Ximantsi 4. El libro de los elegidos.

Dumui

Habían pasado trece días desde que Ndomi llegó y aún no encontraba el modo de comunicarse con el círculo. Uthe había pasado esos días encerrada en el castillo sin querer salir ni hablar con nadie, el capitán Behe había regresado a la zona continental y Ugi nunca hablaba con nadie, por lo que se sentía bastante aislado y solitario. Sólo tenía algunas charlas ocasionales con los animales, y se sentía como un ermitaño.

Esa tarde, Ndomi intentaba, como cada día, abrir la conexión temporal para ver si alguien conocido aparecía, pero lo único que vio fue a un hombre, de quizá doscientos años adelante, que abrió la conexión y salió gritando aterrado por haberlo creído un fantasma.

Estaba en la sala de astronomía esperando cuando escuchó pasos. Era Ugi que entraba en la sala, vistiendo uno de los vestidos de Uthe. La joven entró sigilosa hacia un gran espejo que había en el fondo de la habitación, una vez que estuvo frente al espejo, se contempló a sí misma con el vestido y sonrió con un gesto de ensoñación.

―¿Te has enamorado de ti misma? ―dijo Ndomi con sorna. Ugi respingó, con un rictus de miedo comenzó a desabotonar el vestido.

―Lo siento, creí que no había… por favor no le diga a Uthe que usé uno de sus…

―¿Se enoja si usas su ropa? ―preguntó Ndomi levantándose y yendo hacia ella.

―No, bueno, no lo sé, pero…

―¿Por qué eres tan insegura, mujercita? ―Ndomi le ayudó a terminar de desabotonar su vestido. Debajo llevaba ropa muy simple―. Nunca hablas, parece que tuvieras miedo de todo y nunca sonríes.

―No quiero hablar con nadie ―dijo apresurándose a quitar el vestido por entre sus pies

―Ñah me platicó de lo que te sucedió. Tu marido…

―¡Ni siquiera lo mencione! ―Ugi por fin volteó a verlo a los ojos―. No quiero hablar de lo que pasó, es como revivirlo, y lo único que quiero es olvidarlo, sacarlo por completo de mi mente.

―Tú lo amabas, ¿cierto?

―En verdad, no quiero hablar de eso ―Ugi se disponía a irse, pero Ndomi la detuvo tomándola de la muñeca.

―Espera, Ugi. Por favor… Te va a parecer raro lo que te voy a decir, pero, necesito que platiques conmigo, de lo que sea.

―Yo no tengo tema de plática ―dijo Ugi queriendo soltarse, pero Ndomi no la dejaba ir

―Por favor. No he hablado con un mboho en días y siento como si el mundo hubiera dejado de ser real ―Ndomi se agachó y añadió con tristeza―. Como si me diera cuenta de que lo que busco no está aquí después de todo

―¿Lo que busca? ―Ugi dejó de forcejear―. ¿Se refiere a la respuesta que necesita tu hija?

―No… es difícil de explicar. Ya no sé qué es lo que busco, sólo sé que es algo que no lo encontré en mi era y por un breve momento sentí que lo encontraría aquí ―Ndomi suspiró―. A veces siento que no pertenezco a esta especie, nací en el mundo equivocado.

―¿Cómo sería el mundo al que pertenece?

―Eso es lo malo, no lo sé. ―Ugi bajó de nuevo la mirada, frunció los labios, inhaló con fuerza y habló.

―Yo sentí pertenecer a este mundo cuando me enamoré de Bepate. Todo se derrumbó cuando me di cuenta de que nunca me amó, sólo me usaba para obtener reconocimiento.

―Ya veo. Nunca he sabido lo que es estar enamorado de alguien real… creí que era algo terrible no encontrar nunca el amor, pero a ti te pasó algo peor, a ti te encontró el desamor, la traición.

―No tiene caso recordarlo ―dijo ella bajando más la cabeza. Comenzó a caminar haca la puerta, pero se detuvo en el umbral―. Si quiere que Uthe le hable, pregunte sobre Dumui, su mundo se ilumina cuando habla de él.

 Ndomi volteó a ver hacia el interior de la sala. Al darse cuenta de que nuevamente nadie había abierto la conexión, decidió apagar el trasmisor y fue por todo el castillo hasta encontrar a Uthe. Ella estaba en aquella terraza secreta donde se encontró con ella por primera vez, portando un vestido color carmesí, y peinada con una trenza adornada con hilos dorados.

―Vete ―le dijo sin voltear a verlo.

―Sólo vengo a decirte que…

―Que lo sientes, sí, lo has dicho muchas veces ―Uthe suspiró, bajó la mirada―. Sé que no era tu intención, pero…

―Sé que Dumui era lo más importante en tu vida ―dijo Ndomi―, pero ¿por qué?, ¿qué lo hacía tan especial?

―No creo que nadie lo entienda, el único capaz de comprenderlo es Behe.

―Si no me cuentas, menos lo entenderé ―Ndomi se paró a un lado de ella.

Uthe exhaló con una sonrisa nostálgica, caminó hacia la escalera y subió lentamente, Ndomi la siguió.

―Esta terraza es algo que ningún otro mboho ha visto en tu castillo ―comentó él―, incluso las habitaciones que tienen las escaleras que conducen a esta terraza, son un enigma para todos. Pero al menos se puede adivinar que esas habitaciones existen. En cambio, esta terraza, no se puede ver por ningún ángulo.

―Está oculta justamente porque sólo podrán entrar a ella quienes entren por el portal del tiempo.

―Y esperas que Dumui alguna vez cruce por aquí ¿no es cierto? ―Ndomi suspiró y apretando sus labios por unos segundos, al fin se atrevió a pedir―. Cuéntame todo de él: Cómo lo conociste, como fue que se enamoraron… cómo murió. ―Uthe esbozó una sonrisa nostálgica al escuchar esto.

―Era menor que yo, lo conocí cuando ingresé como profesora al colegio de Tse. La primera vez que lo vi, él daba una función a unos niños ―Uthe entró a una sala sin amueblar, se sentó sobre unos almohadones y Ndomi se acomodó en flor de loto frente a ella.

―¿Dumui era actor?

―No, era un cuentacuentos. Tenía una habilidad única, era capaz de hacer que la gente pensara lo que él pensaba. Ese día, sin hablar, me sumergió en un mundo mágico donde una libélula encantó a un niño y lo llevó a conocer parajes llenos de maravillas. Desde ese momento yo supe que era alguien muy especial.

―¿Te enamoraste a primera vista? ―preguntó él.

―En ese momento no lo supe, pero sí. Para mí él era un muchacho, un niño, sin embargo, algo vi en él que me pareció muy atrayente. ―Uthe miró a Ndomi con una sonrisa―. Obvio que no lo admití ni siquiera a mí misma. Resultó estar en uno de los grupos a los que yo daba clase y ahí me enteré de que Dumui sufrió una niñez de maltrato y abandono, eso lo obligó a hacerse una coraza para protegerse a sí mismo de ser herido, alejaba a todo mundo, los convencía de que él era algo así como un asesino maníaco.




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