Día 1 - Aliens
El movimiento era apenas perceptible, pero sabía que seguían moviéndose. Se obligó a no mirar lo que ocurría. Abrió los ojos cuando el sonido estridente desapareció. El rayo de luz plateada se sentía cálida sobre su piel, no pudo ver nada por unos segundos, todo se oscureció. Sus oídos zumbaban como abejas enfurecidas.
Parpadeó, logrando que sus ojos se acostumbraran al cielo estrellado, estaba desnudo. La humedad de la tierra le confirmó que estaba de vuelta.
No podía moverse. Temía que, de hacerlo, «Ellos» volverían por él. Y no podría soportarlo de nuevo. Había oído historias disparatadas y aterradoras sobre personas que juraban haber sido secuestradas y sometidas a experimentos inhumanos. Una larga lista de «procedimientos» que explicaban con lujo de detalle lo que sucedía cuando entrabas a esa sala estéril: luces, artefactos, olores nuevos que quemaban tus fosas nasales, siempre lograban capturar la atención de los demás.
Y cuando le pasó, creyó con toda su alma lo que los demás habían dicho, y todos esos terribles experimentos cruzaron por su cabeza, como una lista de reproducción infinita. Pero nada en su vida pudo haberlo preparado para lo que le harían.
Y así como su cerebro olvidó todo lo ocurrido, los recuerdos se aglomeraron violentamente en su cabeza. Sintió frío, como si todo el tiempo lo hubiera pasado dentro de un congelador, sus músculos se tensaron tanto que, aunque quisiera no habría podido huir.
Las voces, que al principio no comprendía, susurraban dentro de su cabeza, que todo terminaría pronto, que estaría bien. Pero el dolor punzante en su cabeza le alertaba lo contrario, y cuando comenzaron los gritos, no hubo espacio para nada más.
Se puso de pie, tembloroso. Estaba de regreso justo donde lo encontraron. Había salido de su casa, si no estaba equivocado, a la misma hora, un ruido había alertado a sus perros, y creyendo que sería algún animal salvaje, salió de ahí con su escopeta en la mano. Miró al suelo, el arma seguía ahí, una capa de tierra la cubría. La tomó con lentitud, suspirando ante la tranquilidad que el peso le daba a su cuerpo.
A lo lejos divisó las luces de su casa, un pequeño foco que se empeñaba en dejar encendido, siguiendo el ejemplo que su madre ponía cuando niño,
«Una luz encendida en la noche puede salvar los dedos de tus pies» —decía, pues no había nada que odiara más que levantarse al baño y golpearse con los muebles de la casa.
Caminó, siguiendo el destello con sus ojos, como una polilla humana, hipnotizado por la belleza de ese pequeño círculo de cristal. Debía apresurarse, avisar a la persona con mayor poder de su localidad que el final llegaría pronto. «Ellos» le mostraron lo que la humanidad debería hacer para evitar ese desastre.
Solo esperaba que el resto del planeta lo escuchara, y no sucumbieran a la estupidez de creer que había perdido la cabeza.
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Editado: 22.06.2023