Yo decido cuándo.

7. El día en que me enamoré de ti.

Lucian

 

Estaba intentando no reírme, pero me era casi imposible. Con ella quejándose de lo ridículo que estaba siendo, y lo infantil que me comportaba cuando ella solo quería llegar a casa pronto.

 

Salía de la universidad cuando la vi, iba con ese andar tan característico suyo, ajena al mundo, como evitando cruzar miradas con alguien. Yo iba de salida también, en mi auto, un regalo de mi papá, por mi cumpleaños dieciocho. La seguí mientras caminaba, manteniendo mi distancia, y bajando la velocidad. Eventualmente sintió que alguien la seguía.

 

Empezó a andar con más cautela y en alerta. Temía estarla asustando, pero a la vez me divertía mucho molestándola un poco. Entonces soné la bocina y pegó un brinco, totalmente asustada. Fue cuando no aguanté más y me carcajeé como si la vida se me fuese en ello. Y no hace falta decir que me reconoció.

 

—Jamás en la vida confundiría esa risa —chilló—. Tú pequeño gran...

 

Volví a sonar la bocina para cortar lo que sea que diría.

 

—¿Quierés que te lleve a casa, Lorena? —ofrecí animado. Su respuesta fue un rotundo no.

 

Estaba ofuscada por el susto, me lanzaba dagas con los ojos. Continuó caminando, ahora con más rapidez, y más seguridad. Haciendo sonar sus pasos por la calle. La seguí, igualando la velocidad de mi auto, a la de su paso. Era realmente tedioso, pero no me importaba. Por alguna razón siempre disfruté hacerla enojar, molestarla hasta que me gritaba o se ponía roja de la furia. 

 

Lorena Astori, era la chica con la que más ganas tenía de reír y bromear. Y a la vez, una de las personas con las cuales más disfrutaba charlar, porque siempre había algo bueno que decir u oír.

 

Podría decirse que ella fue mi primer amor platónico e imposible. Tenía alrededor de ocho años cuando lo descubrí. Recuerdo que me reía si ella lo hacía, intentaba participar en la clase y acertar con mi respuesta para que ella me notara. Solía preguntarle cosas tan banales como la hora, asegurándome de esconder mi reloj, para que ella no notara que era una simple excusa. Al llegar a casa, le contaba a mamá sobre ella. Que si Lorena se peinó diferente hoy, que Lore se cayó mientras jugaba en el recreo, que Lorenita dijo esto que era realmente gracioso y yo no podía dejar de reír... En fin la lista era interminable. Toda ella me parecía maravillosa. Puede que a los ocho años esa expectativa sea llenada fácilmente... Sin embargo hay algo en ella, que siempre me pareció increíble, aún después de superar mi enamoramiento infantil.

 

Me enamoré muchas veces. Me gustaron muchas otras niñas. Lo de Lorena poco a poco se fue quedando en mi memoria. Mi primera novia la tuve a los catorce, era una chica un grado mayor. Entonces era oficial, aquello que había sentido por mi compañera de escuela era nada más que una ilusión infantil. Por mucho tiempo estuve seguro de eso. Pero no fue hasta que cumplí dieciséis que conocí a Miranda. Me parecía la chica perfecta, yo amaba su forma de ser, lo linda que era, a veces mis amigos me molestaban un poco, pues se parecía mucho físicamente a una chica que me rechazó tiempo atrás. Pero lo cierto es que, a pesar del parecido que realmente existía, jamás la comparé con nadie. Ella era única para mí.

 

Mi relación parecía ir cada vez mejor. Adoraba a esa chica. Era algo celosa, un poco más de lo que me gustaría, sin embargo no me molestaba. Aunque todos los demás me pinchaban siempre con eso, y algo de razón llevaban. Había chicas con las que detestaba que hablara.

 

Siempre me pareció gracioso que jamás "odiara" a Lorena, porque, y debo admitirlo ahora mismo. Jamás perdí la costumbre de hablar un poco sobre ella. Claro, ya no lo hacía como cuando le contaba a mamá lo que ella hacía todos los días, pero en cierta forma estaba orgulloso de ella, y había cosas que simplemente merecía la pena que se supiesen. Estaba como programado para mencionarla al menos una vez al día, pero no me parecía raro en lo absoluto, porque no era la única de mis compañeros con la que lo hacía. Siempre me ha gustado dar a conocer un poco de los logros de los demás. Especialmente si son personas a las que quiero mucho.

 

En fin, regresando a Miranda. Podía pasarme horas con ella sin sentir el tiempo, podía tomarme mil fotos con ella y presumirla con mis amigos. Incluso, ser la envidia de todos por tener la relación más duradera y bonita de todas. Duramos nada más y nada menos que tres años. Pero claro, aún no es tiempo de que hable de eso.

 

Cabe aclarar, que Lorena y yo, jamás fuimos mejores amigos. Compartimos muchos momentos de la vida juntos, pero ella tenía sus propios amigos inseparables, y a la vez, yo tenía lo míos. Es por eso, que Miranda y ella, jamás coincidieron en algún sitio. Nunca se conocieron personalmente. Ni siquiera cuando mi novia me visitaba en la universidad.

 

Ya que toco el tema, eso me parece otra cosa relevante que contar. Lorena y yo habíamos estado juntos desde kinder, claro está que no solo nosotros, sino un grupo entero, porque el colegio tenía todas las modalidades escolares, todos pasamos muchos años ahí, juntos. Unos iban y otros venían, pero en general siempre estabas con tus amigos de toda la vida. Éramos como hermanos. Pero la universidad era otra historia, fue lo más difícil de la vida, porque luego de once años, por primera vez cada uno iba a estar por su cuenta. Pero, un día, mientras completaba los protocolos de ingreso, me choqué con alguien. Y era ella. Una vez más estaríamos juntos.




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