Los malos recuerdos
Tras la despedida de Makoto, los perros siguieron con su vida normal, confiando en que su compañera lograría llegar sana y salva a su hogar.
La abuela de los cuatro jóvenes caninos estaba bebiendo lentamente el agua de un pequeño tazón, que una anciana usualmente dejaba en el patio trasero de su casa para los perros de la calle. El acceso a aquel patio era fácil, pues no estaba cercado.
Al terminar de beber, Jess se sintió observada. Su teoría era cierta, Lanto era quien la estaba vigilando desde un rincón del patio, y no se encontraba solo, Tanya estaba con él.
—¿Qué quieren? —preguntó Jess con un tono frío mientras se volteaba para quedar cara a cara con ambos.
El perro azabache miró hacia otro lado, no sabía con exactitud qué podía responder ante aquella pregunta. Tanya lo miró y luego se dispuso a contestar.
—Queremos a la loba. Mejor dicho, queremos acabar con ella. ¡Dinos dónde está! —gruñó.
—Eso ya no importa —soltó Lanto de repente. Su mirada ya no se veía segura y dominante como siempre, en sus ojos se notaba algo de confusión e inseguridad.
—¡Pero esa bestia es una amenaza! Si unimos fuerzas con los demás perros podremos deshacernos de ella —dijo la mestiza con la cola en alto.
—No he venido para eso. Solo vine a hablar con Jess —dijo seriamente—. En privado —agregó indicándole a su acompañante que debía retirarse.
Tanya bufó para luego dirigirse hacia otro lugar, dejando a los otros dos perros solos.
—Dime, ¿cómo ha estado últimamente con lo de su cachorro? —preguntó Jess.
—Han pasado meses. Ya lo ha superado —aseguró Lanto.
—Perder un hijo es muy doloroso, además de que fue el único que logró tener —dijo la perra soltando un leve suspiro. Ella sabía lo horrible que era perder un hijo, pues una vez ella perdió a los suyos, menos a Laika.
—Ese cachorro era muy desobediente y siempre buscaba problemas. No me sorprende que haya terminado así.
—Tú también eras así de cachorro —le recordó Jess.
El perro de pelaje negro abrió sus ojos como platos. En el instante en que la perra hizo aquel comentario los recuerdos de su pasado vinieron a su mente. Cuando era un cachorro cometió graves errores por su actitud arrogante y por hacer caso omiso de los consejos que se le daban.
Él nació en una pequeña casa. Los propietarios eran una mujer, un hombre y sus dos hijos. Lanto, un cruce de Labrador Retriever y Setter Inglés, fue el mayor de una camada de cinco perritos. Los dueños de la casa no tenían espacio para tantas mascotas, así que vendieron a todos los cachorros menos a uno. Lanto fue uno de los que se vendieron, pero tuvo la suerte de irse junto a uno de sus hermanos. El nombre de su hermano era Jacko, tenía el pelaje más corto que Lanto y era de color chocolate con una mancha negra en su oreja derecha. Los nombres de los hermanos fueron dados por el hombre que los compró. Ninguno de ellos interactuó mucho con su madre ni con sus otros hermanos, pues fueron los primeros en ser vendidos cuando aún no habían cumplido un mes de nacidos.
Ambos habían sido comprados por hombre de unos 30 años, que vivía solo en una casa que poseía un jardín enorme. Allí se encontraban las casetas de los dos hermanos.
Los perros, en ese entonces con 5 meses de edad, disfrutaban del espacioso jardín, podían hacer lo que quisieran en ese lugar, pues era una zona exclusiva para ellos. Sin embargo, el hermano de pelaje azabache finalmente se aburrió de ese lugar. Ya conocía cada rincón del jardín y quería explorar nuevos lugares.
Su amo nunca los sacaba de paseo, tampoco les permitía entrar a la casa. Pasaban los días y las noches en ese jardín, haciéndose compañía entre ellos. Su dueño solo iba a verlos para alimentarlos y llenar sus tazones de agua, y de vez en cuando les daba un poco de cariño.
Cierto día, mientras su amo estaba trabajando, Lanto tomó una decisión, una de la que más adelante se arrepentiría.
—Jack, hoy saldremos de aquí —dijo mientras cavaba un agujero para poder escapar por debajo de la cerca.
—No me agrada esa idea, Lanty —le contestó su hermano, quien se hallaba tumbado frente a su caseta.
—¿Piensas quedarte todo el día ahí tirado? —preguntó frunciendo el ceño—. ¿No harás nada más que dormir?
El cachorro asintió para luego colocar su cabeza sobre sus patas delanteras. Lanto ya había terminado de cavar, el hoyo era lo suficientemente grande para que ambos cupieran.
—Vendrás conmigo —ordenó el azabache. Desde cachorro era muy dominante y no le importaban las opiniones de los demás.
—Es peligroso. El amo se enojará —dijo Jacko en medio de un bostezo.
—¡Eso no importa! —gruñó Lanto.
Editado: 12.05.2019