su madre, y después de abrazarla y darle la bienvenida, la dejó entrar. Madre e hijo comenzaron a platicar, pero Makoto no prestó la más mínima atención a su conversación, solo se mantuvo quieta lamentando en silencio no haber aprovechado esa oportunidad de escapar de la casa. Al notar la presencia de una mujer desconocida, la cachorra levantó su cola y le gruñó a la humana, mientras mantenía cierta distancia.
La madre de Takumi no pudo evitar mirar al animal de donde venían los gruñidos, enseguida hizo un gesto de miedo y preocupación.
—¿Qué hace un animal salvaje en la casa? —preguntó ella señalando a Makoto.
—Es una cachorra que encontré herida —dijo mirando a la lobezna—. ¿Acaso no es una cría de perro?
La señora se acercó a la cachorra y abrió un poco su hocico, esta no paraba de gruñirle.
—Esos colmillos tan afilados, seguro son de lobo —dijo permitiendo que su hijo se acercara a verlos.
—¿Estás segura?
—Sí, he visto crías de lobo antes, tenían la misma apariencia que esta y la misma dentadura.
Takumi tomó a la cachorra en sus brazos, ella se encontraba nerviosa por la presencia de aquella mujer. El chico ahora entendía mejor el comportamiento de Makoto, pues resultó no ser una perrita como él pensaba.
—Tienes que regresarla al bosque, no puede vivir aquí.
—¿Y si le pasa algo malo? No había rastro de que tuviera una manada o una familia cuando la encontré. Además estaba herida y no se podía levantar, tal vez no sobreviva sola —dijo bajando su cabeza y acariciando a la cachorra con tristeza. Esa pequeña loba pudo haberle causado muchos problemas, pero aún así la quería mucho desde el momento en que la rescató.
—Tendrás que dejarla a su suerte. No podemos hacer nada más por ella, tenerla aquí encerrada sería incorrecto —dijo para luego levantar la mirada de Takumi y dedicarle una leve sonrisa—. Los de su especie son animales muy fuertes, valientes e inteligentes, incluso se les podría considerar los reyes del bosque. Ella... —dijo señalando a la cachorra, sin poder continuar por la interrupción de su hijo.
—Su nombre es Makoto.
—Entonces... Makoto seguro es una loba muy fuerte y puede cuidarse por sí sola. Se ve que está muy sana y es cuestión de unos pocos días para que su herida desaparezca —dijo revisando la pata de la lobezna.
El chico guardó silencio, unos segundos después Makoto se zafó de sus brazos y se sentó al frente de la puerta soltando uno que otro chillido de tristeza. Takumi se acercó a ella y la cargó.
—Perdón por negarte tu libertad —dijo mirándola a los ojos, conteniendo sus lágrimas.
Finalmente Takumi abrió la puerta. Makoto se alegró de inmediato y movió su cola, quería saltar y correr a buscar a su amiga, pero por alguna razón el humano no la soltaba.
—No puedes estar en la ciudad, es muy peligroso para ti —dijo mientras cerraba la puerta, luego de despedirse de su mamá.
El chico, con la lobezna en sus brazos, se encaminó hacia la zona más cercana al bosque. Su misión era dejar a la cachorra libre, y aunque quería quedarse con ella y cuidarla, sabía que llevarla al bosque era lo mejor. Durante el camino, no se atrevió a soltarla, porque sabía que se podría escapar. Llevaba horas caminando, iba al paso más lento posible, pues no quería despedirse tan pronto de Makoto. De vez en cuando paraba para mirar a la cachorra y darle unas cuantas caricias.
Editado: 12.05.2019