Worlds

4. Tormenta

Joel no respondió a la pequeña niña de edad milenaria. Tal era la experiencia que se desprendía de la esencia de sus palabras.

En su lugar se disculpó, alegando que tenía que tomar una decisión.

Jules rió, aunque no burlonamente, y se retiró de nuevo en dirección a la taberna.

La mente de Joel comenzó a dibujar trazos de lo que generalmente tomaba rápidamente forma de textos estructurados.

Mientras las nubes se ennegrecían en el horizonte, un viento conquistaba la zona costera agitando las hojas de palmeras repartidas aquí y allá.

Eso le trajo a la mente cómo la ausencia de Conciencia permitía el origen de oscuras fechorías, siempre envueltas en un papel de regalo hermoso como es la autocomplacencia.

¿O quizá se trataba de nobles intenciones desfiguradas por deseos mundanos?

Llevó su mano al bolsillo trasero de sus tejanos y extrajo un Marlboro de la cajetilla.

Cuando iba a encender el pitillo, un trueno demasiado cercano lo interrumpió por un instante.

La visión que el destello del relámpago previo le espertó le erizó la piel.

Ya inhalando el humo de la primera calada generosa, meditó acerca de por qué aquél lugar le resultaba tan familiar. Había visitado innumerables tabernas a lo largo de su vida, pero aquella en particular, regentada por Victoria, guardaba similitudes que rozaban lo enfermizo.

El oleaje creció de tal modo que algunas gotas saladas rociaron su rostro.

La oscuridad del océano, no demasiado hacia el horizonte, se fundía con los amenazadores cielos que definitivamente habían cerrado filas en torno a lo inevitable.

Entonces llegó la punzada del vacío.

Como una daga que perfora el único órgano vital que maniene a uno con vida, Joel hizo incluso una mueca al saberse solo. En aquel lugar, fuera de él, en su mente y hasta en su mismo corazón. Porque no tenía ganas de estar con nadie.

El desgaste del teatro de la vida estaba pudiendo con su paciencia. De hecho, hacía ya media década del fatídico momento en que tiró la toalla, atrapado por un tiempo indefinido en la planta baja de un psiquiátrico que puso fin a la esperanza, borró las sonrisas sinceras y aniquiló todos los sueños que volaban atemorizados.

Por esa razón no iba a mover un dedo para reparar las cosas con Victoria.

Con un poco de suerte, la sombra del monstruo que viaja siempre a lomos de la catástrofe, le conduciría a un nuevo coma etílico que reinciria su vida. Con mala suerte, la psicosis estallaría en su mente en la siempre incierta ruleta rusa de la locura.

Se dio cuenta mientras fumaba que ni tan solo ese acto retenía unas lágrimas que fluían descontroladas por sus mejillas.

No parpadeaba, quería que aquella maldita muestra de sensibilidad hiciese lo que tuviese que hacer, para luego desaparecer reportándole de nuevo su cara de poker.

Entonces, cuando un fina lluvia comenzó a caer, decidió escribir a toda prisa, concentrando en un puñado de frases, cuanto había meditado.

Sin embargo, para su sorpresa, sus bolsillos estaban vacíos.

Se giró hacia la taberna.

En uno de los ventanales, Victoria apoyaba su brazo derecho en el cristal, con la mirada perdida en el horizonte.

Joel suspiró.

No había querido contestar a Jules por el mismo motivo recurrente que le había hecho huir hacia delante toda su vida: El miedo.

—¿De qué tienes miedo?

La voz de ultratumba de Conciencia resonó en su mente.

Pronto sintió sus grandes manos apoyarse en sus hombros, como un césar que otorga la libertad a su mejor gladiador.

—Temo por Neuis. Temo que sufra mi pérdida. Temo por Victoria, por hacerle daño.

—Esos miedos bien pueden ser el reflejo de otros más profundos. Busca en tu interior.

Joel apuró su cigarrillo, proyectándolo a uno de los crecientes charcos que se estaban formando.

Mientras pensaba, alzó la vista al cielo.

La desolación era absoluta.

El llanto descontrolado hizo presa de él, que arrodillado, cayó al suelo. Se llevó las manos a la cara para tratar de refrenar aquel momento, pero era demasiado tarde. El viejo miedo a quedarse solo, el eterno temor a enamorarse de verdad de una mente que a su vez le amase a él… El miedo a caer en el olvido, a sentirse solo cuando el telón de la infinita existencia se descompusiese y la negra nada conquistase todos los planos.

Balbuceaba todo eso y más cuando sintió como unas manos lo sacudían.

—No, Conciencia… No intentes ayudarme esta vez.

La voz que lanzó una exclamación hizo que su interior pegase un brinco.

—¡Lo que te va a pasar es que te va a caer un rayo como sigas aquí!

Victoria colocó una manta sobre la espalda de Joel, que de pronto se vio conducido, de nuevo, al interior de la taberna.

Debía de tener un aspecto lamentable, a juzgar por las miradas compasivas que todos le brindaron. Aunque aquello no duró mucho, pues la seca voz de Julia pronunciando unas palabras en voz baja a la mesa redonda se hizo audible. Joel no comprendió qué dijo, pero supuso velozmente que trataba de poner en guardia a sus compañeros.




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