¿y sí me amaras?

Capítulo Uno

El Heredero 
 

"No hay nada imposible para aquel que lo intenta." (Alejandro Magno)
 


Como gran imperio después de las muertes de sus antecesores,  su deber era demostrar que era una verdadera arma del dolor, el caos y lo que significaba ser un conquistador. 
Tal vez no era su sueño dorado, pero era su destino como único hijo de alguien tan importante en los planes del Imperio,  aun faltaban tierras por conquistar y enemigos a los que destruir. Entre sangre, guerreros, esclavos y un Imperio en pleno crecimiento,  su futuro como el emperador de la corona más importante, prometía a una verdadera bestia del dominio. 
 


Cuando su hermano mayor el verdadero heredero del Imperio murió en extraña circunstancias, el pequeño niño de cabellos castaños y hermosa sonrisa, fue arrastrado al campo de entrenamiento, para demostrar que podía ser un heredero digno del emperador. Obligado a convertirse en un ser ruin y abominable, se creo el monstruo de la corona, entre clases de defensa y conocimientos militares de su imperio, arte, idiomas, buenas costumbres, se convirtió en un hombre con apariencia de príncipe y alma de demonio, dispuesto a asesinar a quienes fuera necesario para construir un Imperio aún más grande y temible.

El Imperio Británico,  Año desconocido. 
 


El Palacio fuertemente custodiado para el entierro del más duro monarca que había atravesado la historia del Imperio hasta el día presente, donde un nuevo hombre ocuparía dicho puesto, la historia de un Imperio tan grande y brutal como lo fue el británico,  quedaba en las manos de un nuevo monarca que recibía en herencia el puesto.

Carl II, cuarenta largos años de mandato hoy convertía a su único hijo y sobreviviente, Capitán de la Marina Mercante, uno de los grupos militares marítimos más fuerte nunca antes visto. En el unico heredero del Imperio Británico, Milo I debía demostrar que era un líder y estratega conveniente para el Imperio, algunos aliados ante la muerte de Carl II ya se planteaban el quiebre de las alianzas. Y eso era algo que Milo no se podía permitir, perder la lealtad de países aliados era inconsevible para el Imperio.

Todos se apostaban a las puertas del Palacio Real para acompañar lo que sería el sepelio de tan importante personaje. Milo vistiendo su perfecto atuendo de Capitán de la Marina, junto a los Reyes de otras Naciones aliadas miraban como sus esclavos perfectamente vestidos para la ocasión levantaban el féretro que contenía el cadáver de su padre,  Milo miraba indiferente como unos sufrían y otros reían,  para él la muerte de su padre era una verdadera alegría que no se podía permitir demostrar ante sus aliados. El que Carl hubiese muerte lo libraba de ese hombre y mejor aún,  le daba carta abierta a tomar el control como mejor le pareciera de las tierras que hoy eran de su completo dominio. Y lo primero que haría sería sustituir a ese montón de lambiscones que su padre tenía como consejeros reales y colocaría a su fiel Marcus como el único consejero.

-Señor. -Se acercaban los fieles aliados de su padre. -Sentimos mucho la muerte del Rey. -Milo con mirada un tanto ausente y pensativa afirmaba estar de acuerdo sin siquiera escuchar palabras.

Para el esto era un simple show de entretenimiento, nada le hubiese dado más gusto que calcinar el cadáver de ese viejo inservible que se había convertido en una piedra en sus zapatos en los últimos años.

No tenía más que odio guardado en su ser para quien fuese su padre,  aunque ese miserable le había enseñado a ser un hombre duro y calculador,  no podía ocultar que en una parte muy profunda de su ser el odio seguía creciendo.  Podia recordar claramente como aquel hombre no había dejado enfriar el cadáver de su madre, Aurora cuando sus concubinas comenzaban a desfilar por el castillo como dueñas y señoras. Recordaba a su madre agonizando en su alcoba diciendo que todo estaría bien,  recordaba como habían ordenado a sus sirvientes darle el primer castigo al príncipe, recordaba como fue enviado a un campo de batallas para aprender todo lo necesario sobre la guerra y convertirse en lo que su padre consideraba un hombre, recordaba como su padre no le había permitido nunca ser libre. 
Pero entonces el reflejo de su más doloroso recuerdo desfiló como siempre en su memoria. La pequeña niña en su viaje a Francia, recordó como cruelmente su padre le arrebató el sueño de amar a alguien por primera vez, ambos eran tan solo unos niños pero Milo lo sabía, estaba seguro de que ella esa pequeña niña de piel blanca, y ojos claros era el amor que nunca habia conseguido entre las tantas mujeres que habían pasado por su cama.

Cuando su padre comenzó su agonizante muerte, las memorias le asaltaron por sorpresa una noche mientras esperaba paciente que el viejo rey terminara por morirse pronto. Siempre supo que le odiaba, pero siempre sintió que había algo más, alguna cosa que causaba cierta molestia, un ardor particular en su pecho. Fue entonces que lo recordó, recordó como su padre le arrebató la única cosa que lo había hecho feliz  en mucho tiempo y no le permitio conservar.

Su padre era un verdadero cretino,  pero de cierta manera le había convertido en lo que hoy era;  no podía decir sentirse orgulloso, pero tampoco era como le molestara.

Con la excusa de que el amor le hacia débil, lo embarco en uno de los tantos  buques de guerra que pertenecían a su Nación y ahí paso largos 8 años de preparación.  Que le convirtieron en el capitán Milo, el más temido del mar y un monstruo en tierra firme.

Francia, Año desconocido. 
12 años atrás. 
 


Milo estaba bastante feliz, desde que había comenzado su entrenamiento en la milicia no había tenido un descanso, y gracias al viaje de su padre a Francia había conseguido aunque sea unas cuantas semanas libres. Sus recuerdos estaban llenos de memorias atroces. El maestro de equitación del Palacio Real Francés estaba entrenandole por órdenes de su padre, él junto con los Duques y el príncipe Franco tomaban su clase.




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