Wonderland: el Origen de Alicia

CAPÍTULO 4: LAS TRES ALICIAS

 

De repente el Sueño desapareció y los niños se encontraron solos. Era como si Wonderland se hubiera volatilizado, y eso no era lo más extraño. El paisaje había cambiado por completo. Ya no estaban descansando en el jardín del orfanato, sino que una oscura y densa niebla les había rodeado por completo. No podían ver nada, pues todo estaba envuelto en una profunda oscuridad.

Los hermanos, atemorizados, se dieron la mano. ¿Acaso eso era el País de las Maravillas?

Entonces, cuando empezaron a desesperarse, vieron una brillante luz dorada que se encontraba muy lejos, pues apenas era un pequeño punto brillante que se podía distinguir fácilmente entre tanta oscuridad. Sin embargo, ¿dónde se hallaba, exactamente?  

Parecía que los niños se encontraban en un largo y ancho pasillo que estaba a oscuras, y que la luz estaba situada al fondo de ese pasillo. Los chiquillos se miraron a los ojos unos segundos, y bastó eso para saber lo que pensaba el otro: ambos estaban decididos a averiguar qué era esa extraña luminosidad. Así que, cogidos de la mano avanzaron por el oscuro corredor.

Cuanto más se iban aproximando, más potente era la luz dorada.

—Esto es buena señal—comentó el niño—. Significa que ya estamos llegando. Debemos estar muy cerca de la luz.

—¿Qué crees que será?—preguntó la niña, curiosa.

—No lo sé. Enseguida lo averiguaremos—contestó el chico.

Al fin, llegaron al final del pasillo. La luz dorada era tan luminosa, tan brillante y tan potente que eliminaba todo rastro de oscuridad en muchos metros de aquel largo túnel. Por fin los niños podían distinguir dónde se hallaban.

Desde luego, estaban en un pasillo. Pero no era un pasillo normal y corriente: era el más largo y ancho que habían visto en sus vidas. El suelo estaba compuesto por cuadradas baldosas blancas y negras como si de un tablero de ajedrez se tratase, y además estaban tan relucientes que los niños podían ver su reflejo en ellas. Las paredes estaban cubiertas de papel plateado y despedían destellos dorados a causa de la centelleante luz. Pero lo más extraño de todo era que las paredes estaban llenas de cuadros. O mejor dicho, de marcos de cuadros, puesto que no había fotografías o pinturas colocadas en ellos. Estaban vacíos.

—Todas las paredes están llenas de cuadros, pero no hay imágenes... Que curioso—comentó la niña.

—¡Curiosísimo!—coincidió el niño—. ¿Cuántos cuadros puede haber en una sola pared?

—Cientos... ¡tal vez miles!—exclamó la hermana menor—. Casi no hay sitio libre en la pared... ¡Todo está lleno de cuadros!

—Sí, y no solo la pared está repleta de cuadros... ¡mira el techo!—le indicó su hermano.

La chiquilla obedeció a su hermano mayor, y al mirar hacia arriba soltó una exclamación de asombro.

—¡El techo también está lleno de cuadros!

—Sí, pero todos están vacíos... Me pregunto por qué habrá tantos cuadros sin imágenes ni fotografías o pinturas...—murmuró el niño para sí mismo.

Pero entonces la niña se fijó en algo que le llamó la atención.

—¡Mira eso!—le dijo a su hermano.

El niño volvió la vista hacia donde su hermana pequeña señalaba y sin poderlo creer los dos se acercaron a la pared para verlo mejor: colgados de la pared había tres cuadros que tenían fotografía.

El primero de ellos tenía el marco de un color tan rojo como la sangre. En la fotografía se podía ver a una mujer joven de cara ovalada y tez pálida. La expresión de su rostro mostraba fiereza, sus ojos castaños estaban entrecerrados y tenía la mandíbula apretada. El cabello pelirrojo y rizado le enmarcaba la cara. Algunos mechones rebeldes le caían por el rostro, el cual presentaba también varios cortes, arañazos y moratones, así que parecía que se había peleado con alguien. Pero lo más extraño era su atuendo, pues vestía con una armadura escarlata y por la espalda le ondeaba junto con su cabello rebelde rojo-fuego una larga capa roja del mismo tono de color que su armadura. En la mano izquierda agarraba un escudo que estaba casi completamente destrozado, y en la mano derecha empuñaba una espada larga y pesada, hermosa a la vez que temible. La espada estaba manchada de sangre que resbalaba, goteaba y caía al suelo, creando un gran charco rojizo. La pose que tenía la mujer en la foto también era peculiar: parecía como si estuviera preparándose para luchar.

—¡Guau!—exclamó la niña—. ¿Quién crees que puede ser? Desde luego, da mucho miedo.

—No lo sé—respondió el niño—. Parece una guerrera.

El chico bajó la vista hacia la parte inferior del marco; y allí, con delicadas letras rojas ponía: «Alicia».

—¡Mira!—indicó el hermano mayor, señalando el nombre—. Esta mujer se llamaba Alicia. Lo pone aquí.



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En el texto hay: fantasia, retelling, distopia

Editado: 27.08.2018

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