No pude evitar soltar una sonora carcajada al ver a Isaac recibiendo varias gotas de lluvia en su roja nariz, saqué mi cámara capturando la imagen de Isaac y Elain, recibiendo con los brazos abiertos las espesas gotas de lluvia, revisé el resultado.
— Esta va para el muro.
Dije en voz baja, observando el hermoso contraste que creaban esos tonos fríos y húmedos, con el cabello castaño de Elain, sus ojos ámbar mostraban una alegría indescriptible, su mano entrelazada con la de Isaac, los hacia la portada perfecta para una revista juvenil, observé detenidamente las gotas que posaban suavemente en el cabello marrón de Isaac, las gotas de lluvia formaban una especie de corona de agua en el cabello de ambos, bajé mi cámara lentamente, para poder capturar la imagen del pequeño río de lluvia, que se formaba en mis pies.
Miré el cielo, con la intención de seguir el recorrido de una de las gotas, la cual se posó delicadamente en el cabello de Isaac, él y Elain no paraban de reír, y danzar bajo la lluvia, sin importarles una futura enfermedad, sonreí al ver como las gotas impactaban de forma brusca e impaciente el suelo, seguí con la mirada otra gota de lluvia, que apareció de la nada, en un parpadeo, esta reapareció en mi zapato, justo el izquierdo, que desagradable ironía. De uno de los balcones, de las tantas mansiones perfectas de esta ciudad, empezó a sonar una dulce sinfonía, suave al principio, pero luego con un sonido tan poderoso e imponente, el violín siempre fue uno de mis instrumentos favoritos, y ahora alguien me estaba deleitando con su embriagante sonido.
— ¿Qué haces? — Pregunto Isaac con una sonrisa, curiosa y dulce, sin duda alguna, Isaac es el ser más hermoso de la historia.
— Shhhhh — Susurré acunándolo en mis brazos, y meciéndolo, deseaba seguir escuchando la sinfonía indescriptible que salía de dicho balcón.
Siempre me ha gustado imaginarme la vida de las personas, basándome en su aspecto, aunque esta vez ese era un recurso del cual claramente carecía, por la sinfonía, la delicadez con la cual eran tocadas las notas, me imagine a un hombre maduro, inteligente, perfeccionista, elegante y muy tradicional, un hombre guapo, que sabe lo que quiere, que no teme a los problemas, y cuando estos se hacen presentes los recibe con una sonrisa, y los deja ir con alegría. También me imagine a una mujer joven, hermosa, fuerte e imponente, que no dejaba de luchar y demostrar su fortaleza, preciosa pero al mismo tiempo tan letal, y mortal, que al verla sentirías miedo y una alegría única, sus ojos llenos de miles de secretos aún sin resolver, y su piel marcada por la imparable lucha de su vida. Sin duda alguna, él o ella, sería una obra maestra que pedía a gritos ser inmortalizada en una fotografía, con colores tan hermosos como era aquella persona, que aún no me daba la dicha de contemplar.
— Evo — Interrumpió Elain — No espíes al joven Wateralam.
— ¿Qué? — musite confundida.
— Ese es su apellido, Benjamín Wateralam.
Estaba atónita, ese nombre me era realmente familiar, pero no sabía de donde, aunque sí debía confesar mis pecados ante el tribunal, mi primera confesión sería la incomodidad que sentía, con el simple hecho de que ella supiera el nombre de aquella obra maestra, y yo no, la mire con un poco de desprecio, pero cambie esa mueca por una sonrisa. Como si el propietario de aquel talento nos hubiera escuchado, la sinfonía empezó hacer más rápida, como si gritara por ayuda, era tan dulce y familiar, que empecé a imaginarme un bosque, y el perfecto violinista tocando en las entrañas de la vida misma, su cabello, sus ojos, sus manos, sus piadosas manos que creaban algo tan perfecto. Abrí mis ojos, Encontrándome al frente de un bosque, que estaba lleno de muerte, las hojas secas crujían al contacto de la lluvia con estas, algunas hojas verdes luchaban por seguir vivas, lo bueno es que no sería nada difícil, pues el escaso verano que existía en esta minúscula ciudad al fin llegaba a su fin, mi corazón se detuvo al sentir una presión fuerte e imponente en mi pecho, baje la mirada encontrándome con los ojos ámbar de Isaac, el sello de mi padre marcado en su rostro, a diferencia de Elain e Isaac, yo carecía de los ojos de mi padre, pero al igual que Isbel, poseía los ojos azules oscuros de mí madre, A pesar de ello muchos dicen que soy igual de mortal que mi padre, hermosa pero cruel, con una perversa oscuridad que no tiene límites.
No es mí culpa, nací en una familia bastante conservadora, en donde la mujer apenas sí podía trabajar, aprendí a sobrevivir y a dominar mejor el juego del poder que cualquier de hombre de mi familia, aprendí a actuar como un hombre pero con una diferencia: yo lo hice mejor.
Aparte suavemente a Isaac de mi pecho, el cual fue tomado preso en los brazos de Elain, la lluvia empezó a cesar, con ella la sinfonía, parpadee varias veces al notar que el bosque era real, pero ante mí, el tiempo y espacio retrocedió, a una velocidad filosófica, las hojas secas del suelo empezaron a flotar, y adornar al árbol, empezando a teñirse de verde, justo al frente de dicho bosque, aparecieron cinco personas, la primera rubia, vestida como una Diosa griega, el segundo con el cabello como la sangre, y en sus manos sostenía un cuaderno con forro de cuero, con un traje negro, la tercera era una chica afroamericana, cuyos rizados cabellos eran adornados por perlas doradas, el cuarto tenía el cabello marrón, como Isaac, también vestía un traje negro, excepto que este tenía una capa, que cubría su rostro, la última persona era casi invisible. Sentí una feroz sacudida, por parte de Elain.