Estela
Papá estaba enfrente de mi, lo mire de arriba a bajo no se parecía en nada al hombre maduro que he visto en los últimos días. Estaba más delgado, su corte de cabello no era el mismo que yo estaba acostumbrada a ver: su melena castaña no pasaba de su mentón y sus ojos verdes tenían un brillo que no podía explicar parecía que estaba viendo a Tomás. Estaba vestido con una sudadera ancha y unos vaqueros negros y en su hombro colgaba una mochila. Papá, era una persona sumamente organizada, al momento de vestir no se quedaba atrás, le gusta vestirse de traje, elegante, y en su armario no debía faltar la camisa y el pantalón de tela, sin olvidar la variedad de corbatas que hacían juego con su atuendo.
Papá me observo con rareza.
—¿Quién eres tú?
De nuevo esa pregunta. Primero mamá ahora él. Que raro era escucharlos hablarme de esa manera.
—Yo…—tartamudee.
Mamá llegó a nosotros.
—Elizabeth. ¿Quién es?…—mamá abrió sus ojos de par en par cuando vio a papá— ¡Félix!... Llegaste…¿Cómo?... Me dijiste que llegarías la próxima semana.
Papá chasqueo la lengua. Y miro fijamente a mamá.
—Llegue antes porque la lluvia no cesa en la carretera, y las refacciones no se pueden hacer en suelo húmedo, me quedaré tres días antes y volveré el sábado. Irene. ¿Quién es ella? y ¿Qué hace aquí?
Yo mire a mamá. Y mamá me miró a mi. Ambas nos pusimos nerviosas.
—Ella es Elizabeth…una prima…si… Es mi prima lejana de Vagalume, vino a visitar a mis padres. Ya conoces a mis padres, no son sociables y de mala manera no la acogieron en su casa, así que yo la invite algunos días a casa hasta que regrese a Veliz a la casa de mis tíos—mamá dio una terrible escusa entre líneas cortadas.
De nuevo papá chasqueo la lengua.
—¿Elizabeth?. Irene, nunca me hablaste de ella.
—No te hablé de ella porque es una prima…muy…pero muy lejana…pero crecimos juntas casi como hermanas así que le tengo mucho cariño. Y me alegra tener de nuevo su compañía, como cuando éramos unas niñas. Estamos recordando viejos momentos juntas. No te parece algo bonito. Elizabeth preséntate—mamá me dió un pequeño golpe con el codo.
—Un gusto de conocerte—le ofrecí la mano a papá—me llamo Elizabeth Benjuí.
De nuevo volví a ser pinocho.
De la nada mi pequeña yo empezó a llorar papá se abrió campo entre las dos y fue directo a la carriola donde estaba la pequeña Estela.
—¡Hola cariño!. Extrañaste a papá.
Papá me levanto y me lleno de besos, luego comenzó a saltar de un lado al otro. Moviendo su cuerpo, junto con mi pequeña yo en brazos.
—¿Qué hace?—pregunte.
Mamá no aguanto la risa, cuando vio a papá hacer el ridículo.
—Es el tradicional baile de bienvenida. Félix baila así cada vez que llega de viaje, para que Estela se ponga feliz.
Papá estaba sonriendo. Y me gustaba, no había visto esa sonrisa en mucho tiempo exactamente antes de que nos dejara. Su sonrisa era sincera, y la más bonita. Mi pequeña yo, no se quedó atrás y con pequeñas carcajadas acompaño el instante.
Papá en que momento te diste por vencido, en que momento dejaste que el miedo te consumiera pensando que no harías lo correcto como un buen padre.
Debiste intentarlo.
Entonces me acordé de aquella extraña llamada que me hiciste. Aquel día.
“Esa tarde, salí con Lucas a la misma cafetería de siempre. Mientras miraba por la amplia ventana del lugar, de la nada apareció una silueta conocida al frente mío. Eras tú. Papá. Tambaleándote.
Salí de ahí sin decirle a Lucas a dónde iba. Temía que algo malo te estaba pasando por tu forma de caminar.
Te busque con la mirada por las calles cercanas y no te encontré.
Volví a la cafetería y Lucas se había marchado, lo llame, pero no contesto, de seguro estaba enfadado por el plantón que le hice. Así que de mala gana regrese a casa. Ya en cama, la tristeza me invadió acordándome que Lucas no era nada paciente conmigo.
De pronto sentí vibrar la mesita de noche a lado de mi cama, me levanté rápido pensando que era un llamada de Lucas. Cuando ví tu nombre, me alegre de que seas tu papá. Tenía muchas ganas de volver hablar contigo.
Toque el botón de contestar, entusiasmada.
—¡Hola papá!
—Mi hermosa Estela… perdóname.
—¿Qué?
Su voz sonaba algo raro, un poco ronca.
—Perdóname… por ser tú padre. Tú y Tomás son maravillosos. Y yo no los merezco.
—¿Papá estás ebrio? ¿Por qué bebiste si sabes que el trago te hace mal?
Se escuchaba que papá estaba triste, la manera de como me habló, aquellas palabras al salir de su boca parecían dolerlas, como heridas recién abiertas.
—Yo no soy como Irene. No soy valiente. Para mí, es mejor darme por vencido, sin tratar de arriesgar. Toda mi vida pensé que no lastimaría a las personas con mi personalidad, si las mantenía a distancia. Nunca pensé que alguien maravillosa llegaría a mi vida y que por ella me entrarían las ganas de ser alguien normal.
Tomo una gran bocanada de aire y siguió la conversación.
—Cómo todo adolescente, tuve miedo. Miedo de ser padre. Miedo de perder todo lo que estaba planeado hacer en un futuro. Pero le hice una promesa a Irene y tenía que cumplirla. Así que tuve que afrontar la realidad de un golpe, tenía que tomar el rol de un hombre y dejar atrás lo demás. Con el tiempo, logré alcanzar todas esas metas a costa del olvido, que fácilmente disfrace de mas promesas que nunca cumplí. Deje atrás a mi familia por querer ser de nuevo aquel adolescente que no termino de disfrutar sus etapas. Cariño, yo aún sigo siendo aquel egoísta de antes. Cuántas mañanas me desperté queriendo ser otra persona diferente, ser ese padre cariñoso y protector que necesitaba mi familia, pero las ganas del principio se desvanecían al pasar de las horas y de nuevo sin pronunciarse volvían las inseguridades. Y lo único que me quedaba era poner al frente de ustedes, aquel hombre frío y nada gentil que veían en casa. Pensé que siendo así, de esa manera sería un padre correcto, uno ejemplar.
Editado: 13.10.2023