Irene
Por alguna razón quiero estar en casa, he caminado por todo el lugar, atesorando cada rincón donde la mayor parte de mi vida fui felíz. Con pasos lentos recorro mi casa, quisiera poder tocar algunas cosas en especial mi recetario.
Angela está ahí en silencio a lado mío viendo cómo me lastimo más y más con cada recuerdo.
Me abrazo a mi misma, consolando mi silencio.
El sonido de la puerta me alerta. Doy media vuelta esperando ver a Tomás entrar por ahí, pero enseguida me doy cuenta que no es el. Félix cierra con cuidado la puerta y camina hacia la cocina lo sigo en silencio va hacia la heladera y saca la jarra con agua fría. Saca de la despensa un vaso, se sirve el agua y la bebé de golpe.
Lo sé.
El está nervioso.
Tantos años de conocerlo aún recuerdo cada gesto suyo y por qué lo está haciendo.
Félix siempre para mí fue un libro abierto del cuál quería aprender más de él. Quería saber todo de la persona que amaba. Pero Félix nunca tuvo la intención hacer lo mismo conmigo, de conocerme más, de acercarse a mi.
Cuando bebé agua fría, está nervioso.
Cuando se rasca la cabeza, tiene miedo.
Cuando chasque la lengua, está molesto.
Y el gesto que más me encantaba de él.
Cuando arrugaba la nariz.
Ese gesto solo lo hacía para mí, cuando lo hacía reír.
Estoy tan cerca de Félix que puedo sentir su respiración. Aún recuerdo esa respiración lenta cerca a mi oído cuando me abrazaba, esos días cuando ambos dormías juntos en una cama. Antes de que nuestro barco se hundiera y sea yo la única que se quede a bordo, convirtiéndome en el capitán, esperando a que todo se hundiera en el fondo.
Me acerco más a Félix, mi rostro está cerca a su mejilla: aún ese color rosa se pinta en ella y es porque que corrió para llegar a casa. A él siempre le preocupo estar en forma.
Félix levanta la mirada, se da media vuelta y atraviesa su cuerpo con el mío.
Una electricidad pasa por todo mi ser.
Se aleja y yo lo sigo.
Félix sube las gradas y va directo a mi habitación.
Mira todo a su alrededor, ya se dio cuenta que todo sigue igual como aquel día en que nos dejó. No tuve el valor necesario para reacomodar nuestra habitación, porque en ese tiempo dentro de mi corazón aún tenía la esperanza de que nuestro amor triunfará los obstáculos. Y lo mejor era dejar todo en su lugar: el portarretratos con nuestra foto familiar en la mesita de noche, el cuadro de Peter Pan que me regalo en mi cumpleaños número veinte colgado arriba de nuestra cama y la lámpara rajada de un costado que Estela hizo caer, al quererlo despertar.
Nuestra habitación seguía acomodada como él lo dejo.
Si.
Lo sé. En vida fui una ridícula creando fantasías dónde no las había. Esperando algo que sabía dentro de mi que nunca volvería, aquellos días en el cual me sentí amada.
Félix levanta el portarretratos de la mesita de noche, le da la vuelta para cambiarla de posición, dejando la foto nuestra en la parte de abajo.
¿Porque?
¿Porque tuvo que terminar así?
¿Porque dejamos que todo ese odio entre ambos avanzará?
¿Porque los dos debíamos de ganar?
Su móvil empieza a sonar por el cuarto, lo saca de su bolsillo y contesta.
—Hola… cariño.
Cariño.
Así la nombra a su novia.
—No te preocupes estaré ahí…no está vez no te fallaré…veré a Estela y luego iré a recoger a Tomás al instituto… te parece a las ocho de la noche…yo también…nos vemos besos—Félix cuelga.
Estoy tan cerca de él, que siento su respiración cerca de mi oído.
Esa misma respiración que escuche ese día cuando me dio su adiós definitivo.
Seguían volviendo a mi los recuerdos.
Estaba recordando aquel día cuando me confesó que encontró a alguien más. Ese día cuando terminó de romper mi corazón.
“Lo recuerdo como si fuera ayer. Empecé a trabajar como cajera en el supermercado, era mi segunda semana ya trabajando así.
Adela siempre fue buena persona conmigo desde el primer día que trabaje en el supermercado.
Era nuestra hora descanso y las dos salimos afuera en un pequeño callejón que daba la puerta trasera del lugar para poder almorzar. Mi vida cambio drásticamente, así que tuve que aprender ahorrar a la fuerza: ir almorzar fuera de mi trabajo era otro presupuesto, así que decidí llevar mi propia comida. Al principio uno siente vergüenza de no hacer lo que los demás compañeros de trabajo hacen, como ir almorzar. Con el tiempo ya no di importancia lo que pensaran de mi, y de mi manera de almorzar.
Adela al verme todos los días comer sola en ese callejón, opto por hacer lo mismo traía su almuerzo y juntas disfrutábamos de nuestra mutua compañía.
Ese día estábamos riendo por algunos chistes que ella dijo, lleve un poco de arroz en la cuchara a mi boca cuando mi móvil empezó a sonar, coloque en el banco mi almuerzo y me aleje de Adela para contestar la llamada. Me fijé la pantalla y me dio miedo contestar, respire hondo y decidí responder.
Conocía ese número telefónico de memoria. Era el de Félix. Apreté el botón para contestar.
—¡Hola!—él respiró.
—Irene. Soy Félix.
—Hola Félix. Paso algo. ¿Nuestros hijos?
—No…no te preocupes, no pasa nada con ellos…es solo—de nuevo su respiración se mesclaba con un silencio corto—Irene. Debo confesarte algo…
Mi corazón empezó a latir como antes.
Si. Estaba nerviosa. Ansiosa.
Lo primero que vino a mi mente fue esa palabra que tanto esperaba volver escuchar de sus labios.
Un corto: Te extraño.
—¿Qué?…—tartamudee— que quieres confesarme…
—Irene conocí a alguien. Y estoy saliendo con ella.
Las lágrimas no esperaron a que reaccionara, así que salieron.
Mi corazón dejo latir con ansias y lo sentí débil.
—Te lo confieso para no tener percances entre ambos si algún día me ves con ella sujetando su mano. Quiero evitar que haiga más mal entendidos entre ambos. Acuérdate que decidimos ser amigos por el bien de nuestros hijos y ahora estoy pensando en ellos. Irene, dime la verdad, crees me odien por esta noticia de mi relación con Vanesa.
Editado: 13.10.2023