Odio este hospital. Aleka vino anoche a verme, en medio de risas convulsionó, e intenté ayudarla, pero mi fuerza solo dio para presionar el botón de auxilio. Acudieron a mi habitación, la resucitaron, y con cada choque mi corazón emprendía una velocidad acomedida. Los instrumentos la devolvieron a la vida. Estuve en la orilla de la camilla a punto de caerme por la ausencia de vigor en sus ojos, eran solo tinieblas.
En otras noticias, soy el paciente que no se la pasa en las sombras, camina en medio y ni un enfermero nota mi presencia, además, el olor metálico hospitalario empieza a adherirse a mi piel, y eso me hará residente eternamente.
Aprovechando mi invisibilidad, me escabullo por las escaleras de emergencia y subo hasta la azotea. Los bombillos lucen como luciérnagas a esta distancia.
—No son nada —susurro sentándome en el borde.
—¿Por qué no saltas, Hungría? —Hadley farfulla ordenes en mi oído—. ¿O es que te mataría ver lágrimas secas en el rostro de mi hermana, eh? —sonríe. La manía en sus labios me provoca temblores.
Y una…
***
Gruño por el calambre en mis piernas, el doctor aseguró que es normal, pero yo no lo veo así, siento que terminaré con la pierna despidiéndose de su lugar inicial.
—¡Y la terminé empujando para desatascarla del tobogán! —estalla en una risa de hiena, lo usual en Hadley.
—¿Te pasó con Minnie? —formulo tallando mi ojos adormilados.
Su expresión se endurece, dejándome con una chica enfurecida.
—Minnie es mucho para ella —espeta saliendo de mi cama. Cruza los brazos bajo su pecho e instala una mueca en sus labios.
Está asqueada.
—Los chicos y yo la adoramos, no sé qué tiene de malo, es tu hermana —me observa con la victoria brillando en sus ojos.
—Hungría —toma mi rostro entre sus manos—, ves lo que quieres ver, yo ya no formo parte de su realidad.