Día 5 - Posesión
Cuando la noche cae, dios habla conmigo. O al menos creo que es él. Su voz dulce y aterciopelada me cuenta cosas maravillosas, hasta que el sueño me domina. Lo malo pasa cuando despierto. Debo tener algún tipo de sonambulismo, pues al comenzar el día nunca despierto en mi cama, o en mi cuarto. Esta vez, el suelo frío del pasillo que da a la cocina se convirtió en mi lugar de descanso.
Trato de no asustarme, pero luego de comentarle a mi mamá, me dijo que solo había tenido una pesadilla. Asentí, convencida por su tranquilidad. Tal vez no debería contarle de las heridas en mis piernas y brazos. Si caminé dormida me pude golpear con los muebles de la casa.
Es de noche de nuevo. Estoy en mi cama, abrazo a mi conejo de peluche, la luz dorada que se supone me protege de todos los monstruos me provoca escalofríos. Respiro hondo, y espero a que mi visitante nocturno me acompañe. No tarda mucho en llegar.
«Eres una buena niña…», me susurra, logrando hacerme sonreír.
— ¿Por qué me has escogido a mí? —pregunto, sin entender la razón— Hay personas que necesitan de tu ayuda, yo soy feliz.
El silencio recorre mi habitación, y junto a la brisa de la noche, el susurro de respuesta me hace asentir, comprendiendo.
«Necesito que hagas algo por mí…»
Sus palabras logran dormirme, aunque sigo sin comprender por qué necesita mi ayuda, si solo soy una niña.
Al despertar, estoy en el suelo de la cocina, aún no ha salido el sol. Me pongo de pie, mis piernas se tambalean y caigo de un sentón. Mis pies están cubiertos de lodo seco, al mirar por el pasillo veo un rastro de mis propias huellas, ¿qué está pasándome?
Me pongo de pie, mi pijama está sucia y apesta, un olor pútrido logra que vomite, me siento mareada. No recuerdo haber comido carne roja, pero los pedazos que acompañan mi saliva prueban lo contrario. Me duele la espalda.
Le conté a mamá lo que sucedió, y aunque podía ver que se preocupaba por mí, también sabía que no me tomaba en serio.
—Caminar dormida es normal, cariño —me explicó, mientras me arropaba para dormir.— No es algo que todos hagamos, pero no te asustes, bebe tu vaso de leche tibia, eso ayudará a que descanses mejor.
Yo lo hago, porque no se me ocurre otra cosa, quiero contarle que Dios habla conmigo todas las noches, pero temo que no me crea. Contemplo la cruz de oro que cuelga de su cuello, debo decirle.
—Dios me visita por las noches —confieso, esperando una reprimenda.
Mi madre sonríe, y acaricia mi cabello.
—Eso es muy bello, cariño, agradécele por todo lo que te ha dado —me dice, levantándose de la cama.
Con eso logra que cierre los ojos, estoy tranquila, mi espalda ya dejó de doler, estoy segura de que al salir al patio trasero debí toparme con algún animal, pero solo tengo una mordida, así que no pasa nada.
Esa noche Dios no vino a verme.
Abrí los ojos, estaba en el sótano, la luz del día se colaba por la puerta, había caminado dormida de nuevo, pero esta vez no me dolía nada, me puse de pie, mis manos estaban mojadas de algo tibio, de mi boca escurría un sabor metálico.
«Eres una niña obediente…»
La voz de Dios me hizo mirar hacia la esquina, donde la luz no alcanzaba a iluminar. Pude distinguir una figura. Aliviada, sonreí porque no me había abandonado, aunque seguía sin entender muchas cosas, y tras mirar al suelo pude ver que mis padres dormían abrazados.
Una mano salió de la oscuridad, invitándome a ir con él. Caminé, contenta de seguir siendo la elegida de la persona más sabia del mundo.
— ¿Por qué me elegiste? —volví a preguntarle, su mano rodeó la mía y sentí un escalofrío, no pude ver su rostro, pero sabía que sonreía.
«Porque tú sí me dejaste entrar…»
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Editado: 22.06.2023