Capítulo 3.
Cuando dos personas han sido creadas para estar juntas, acabarán por estarlo.
Es su destino.
SARA GRUEN.
Nicolás despertó en una habitación impoluta y amplia de color blanco; de un color blanco puro e inimaginable. Las paredes eran infinitas, impecables y cubiertas por… ¿nubes?
«¿Ésas son nubes?», se preguntó el joven, aturdido por la descabellada posibilidad y, pronto, se frotó los ojos, esperando a que todo aquello fuese una alucinación, producto de la desesperación; pero no fue así.
Frente el aparecieron tres seres extraños que vestían túnicas holgadas del mismo color que la habitación, que les llegaban hasta las rodillas; pecheras de metal con brabantes de oro que resaltaban algunos motivos labrados sobre ellas y unas enormes alas plateadas en la espalda, adornadas con betas que parecían ser de bronce líquido. Con rostros hermosos y cincelados, sin un rastro de imperfección y, cuyos cuerpos musculosos y firmes podrían despertar las más oscuras fantasías; brillando con una luz resplandeciente que iluminaba cada poro de su piel, mientras emanaban una enorme paz que se podía sentir a kilómetros de distancia.
Mirándose entre ellos, los tres seres alados que habían permanecido inmóviles tras su arribo se rascaron la cabeza y, luego de soltar una sonora carcajada que rebotó por todo el derredor, brillaron por segunda ocasión, pero esta vez para mostrarse frente a Nicolás, a una distancia muy corta.
Sonriendo de medio lado, se acercaron de manera súbita a él, logrando que el pulso de Nicolás se acelerara, bombeando a una velocidad inexplicable la sangre de todo su cuerpo y refractándola sobre su corazón.
Un amago de infarto, sí, aquello era lo que Nicolás creía sentir, pero sólo unos segundos después esa sensación desapareció para dar paso al consuelo y la paz. A mucha paz. Tanta paz que, ni siquiera imagino que ese estado de bienestar pudiera existir
¿Qué estaba pasando? ¿Qué lugar era ese? ¿Quiénes eran ellos?, y ¿Cómo diablos había ido él a parar ahí, y para qué?
Oyendo los pensamientos atemorizados del joven, uno de los tres seres rompió por fin el silencio y le contesto en un tono que solo podía ser de franca verdad algo que lo dejó aún más confuso:
—A ver…, a ver…, a verrrrr; todo por partes, humano.
»Las preguntas se responden una por una.
—¿Cuáles? —preguntó Nicolás, sin enterarse de nada.
—¿Cómo que cuáles, humano? —difirió el alado que había hablado unos instantes antes—. ¡Pues cuáles van a ser… las que has dicho en tu mente, por supuesto!
—¡¡Ahhh… esas!! —Contestó con calma Nicolás, pero luego se dio cuenta de que estaba sucumbiendo a sus propias locuras y preguntó de nuevo—. ¿E… esas… preguntas… han podido oírlas?
—Así es, humano. Y justo ahora procederemos a contestarlas.
Nicolás trastabilló un poco y asintió con los ojos desorbitados.
—¿Qué, qué está pasando?…—el ser alado se miró las uñas expiró en ellas y las limpió en su túnica—. Pues es muy fácil. Tu suegro disparó a tu mujer y ella y tú hijo se debaten entre la vida y la muerte.
El perfecto ser alado asomó su cabeza llena de rizos de color caoba fuera de la habitación para echar un vistazo y un segundo después entró de nuevo a la habitación para continuar hablando:
—Y, yo diría por mi experiencia que, modestia aparte, resulta ser mucha —sugirió con aire de autosuficiencia— ellos se encuentran más entre la muerte que entre la vida.
»Ahora bien, en cuanto a qué lugar es este, podemos decirte que te encuentras en una de las miles y millones de nubes que existen en el cielo; aunque esta por supuesto es de mi propiedad, o sea, mi hogar.
La cara de Nicolás era indescifrable, mientras escuchaba aquellas declaraciones, y sin embargo no fue capaz de enunciar palabra alguna:
—¿Qué quiénes somos nosotros?, pues eso también es fácil de saber. ¿Qué acaso no es evidente...?
Nicolás negó con la cabeza causando la exasperación del de la voz.