Estaba oscuro y entorno a mi podía oír el ulular de las lechuzas que con sus miradas incisivas penetraban mi mente… No podía ver más allá de mis narices, y sentía el mundo convergir sobre mí, me faltaba el aire y la respiración ya no era inalienable, iba disipándose como si alguien o algo la robara… me robaban la capacidad de vivir, la única cosa que aún parecía pertenecerme. Y ahora el mundo perdía su capacidad de contención, la facultad de contener mi cuerpo, y me dejaba ir, lenta y temiblemente.
Las sombras y los recuerdos de lo que alguna vez fue mi vida me acechaban incansablemente, y allí tomé conciencia de mis errores, reconocí rostros heridos a causa de mis actos y acciones, y la pena me inundó. Ahora no sólo me encontraba tendida en el suelo, inerte e inmóvil, sino también compungida por mi pesar; y decidí que esta no sería mi última batalla, que viviría para luchar un día más…