Anthony encontró a Paloma limpiándose las lágrimas dentro del baño de la segunda planta, y tocó a la puerta.
Paloma lo miró sorprendida.
— ¿Estás bien? — Le preguntó Anthony dejándose caer en el umbral y Paloma que se acercó lo empujó en el pecho para cerrar la puerta.
— Estaré mejor si te vas. — Lo echó.
— Ya me voy. No quiero que me empujes también escaleras abajo. — Le dijo Anthony dándose la vuelta para irse. — Cuando estés mejor baja con nosotros.
— Lo siento. Estoy algo sobrepasada… — Suspiró Paloma una disculpa y Anthony asintió.
— Sí necesitas hablar puedo escucharte. — Le ofreció y Paloma fue la que asintió en esa ocasión.
— Me vendría bien, pero luego, cuando no haya nadie en casa y Jonathan duerma. — Sugirió.
— Me parece bien. — Aceptó Anthony girándose hacia ella y estaba por acercarse cuando los tres niños salieron de la habitación de Jonathan.
— Tito Tony. — Lo llamó Jonathan que se acercó a él y le pidió. — ¿Podemos usar la cama elástica?
— Claro. — Les concedió Anthony frotándole el cabello y Jonathan que sonrió corrió con sus amigos escaleras abajo. Paloma quiso regañarles por correr, pero se abstuvo de hacerlo cuando volvió a verse reflejada en los ojos de Anthony. — Los vigilaré, tranquila. — Le dijo y le sonrió antes de irse.
Paloma se llevó una mano al pecho y suspiró sabiendo que su corazón no atendería a su razón.
Al bajar a la primera planta, Paloma encontró a la gata Vega estirando sus patas delanteras en las cortinas de la ventana junto a la puerta de casa.
— ¡Vega! — A su llamada la gata maulló y salió corriendo. — Gata tonta. — La insultó acercándose para ver las cortinas, cuando tocaron a la puerta y tuvo que ir a abrir. La pareja de la casa de al lado estaba en el porche con una fuente envuelta en papel de aluminio.
— Esperamos no molestar. — Dijo Rebeca extendiendo la fuente. — He traído una empanadilla de atún preparada por mí.
— No tenías que traer nada. — Sonrió Paloma cogiendo la fuente y dejándoles pasar. — Adelante, todavía no hemos empezado a comer así que llegáis a tiempo.
— Gracias. — Agradeció Rebeca entrando del brazo de su marido y se lo presentó tan pronto Paloma cerró la puerta. — Supongo que es obvio, pero él es mi marido, Erick.
— Mucho gusto, no había tenido ocasión de saludar desde que os habéis mudado. — Habló Erick.
— Ya te he dicho que trabajas demasiado. — Le dijo Rebeca tirando cariñosamente de su brazo y Erick sonrió.
— Todo el trabajo que haga ahora es tiempo libre que tendré cuando nazca Cloe. — Se justificó Erick, y Paloma se imaginó a Anthony y a ella en una situación similar, ella embarazada y reclamándole para que pasara más tiempo en casa. Sacudió la cabeza al darse cuenta de lo que estaba imaginando y los invitó a seguirla al jardín.
— Se pasa el día sin hacer nada, ni siquiera tendría que pedirle que pasara tiempo en casa. — Se dijo Paloma dejando la fuente con la empanadilla en la mesa del jardín y miró a Anthony que estaba junto a la cama elástica mientras los niños saltaban en ella.
Anthony le sonrió cuando se cruzaron sus miradas y Paloma apartó la cara.
Nuria acarició con confianza la barriga de Rebeca y la felicitó por el embarazo y la bebé.
— Los niños son la alegría de una casa. — Dijo Nuria apartando su mano y Rebeca sonrió, ya que esperaba a su bebé con mucha ilusión.
— Eso dicen… — Comentó Rebeca.
— El problema es que todo el mundo te dice eso, pero nadie te lee la letra pequeña. — Intervino Guillermo que, con un delantal puesto, dejó en la mesa un plato hasta arriba de carne bien hecha, luego miró a los futuros padres y les advirtió. — Olvidaros por completo de ir al baño tranquilos o de dormir un fin de semana hasta las diez, esos se despiertan a las siete en punto.
— Pero después no hay quién los despierte entre semana para ir al colegio. — Le dijo Nuria a su marido y él estuvo de acuerdo.
Rebeca y Erick se miraron preocupados y Paloma los calmó.
— Jonathan se levanta todos los días media hora antes de que vaya a despertarlo y se alista solo, además, preparamos su mochila por la noche para no tener que andar corriendo. Es un niño muy aplicado. — Explicó con orgullo y lamentó. — Lastima que su tío no sea así. — Las dos parejas dirigieron la mirada a Anthony que bajaba a los niños de la cama elástica. — Siempre se levanta con la hora pegada.
— Él se lo puede permitir. — Lo apoyó Guillermo riéndose y Paloma lo miró con extrañeza. — Comamos antes de que la carne se enfríe.
Julia y Emilio se acercaron a su madre y Paloma vio que Jonathan se acercó sin alejarse de su tío, con quien hablaba y reía feliz.
A última hora de la tarde, cuando ya solo quedaban ellos en casa, Jonathan seguía saltando en la cama elástica y Paloma y Anthony lo miraban desde la mesa.
— Está noche caerá frito. — Dijo Paloma comiendo una porción de pastel de chocolate y Anthony que tenía a Vega en su pecho, sonrió.
— Te dije que era una buena idea. — Respondió Anthony dejando a la felina en el suelo, lo que provocó que Victoria le ladrara y que Vega bufara. — ¿Cómo has hecho para que tenga tan mal genio? — Se metió con la perra.
— Al menos Victoria no rompe las cortinas. — Contraatacó Paloma. — Hoy la he pillado arañando las cortinas de la ventana junto a la puerta.
— Compraré unas nuevas, las que quieras.
— Otra vez lo resumes todo a dinero. — Negó Paloma de mal humor.
— ¿Y qué quieres que haga? — Preguntó Anthony. — Si las ha roto solo puedo comprar otras.